jueves, 22 de octubre de 2015

La cumbre escarlata (Guillermo del Toro, 2015)

Divertimento que no divierte


El director mexicano Guillermo del Toro (El espinazo del diablo, Blade, Hellboy, Titanes del Pacífico) ha demostrado ser un realizador de un buen nivel general, cuyos mayores atributos parecerían ser su vocación por la fantasía más desatada, la creación de seres monstruosos, el despliegue de universos imaginativos y grotescos. Superficial pero enérgico, desagradable pero armónico, se ha convertido en uno de los más interesantes creadores de fantasía y terror mainstream, un eterno adolescente con una producción consecuente y constante. 
Esta película parecería ser la mayor decepción de su carrera. En los albores del S XX, una chica propensa a ver fantasmas conoce a un aristócrata británico caído en desgracia, que la seduce y logra convencerla de iniciar una nueva vida junto a él, en una residencia aislada de la Cumbria. Una vez hecho el traslado, comenzarán a sucederse las apariciones de ultratumba, y la casa a revelar elementos inquietantes acerca de su dueño y su misteriosa hermana. Esta mansión ruinosa, imbuída en arcilla húmeda, que sangra y que respira, que se retuerce en crujidos y cuyas paredes son revestidas por insectos moribundos propicia una ambientación malsana y envolvente que es, de lejos, lo mejor del planteo. Pero lo que hace ruido constantemente es el guión, un compilado de lugares comunes, golpes de efecto y "secretos" que se ven venir desde la legua. La trama transita cansinamente por varios clichés de género, empantanándonse continuamente junto a una protagonista en la que los creadores no parecen creer –menos el espectador– ya que de tan crédula provoca una profunda irritación (más cuando desde el minuto cero todos sabemos que está siendo engañada y utilizada). Esta ausencia de inteligencia por parte del personaje es lo que lleva a tomar distancia de él, y que en consecuencia el romance, la poesía y el dramatismo buscados caigan en saco roto. Pero además no hay espacio para las dudas, ya que no existen sutilezas, ni ambigüedades ni pistas falsas. Los "indicios" –tazas de té, un baúl, una grabación imposible para la época– no buscan sugerir sino que son subrayados con alevosía, pretendiendo dar cuentas de asuntos que ya sabíamos desde hace rato. 
Las referencias a Conan Doyle, o el enunciado explícito en el guión de que "los fantasmas son una metáfora" no hacen más que jugarle en contra, ya que no surge misterio que justifique la comparación con el escritor británico ni se esconden lecturas que justifiquen tal ostentación. Hay sí, cerca del final, apuntes vagos sobre los amores enfermizos, la infidelidad y la inestabilidad conyugal, pero parecerían insertos a prepo, sin condecirse con nada de lo que vimos anteriormente. Provisto de un vistoso envoltorio pero carente de contenido, La cumbre escarlata es cine de género que falla incluso en su premisa más básica y esencial: entretener. 

Publicado en Brecha el 23/10/2015

miércoles, 21 de octubre de 2015

Por qué Narcos

Una biografía que rinde


Pablo Escobar o "El patrón" debe de haber sido el narcotraficante más famoso de la historia: capo máximo del cártel de Medellín desde los 80 hasta comienzos de los 90, amasador de una fortuna incalculable por haber dado con un filón introduciendo cantidades masivas de cocaína en Miami, responsable de la muerte de más de 800 policías así como de atentados que se cobraron la vida de más de mil civiles. Luego de fracasar en sus intentos de hacer política, liberó reiteradas guerras contra sus competidores del Cártel de Cali, el gobierno colombiano, los paramilitares de Magdalena Medio y finalmente contra "Los Pepes", un grupo de paramilitares principalmente nutrido de renegados, ex-miembros de su propio cártel. En definitiva, Escobar supo desestabilizar Colombia y convertirla en un imperio de violencia, convirtiéndose así en el criminal más buscado del mundo.
También fue un hombre muy querido. Cuando ya no sabía ni qué hacer con tanto dinero, comenzó a dárselo a los pobres, construyó viviendas, campos de fútbol, escuelas y hospitales en los suburbios. Dio trabajo y se rodeó de gente necesitada que lo idolatraba como a un dios omnipotente. Y no estaba lejos de serlo, con la mitad de la policía comprada, el poder de Escobar en la región era prácticamente ilimitado. Esta notable serie, producida en una alianza entre Netflix y Gaumont International Television, y con una dirección general de José Padilha (Tropa de elite) supone un recorrido por la historia del narcotraficante, desde sus comienzos como contrabandista y a través de las sucesivas etapas de su ascenso y caída, en un apasionante recorrido que demuestra en parte por qué su accionar lo convirtió en una temible celebridad. 
Una introducción al comienzo de la serie da cuentas de que sólo en un país como Colombia podía haberse creado el realismo mágico, corriente literaria que echa mano a esos sucesos casi fantásticos que suele ofrecernos, de a ratos, la realidad. Esta historia de Escobar, repleta de documentos históricos que ilustran su veracidad, está colmada de puntas muy difíciles de creer, como su iniciativa de poner precio a las cabezas de los policías, su vocación por coleccionar animales exóticos –por la que llegó a contar con 200 especies en su hacienda–, los enterramientos de billetes (ante la imposibilidad de lavar tanto dinero, Escobar mandó enterrar montañas del mismo en varios puntos de la selva, lo que dio en llamarse "el tesoro de los narcos"), sus azarosos y hasta caprichosos secuestros de celebridades, sus desquiciados ataques de paranoia y sus breves alianzas con grupos guerrilleros como el M-19, a los que mandó tomar, con tanques y todo, el Palacio de Justicia.


La estructura narrativa es cercana a la de la serie Game of Thrones, aunque en menor escala. Como en ella, el entramado es presentado de forma coral y fragmentaria, alternativamente desde la óptica del mismo Escobar y sus seres cercanos, la de otros narcotraficantes, de la policía colombiana, de círculos políticos allegados al presidente Gaviria y sobre todo, de los agentes de la estadounidense DEA (Administración para el Control de Drogas). 
A pesar de ser una serie sumamente recomendable, lo que molesta un poco de Narcos es que, dentro de esta óptica que contempla a varios de los actores involucrados en el conflicto, opta por una perspectiva más benévola hacia los agentes de la DEA que hacia el resto de los personajes. Como parte del "rigor histórico" del abordaje, la producción contrató como asesores a los verdaderos agentes implicados, Javier Peña y Steve Murphy, favoreciendo una visión sesgada. Por esto y por una clara decisión de buscar la empatía hacia ellos como detectives y trabajadores abnegados, hasta ahora se han presentado como los participantes que tienen más visión, los más despiertos, los mejor preparados para tratar los conflictos. Sus decisiones salvan el día más de una vez (incluso la vida del entonces candidato presidencial Gaviria) y se denota cierto énfasis en subrayarlo. Esta superioridad poco disimulada molesta bastante cuando además son expuestos los errores de los personajes latinos, sea Escobar y sus arranques de infantilismo, el jefe de policía Carrillo con sus operativos fallidos y la ingenuidad general del presidente y sus allegados. Es verdad que ambos oficiales de la DEA tienen sus matices y despiertan ciertas crecientes sospechas –ojalá estos perfiles cuestionables se acentúen más adelante– pero hasta ahora la serie parecería ser consecuente con todo ese cine hollywoodense que normaliza y hasta justifica la intervención estadounidense en cuanto país extranjero se le cruza.

Publicado en Brecha el 9/10/2015

viernes, 16 de octubre de 2015

Misión rescate (The Martian, Ridley Scott, 2015)

Rescatando al soldado Matt Gyver



Son tiempos de propaganda. La NASA está cada día más envalentonada respecto a sus misiones espaciales recientes y sus preparativos para una excursión a Marte en 2030. La idea de seguir colonizando el espacio parece inspirar a las mentes creativas de Hollywood, pero sobre todo a los grandes ejecutivos, quienes dan carta blanca y fomentan estos proyectos. Para los estadounidenses, debe de ser además una forma de recuperar ese orgullo perdido por la crisis financiera, la mala prensa de los procedimientos de vigilancia masiva de su gobierno, sus cada vez más desprolijos bombardeos a países extranjeros y los tiroteos a civiles en escuelas y lugares públicos desperdigados en el mismo país. Y como ya nadie parece recordar la trágica desintegración del Challenger, ahora, en el espacio, los americanos pueden volver a ser héroes. 
¿Qué pasa si agarramos un episodio de Mac Gyver, lo estiramos a dos horas y media, le colocamos como protagonista a Matt Damon –un buenazo que siempre da lástima cuando queda solo– lo envolvemos en un ambiente de supervivencia a lo Náufrago, lo ubicamos en Marte –cuanto más difícil el entorno, más asuntos que resolver–, y le sumamos unas cuantas dosis de autosuperación triunfalista made in Hollywood? La respuesta es: Misión rescate
Al llegar al planeta rojo, el contingente espacial del Ares 3 es azotado por una tormenta de arena, justo cuando los astronautas están recogiendo muestras del suelo y haciendo un reconocimiento de la zona. Luego de un accidente, uno de los integrantes es dado por muerto, y abandonado en el árido suelo marciano. Al volver en sí de su desmayo, cae en la cuenta de que su tripulación lo abandonó, que sus días están contados y que debe de utilizar todos sus conocimientos y su creatividad para subsistir durante su estadía en el planeta, hasta que llegue una nueva partida de rescate. 
La acción se alterna principalmente entre el equipo de la NASA y su abordaje del problema desde la Tierra, y las adversidades del protagonista en Marte y sus vías para enfrentarlas; más adelante, una tercera perspectiva nos acercará más al Ares 3 y su tripulación. Así, la película corre a buen ritmo, sin excesos de grandilocuencia y con una narración clásica y cristalina, y sus mejores tramos parecen estar en esas escenas orientadas a la resolución de problemas y a la aplicación de conocimientos científicos para solucionarlos. Desafortunadamente, el costado humorístico es muy malo, e incurre reiteradamente en las quejas de Damon por contar únicamente con música disco, sus puteadas en off y algunas punchlines poco ocurrentes: "chupate esa, Neil Armstrong". La gravedad en Marte, que es sólo un 38% la de la Tierra, se ve obviada y los personajes caminan como si estuvieran en el patio de su casa, quizá para darle un perfil más mundano al asunto; reforzando este planteo, el astronauta repara casi todo lo que se le rompe utilizando cinta pato. 
Nótese que la NASA, idealizada, esgrime siempre problemas de tiempo, de riesgos y de trabajo humano como impedimentos para llevar a cabo el rescate, y nunca la crucial cuestión económica. No sea cosa de que algún contribuyente caiga en cuenta de las aberrantes y multimillonarias inversiones que suponen esta clase de misiones.

Publicado en Brecha el 16/10/2015

miércoles, 14 de octubre de 2015

Fiebre por el clan Puccio

Incómodamente representativos 


Un libro, El clan Puccio, del periodista Rodolfo Palacios, una exitosa miniserie televisiva, Historia de un clan y la hipertaquillera película El Clan (ver crítica) son parte de cierta inexplicable "fiebre" argentina por la familia Puccio, a treinta años del arresto de su "cerebro" y patriarca, Arquímedes Puccio. Una vez más los infaustos miembros de la familia cubren las portadas de las revistas, y una anécdota veraz y truculenta surgida desde las entrañas de la población civil horroriza y coloca al público frente a una otredad difícil o imposible de comprender. Más allá del morbo que suele surgir de otras leyendas del asesinato serial como las de Charles Manson, Ted Bundy y tantos otros, en este caso la historia habla del pasado reciente rioplatense, y de uno en el que aún quedan muchas heridas abiertas y sin cicatrizar. En este caso no es tanto la truculencia lo que llama la atención (el clan Puccio asesinaba con balas) sino otras puntas más incómodas, y el relato trae consigo elementos profundamente dolorosos, la impunidad, el abuso, la complicidad; por sobre todo presenta los inadmisibles esqueletos en el armario de una familia común y silvestre, buenos vecinos del barrio bonaerense San Isidro.
Arquímedes fue padre de familia, contador, abogado, agente de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado) e integrante de las Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), y si bien fue uno de los tantos secuestradores que durante la dictadura pidió dinero por el rescate de sus víctimas, en lo que difiere su historia es que él mantenía a los secuestrados en su misma casa, haciendo partícipe a su propia familia de sus procedimientos. Se conoce que varios de los secuestrados permanecían encadenados y encapuchados en su baño o en su mismo sótano; Arquímedes incluso llegó a acondicionar este último, con la idea de alquilárselo a otros secuestradores. Cuando el arresto de Arquímedes, trascendió que dos de sus hijos varones, Alejandro y Daniel, también habían participado en los secuestros.
Durante la dictadura, las Fuerzas Armadas contaban con paramilitares civiles que los ayudaban a asesinar opositores, cometer secuestros, perseguir oponentes políticos y brindar inteligencia. Con la llegada de la democracia se generó lo que dio en llamarse "mano de obra desocupada"; individuos que no pertenecían a las filas militares propiamente ya que eran contratados, y que sólo sabían hacer eso: secuestrar, asesinar y lindezas del estilo. Sin trabajo, se dedicaron a los secuestros por cuenta propia: entre ellos la banda de Aníbal Gordon y el clan Puccio.
Fueron cuatro los secuestros de empresarios de los que se tiene conocimiento que participó el Clan: Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet, Emilio Naum y Nélida Bollini. Manoukián tenía 23 años y era amigo de Alejandro, quien lo entregó en bandeja a su padre. Luego de cobrar el rescate de 500 mil dólares, lo ejecutaron con tres balazos en la cabeza. A Aulet, entregado por un familiar, ya lo habían eliminado incluso antes de cobrar los 150 mil dólares del rescate. El secuestro de Naum fue fallido, al querer resistirse, uno de los secuestradores lo mató de un tiro. El último, el de Bollini, fue el que llevaría finalmente a los Puccio a prisión: fueron señalados por el hermano de Manoukián, quien había estudiado sus pasos durante años; la policía los investigó, grabó sus llamadas telefónicas y los arrestó con las manos en la masa y su víctima en el sótano, que aún seguía con vida luego de más de treinta días de cautiverio.
Quizá lo más siniestro, lo ciertamente ominoso del caso es el choque de la fachada y la realidad. Los Puccio aparentaban ser gente amigable, una familia "ejemplar" de San Isidro, con un matrimonio que iba a misa, hijos estudiantes o jugadores de Rugby. Cuando los detuvieron, muchos vecinos aseguraron que no era posible, que debían de haberlos incriminado, e incluso los compañeros del equipo de Los Pumas insistieron en la inocencia de Alejandro. Pero cuando el caso fue a tribunales los peritos resolvieron que, por la estructura de la casa, era imposible que los otros miembros de la familia no supieran que ocurría, por lo que todos tenían cierto grado de complicidad. Otro aspecto chocante es cómo los Puccio se aprovecharon de la relación de amistad con sus víctimas: Arquímedes conocía bien a Naum y así fue que lo abordó, Alejandro entregaría a su amigo Manoukián para su secuestro y posterior asesinato.
Si bien el término "clan" refiere a varias familias con un tronco común, en este caso la familia fue una sola, de siete integrantes. Pero el vocablo suena pertinente si se piensa en que los Puccio obraban, más que con la dinámica de una familia convencional integrada a la sociedad, con una lógica de animales salvajes, o con la ética propia de los clanes bárbaros medievales, donde todo vale, siempre y cuando juegue a favor de los de adentro.

Publicado en Brecha el  9/10/2015

El clan (Pablo Trapero, 2015)

Abordar lo infilmable 


A treinta años de la detención policial de Arquímedes Puccio (ver nota referida al clan Puccio) es que surge esta impactante recreación de época dirigida por Pablo Trapero (Mundo grúa, Nacido y criado, Leonera, Carancho) uno de los más renombrados e importantes directores argentinos en actividad. Había que animarse a hacer algo así: no se trata solamente de una producción abultada para los presupuestos argentinos (detrás de este proyecto se encuentran productores como los hermanos Almodóvar y Telefé), sino que entra de lleno en un tema particularmente sensible para la población: el secuestro y la extorsión por parte de paramilitares a civiles durante los últimos años de dictadura argentina y los primeros de democracia. Era necesario entonces un rigor histórico soberano, un esmero específico en darle al abordaje la profundidad pertinente y proveer a los personajes de las ambigüedades necesarias para evitar convertirlos en villanos de manual. Lo curioso, considerando todo esto, es que tanto esta película como la serie simultánea Historia de un clan, en vez de estructurar sus relatos como una investigación policial o plantear los sucesos enfocados en las víctimas, optaron por la opción más complicada y controversial de todas: contar la historia desde la óptica de los mismos secuestradores y asesinos. 
Es así que El clan entra sin anestesia en uno de los territorios más escabrosos de la historia argentina reciente: la casa perteneciente a la mismísima familia Puccio. Más específicamente, la anécdota se estructura en el vínculo paterno-filial de Arquímedes Puccio (Guillermo Francella en el papel más oscuro de su historia) líder y cerebro del clan, con su hijo Alejandro (Peter Lanzani, a la altura), un joven repleto de inseguridades que accede a los más inaceptables mandatos de su padre. Trapero se confirma una vez más como un gran narrador, y si bien la película transcurre con cierta predecible linealidad y sin mayores vuelos cinematográficos, el ritmo es envidiable y la anécdota está colmada de pequeños y sutiles elementos que llevan a comprender hasta qué punto la impunidad y la omnipotencia estaban metidas en la cabeza del patriarca y su banda, o la forma en que los no implicados de la familia hacían la vista gorda y los oídos sordos a una realidad ineluctable. Hay escenas que sobresalen: los planos secuencia en que los secuestros son filmados desde el asiento trasero del auto y otros tramos oscuros, musicalizados con las desconcertantes "Sunny Afternoon", de los Kinks, "I'm Just a Gigolo", de David Lee Roth, "Wadu-Wadu" de Virus, entre otros alegres temas. La cinefilia de Trapero se vuelca de forma patente en escenas que homenajean a varios de los mejores tramos de Él de Buñuel y de Buenos Muchachos de Scorsese, con un oficio a la altura.
En semejante propuesta, la decisión más llamativa es la de buscar la empatía del espectador por el personaje de Alejandro, un muchacho al que vemos participar, en escenas tan duras como sorpresivas, en horrendos secuestros. Pero lo que puede parecer una opción formal profundamente cuestionable se encuentra muy bien resuelta, ya que Trapero se encarga de mostrar que Alejandro tiene plena responsabilidad, es consciente de sus actos y hasta es libre de elegir. Lo vemos en la escena en la que, como en contraposición, su hermano menor decide escapar del núcleo familiar, o en esa otra en la que el padre logra tentarlo con grandes sumas de dinero; por si quedara alguna duda, su responsabilidad se confirma en su decisión de ser juez y verdugo de sí mismo, inmediatamente después de un último y determinante diálogo. 
Sólida por donde se la mire, El clan es de esas películas necesarias que parecerían estar allí para cumplir un rol, sea historiar, denunciar (aunque sea tardíamente), proponer una mirada, un diálogo con el pasado. Es además un éxito de taquilla descomunal, lo cual en este caso parece algo festejable.

Publicado en Brecha el 9/10/2015

martes, 13 de octubre de 2015

Everest (Baltasar Kormákur, 2015)

Morir de a poco 


En el ascenso a los 8848 escarpados metros de altura del monte Everest, uno de cada diez aventureros muere, ya sea por hipotermia, edemas pulmonares y cerebrales, arrastrados por tormentas perfectas, sepultados por avalanchas o aplastados contra las rocas y el hielo luego de prolongadas caídas al vacío. En el año 2014 hubo diecisiete muertos y en lo que va del 2015 han sido 22. Aún así, escaladores de todo el mundo se empeñan e invierten decenas de miles de dólares en la hazaña. Y como veremos claramente en esta película, ni siquiera se trata de una experiencia "placentera" sino una que coloca a los aventureros en una situación física sumamente desagradable; indefectiblemente el cuerpo humano, a determinada altura, por el frío, la presión atmosférica y la falta de oxígeno comienza a morir de a poco. Para llegar a la cima es necesaria, en el último tramo, una auténtica lucha contra el tiempo, llegar a la cúspide y bajar a contrarreloj, forzando al organismo a una prueba de resistencia extrema. 
Esta película sitúa su acción en el año 1996. La base del Everest se ha convertido en una puja competitiva de empresas de alpinismo, que dan a los turistas la oportunidad de una escalada guiada. Pero la sobredemanda y el caos en los procedimientos generan una situación atípica: embotellamienos de aventureros en las vías de ascenso, un servicio no personalizado y mayores riesgos en general, entre otras cosas porque los numerosos grupos pueden retrasarse por la lentitud o el decaimiento físico de algunos de sus miembros. 
En un registro a medio camino entre la austeridad documental y la épica grandilocuente, el relato nos lleva de la mano de un guía protagonista (Jason Clarke) y nos introduce a un puñado de alpinistas abocados a una empresa desquiciada. Entramos en el terreno propio del cine de Werner Herzog: la lucha del individuo contra la magnificencia de la naturaleza, las iniciativas descomunales y difíciles de comprender. Con este atractivo como único motor, la primera mitad de la película avanza sin demasiado punch, con personajes poco llamativos –menos aún lo son sus familias– y conflictos difusos; lo más interesante aquí es la información previa, durante los preparativos para el ascenso. Es en la segunda mitad, donde se inician las últimas fases de la escalada y la película se convierte claramente en un exponente del cine catástrofe, que el director islandés Baltasar Kormákur da muestras de su talento, incorporando efectos especiales imperceptibles y adentrando al espectador en el epicentro de la tragedia, volviéndolo partícipe del viento, el hielo, el cansancio y el dolor. Las cámaras se acercan a los personajes convirtiendo la película en una experiencia vivencial, casi física. Lo único malo de esta segunda mitad es el laconismo o la altisonancia de ciertos tramos, subrayados con una música excesiva. 
Sin particular énfasis, la anécdota va dando cuenta de una sucesión de diversos errores humanos que, luego de desencadenar hechos trágicos, se volverán cruciales para el espectador. Es allí donde pareciera estar la verdadera profundidad conceptual de la película, en saber mostrar pequeñas pasiones, falencias y excesos, que bajo esta clase de circunstancias pueden cobrarse vidas. Así, Everest podría ser leída como una interesante parábola sobre la defectuosa condición humana y sus absurdas ambiciones.

Publicado en Brecha el 9/10/2015

jueves, 8 de octubre de 2015

Las mejores películas (XXVII)

Hay veces que lamento no poder dedicarle tanto tiempo al cine y a este blog como alguna vez lo hice, pero la necesidad me ha llevado a escribir mucho sobre otras temáticas y no tanto sobre lo que más me gusta. Estos listados vienen cada vez más distanciados porque me cuesta encontrar el tiempo que merecen, pero por su parte eso tiene su parte favorable, ya que propicia que vengan cada vez mejor nutridos: todas estas pelis son droga de la buena. Hagan el favor y consúmanlas con moderación. ;)  

Dos días, una noche de los hermanos Dardenne (Bélgica, Francia, Italia).
Marion Cotillard con su lenguaje corporal, su voz entrecortada, su mirada triste y sus increíbles cambios de registro compone uno de los personajes más hermosos que haya visto en el cine. Los hermanos Dardenne lo han vuelto a hacer: contra todas las probabilidades, (¿cuántas obras maestras pueden filmarse, una atrás de la otra?) logran otra película perfecta, inteligente, comprometida y profundamente emotiva, elocuente sobre una clase social y un proletariado disperso, perdido en un mundo crecientemente individualista. Frente a ellos, las nuevas formas de gestión empresarial neutralizan el compañerismo y la solidaridad, y es en este contexto que una mujer se abre camino, en una lucha a brazo partido contra su propia depresión. 

Intensamente de Pete Docter, Ronaldo del Carmen (Estados Unidos).
La película que ya vio todo el mundo es, curiosamente, una maravilla. La alegría, el desagrado, el enojo, el miedo y la tristeza son compinches, dialogan, discuten, se dejan amablemente espacio o se agolpan unos sobre otros en el tablero de nuestra psiquis. Las islas de personalidad nos afirman, el tren del pensamiento corre en nuestra vigilia, en el pozo del inconsciente van a perderse y degradarse nuestros recuerdos marchitos. Y eso por no hablar de pensamientos, memoria a corto y largo plazo, de sueños, fantasía, o pensamiento abstracto. Es notable como una película para niños puede tocar tan certeramente tantos asuntos complejos y relativos al rompecabezas mental, el crecimiento y el desarrollo emocional. Los guionistas/directores, creadores de este milagro cinematográfico, son unos condenados genios. 

Force Majeure de Ruben Östlund (Suecia, Francia, Noruega, Dinamarca).
Una familia aislada en un hotel de ski, al pie de los Alpes franceses, conocerá de primera mano el miedo más visceral. Luego de una experiencia extrema e incómoda algo quedará trastocado, descolocado, una inquietud pesará sobre la pareja protagonista como una espada de Damocles, desestabilizando su armonía conyugal. El director Östmund logra, con demoníaca lucidez, desengranar y cuestionar varias de las convenciones ancestrales y de género que rigen nuestro orden social, y especialmente aquellas que señalan a los padres varones como valientes defensores del rebaño. La puesta en escena es descomunal; detrás de la dirección de actores, de las posiciones de cámara, de un hotel agobiante, de las ráfagas musicales y de la impávida magnificencia de la naturaleza se esconde un autor que conoce el lenguaje audiovisual y cómo manipular emocionalmente a su audiencia. 

El club de Pablo Larraín (Chile).
Un grupo de curas pederastas vive recluido en un pueblo costero chileno, en una casa a la que en un principio se le llama un refugio "de retiro espiritual", más adelante de "penitencia", y finalmente lo que realmente es: una cárcel. Un presidio VIP en el que ya quisieramos estar todos, con entretenimientos, salidas a la playa y al pueblo, bebidas alcohólicas y hasta timba, y todos los gastos pagados por la santísima iglesia. Pero en un momento surge lo inesperado: un alcohólico desarrapado se les apersona en la puerta de la casa y empieza a gritar a los cuatro vientos y muy gráficamente todo lo que uno de los curas le hizo cuando él era un niño. El secreto conjunto comienza a peligrar; la caja de pandora podría abrirse y para los "curitas" se vuelve necesario tomar cartas en el asunto, antes de que el pueblo entero se entere de quiénes son. Una obra profundamente oscura, que se presta para más de una polémica. 

Magical Girl de Carlos Vermut (España, Francia). 
Hay que ver esta película única en su especie, extraño neo-noir a la española, con una trama que involucra a tres desgraciados que sólo necesitan una excusa para largar todo a la mierda y cagarse en las formas y en cuanta convención social existe. Con mucha mala leche, el extrañísimo y perturbador abordaje va exponiendo costados sumamente oscuros de la condición humana. Los personajes, profundamente irracionales, despliegan un accionar que cuesta muchísimo comprender, pero que es siempre creíble y hasta reconocible. Una puesta en escena cuidada, pulida, recta y sobria contrasta con el caos, con los torbellinos mentales de los personajes; finalmente, con una violencia absurda y estremecedora. 

The Intruder de Shariff Korver (Paises Bajos). 
Esta es la más difícil de conseguir, pero inténtenlo que vale la pena. El protagonista es un policía sobre-entrenado que queda suspendido tras romperle la mandíbula y la nariz a un pobre desgraciado, que tuvo la mala idea de incurrir en la violencia doméstica frente a él. Pero como nuestro héroe es medio-marroquí y habla bien el árabe, en seguida es requerido para un trabajo diferente: pasan a contratarlo como agente secreto, con el objetivo de infiltrarlo en el mundo de los narcotraficantes marroquíes en Holanda. Si bien el tema del infiltrado ha sido plenamente explorado por el cine policial, acá la diferencia la marcan las grandes actuaciones, lo realista del planteo y el absoluto desdibujamiento de estereotipos. Los narcos musulmanes pasan a ser personajes profundamente agradables y entrañables, y la idea de "lo correcto" algo crecientemente difuso. 

Sicario de Denis Villeneuve (Estados Unidos). 
El cineasta canadiense Denis Villeneuve va contra la historia del cine al ser uno de los escasísimos directores extranjeros que, al comenzar a trabajar en Hollywood, hace películas tan buenas como las de su país de origen. En la frontera de Estados Unidos con México, un equipo especial se propone derrocar a un líder narco, cometiendo todas las ilegalidades imaginables. Entre ellos, una agente del FBI, especializada en secuestros, observa estupefacta sin saber qué cuernos pasa ni cuál es su papel allí. Con gran contenido crítico, la "guerra contra las drogas" se presenta en su verdadera dimensión: como una forma de entretejer alianzas y de buscar la armonía con el narcotráfico. Un estupendo y vibrante relato, con la factura formal de un maestro, gran contenido crítico y la insuperable presencia de Benicio del Toro. 

Suzanne de Katell Quillévéré (Francia). 
Con gran sensibilidad, la directora nos introduce en otra Francia modesta y profunda: una de mozas de bar y obreros, conductores de camiones, embarazos adolescentes, jóvenes delincuentes y niños dados en adopción. En este universo de dificultades y soledad, el íntimo planteo va dosificando retazos aleatorios en la vida de una familia disfuncional, desde la ingenuidad de la infancia hasta la atribulada consciencia de la adultez. En el recorrido, grandes alegrías, momentos de bella comunión o de desencuentro, golpes del destino y elipsis tan desconcertantes como dolorosas se imponen de forma intermitente. Una hermosa película, a la altura del mejor cine social europeo (los Dardenne, Kechiche, Cantet, Meier), dotada de notables actuaciones y personajes inolvidables, grandes como la vida. 

Permanencia de Leonardo Lacca (Brasil). 
Luego de años de la separación de una pareja, aún pueden quedar vestigios del amor, quizá talado antes de que terminara de madurar. Pero cuando ambos miembros, cada uno con sus nuevas parejas, tientan al destino fomentando una nueva convivencia (aunque sea de paso y por sólo unos días), lo que de allí surge difícilmente pueda ser bueno o constructivo. Una película que habla de las grandes frustraciones, del ser humano y su inestabilidad, de la permanencia de los sentimientos a pesar de las distancias, las fachadas, las formas y las estructuras. Un cine donde las acciones, los silencios o las medias palabras son elocuentes sobre la vulnerabilidad del ser humano y la forma en que sus sentimientos lo determinan, desordenando su existencia. 

Musarañas de Juanfer Andrés y Esteban Roel (España, Francia). 
Retomando la mejor tradición esperpéntica y el terror más desmesurado, esta divertida película me parece a mí de lo mejor que ha hecho el cine español este año pasado (aunque La isla mínima y Magical Girl también juegan fuerte). Sin lugar para la sutileza o las medias tintas, la acción transcurre casi íntegramente al interior de un apartamento, en el centro de Madrid de los años cincuenta, en el que la agorafóbica y reprimida protagonista pasa la vida enclaustrada, en luto constante y obsecación religiosa. Ningún entorno mejor que el franquismo podía venir mejor para plasmar los horrores cotidianos y de la psiquis, en una película que homenajea a clásicos como Repulsión, Misery, ¿Qué pasa con Baby Jane?, y gozosa se sumerge en excesos dignos de un Ibañez Serrador.