jueves, 3 de marzo de 2016

Langosta (The Lobster, Giorgos Lanthimos, 2015)

El zoológico humano 


Los grandes maestros lo tenían: Fellini, Welles, Bergman, Ozu, Bresson, Antonioni, Rohmer. Sucedió con el primer Burton, hoy sucede con Lynch, con Wes Anderson, con Guy Maddin, Lucrecia Martel, Bela Tarr, Johnny To, Wong Kar-wai. No son muchos los directores que crean un estilo absolutamente único e inconfundible, una propuesta estética en la que queda grabada su nombre a fuego. Desde sus temáticas, desde cómo estructuran el guión, cómo plantan la cámara y cómo planifican la totalidad de la puesta en escena, su estilo se convierte en algo irreproducible, prácticamente como una huella digital. 
Ya algo muy extraño, llamativo y único en su especie era Canino, filme que supo ser el primer éxito internacional del griego Giorgos Lanthimos, y que suponía una propuesta absolutamente radical y diferente, una contundente reflexión en torno a la pedagogía, el poder, el lenguaje, la represión y los temores sociales. Se relataba la historia de tres adultos confinados en una casa alejada de la civilización, cuyos padres los trataban como si fuesen niños, los deseducaban y les inculcaban miedos mediante métodos conductistas. Las premisas de la historia, la austeridad de los planos, diálogos marcianos y ciertos exabruptos de violencia cruda y absolutamente inesperada la volvían una de las más impactantes y transgresoras propuestas del momento, un cine fuertemente rompedor y emparentado con el de Michael Haneke, Ruben Ostlund o Lars Von Trier. Su voluntad cuestionadora y su acierto a la hora de tocar temáticas difíciles descolocaba a las audiencias poniendo el dedo en la llaga respecto a asuntos incómodos. 
Lanthimos aquí ha dado un salto, cuenta con un presupuesto mayor a sus anteriores producciones, con actores de la talla de Colin Farrel, Rachel Weisz, Lea Seydoux, Ben Wishaw y John C. Reilly, la película está hablada en inglés y es una coproducción en la que participan nada menos que diecisiete (!) compañías de diferentes países: prácticamente un blockbuster del cine de autor. Por todas estas razones podía temerse un enfoque más comercial, pero lo cierto es que de eso no hay nada: el director continúa fiel a su estilo de tomas fijas, de planos generales largos y lentos, de diálogos simples pero recargados, de personajes dotados de un infantilismo exacerbado. Quizá el elemento más novedoso en esta propuesta sea un humor absurdo, sutil y negrísimo, capaz de arrancarle carcajadas al espectador pese a la profunda gravedad de las situaciones y de todo el planteo. 


El cuadro es distópico y de a ratos directamente disparatado: en un mundo alternativo, vivir en solitario está prohibido. Los solteros, viudos o divorciados son inmediatamente trasladados a un hotel en el que conocerán a otras personas en su misma situación, y cuentan desde su ingreso con 45 días para encontrar su media naranja. De no cumplir con ello en el plazo indicado, serán convertidos en un animal cualquiera, por el que ya optaron en el momento de su llegada. Pasada la mitad de la película, y luego de un par de imprevistos, el personaje principal irá a dar a otra parte del mismo universo, un orden social en las antípodas al presentado dentro del hotel. 
Pero por más que las premisas puedan parecer delirantes, algunas escenas asombran por su terrible literalidad, como ocurre cuando los personajes recurren a medidas extremas como darse la cabeza contra una mesa con tal de forzar elementos en común con otra persona, o cuando dan otras muestras de indisimulable desesperación al no encontrar pareja antes de que se les termine su tiempo; también es muy interesante la idea de que la película plantee la decisión de optar por la sotería como la más salvaje rebeldía a las convenciones sociales imperantes. 
Las recreaciones teatrales de situaciones que las autoridades del hotel dan a los usuarios para fomentar la vida en pareja pueden parecer burdas y hasta grotescas, pero en rigor no distan casi nada de los lineamientos sociales imperantes que se viven hoy en día. Y es que al igual que en la serie británica Black Mirror se logra, mediante la creación de un mundo algo diferente al nuestro, disponer agudas reflexiones en torno a los comportamientos humanos en los tiempos que corren. Aquí puntualmente el foco se encuentra en las relaciones sentimentales contemporáneas y la forma –muchas veces patética y regida por absurdos lineamientos– con la que solemos afrontar los vínculos amorosos, quizá sin darnos cuenta. Tenía que venir Lanthimos a demostrárnoslo, con un reflejo distorsionado que, en su brutal honestidad, realmente duele afrontar.

Publicado en Brecha el 26/2/2016

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