viernes, 19 de septiembre de 2014

Hércules (Hercules, Brett Ratner 2014)

La construcción de un mito 

Los 12 trabajos de Hércules no fueron realmente 12, y los monstruos a los que supuestamente venció, o eran gente disfrazada o animales particularmente grandes; en realidad el tipo era fuerte pero iba bien acompañado de un fiel equipo de guerreros que le ayudaba a "montar", mediante trucos, sus hazañas heroicas. Como buen mercenario que era, sí se metía en toda clase de trifulcas riesgosas, pero lo hacía a cambio de nutridos sacos de oro. Por sobre todo, Hércules tenía un primo que era muy bueno contando cuentos y aún mejor inventándolos, y su rol era hacerle de gerente de marketing, apuntalando el mito y convirtiéndolo así en un ídolo para las masas. Si bien algunos crédulos se tragaban estas hazañas fantásticas, otros simplemente las tomaban simplemente como lo que eran, buenas historias. 
Basada en el cómic de Steve Moore, esta película plantea esta interpretación de la leyenda, o una especulación de cómo podría haber sido, de existir realmente, el verdadero Hércules. Ese juego de construcción de mitos, esta batería de trucos e ilusionismo que los personajes despliegan para infundir temor en sus enemigos, es una de las partes más interesantes del planteo. Asimismo, el reclutamiento de Hércules y de los suyos por parte del rey de Tracia para aprovechar la fama del paladín y entrenar y darle ánimo a sus tropas supone un inteligente giro del libreto. Partiendo de esta versión, vuelve a construirse una anécdota de la que nos gusta, con héroes poderosos y hazañas espectaculares. Esta vez la humanización del semidiós y la explicación de sus "poderes" provee una base más terrenal y creíble, y desde allí se da rienda suelta a la imaginación forjando una ficción alternativa, en rigor muy poco creíble, pero libre de los elementos fantásticos que suelen poblar esta clase de películas. 
Uno de los puntos más altos está en las batallas, que retoman lo mejor de épicas como 300 y El señor de los anillos; cobra presencia ese perfil bestial y caótico de cuerpos embistiéndose y fuertes encontronazos, pero sin cámaras lentas grandilocuentes o detallismos inútiles, sin abusos de digitalización, sin monstruos, con regimientos filmados al aire libre y cámaras que se entremezclan en la dinámica de la contienda, con un montaje preciso que permite comprender quién pelea y contra qué, cómo vienen alineadas las tropas y a qué bando pertenecen. Las batallas son, en definitiva, un espectáculo especialmente claro, vívido y vibrante. 
El director Brett Rattner ya había demostrado sus virtudes narrativas con entretenimientos notables como El dragón rojo y Robo en las alturas, y contra todos los pronósticos logra un espectáculo refrescante, dotado de personajes atractivos, una historia llevada con interés y buen ritmo. No será una obra maestra ni mucho menos, pero sin dudas levanta con dignidad el promedio de los tanques mainstream que nos llegan semanalmente.

Publicado en Brecha el 19/9/2014

viernes, 12 de septiembre de 2014

Oculus (Mike Flanagan, 2013)

La imagen multiplicada 


Esta película nos instruye particularmente sobre dos cosas. En primer lugar, que en el cine de terror no importa tanto la anécdota general sino la forma en que viene presentada; no son especialmente relevantes las líneas generales del "cuento" (las que pueden resumirse en breves sinopsis) como la atmósfera, el desarrollo y la concreción del mismo. La historia de un espejo diabólico que asesina cruelmente a todos los que tienen la mala idea de elegirlo como ornamento doméstico puede resultar irrisoria y hasta ridícula contada en frío, pero es muy diferente cuando se presenta con la eficacia con que lo hace esta película. Y el que no lo crea, que reúna la valentía como para asistir a la proyección. 
La segunda cosa que nos enseña (y esta vez se trata de algo negativo) es que el terror es sumamente efectivo cuando el objeto amenazante está sugerido, mostrado parcialmente –o expuesto con excesivo cuidado y en el momento justo–, pero contraproducente cuando la presencia se vuelve clara y patente. En este sentido, esta película llega a tres cuartas partes de su metraje utilizando como recurso la sugerencia, jugando con el suspenso de la amenaza inminente, manteniendo así al espectador crispado sin pausas. Pero se manda un patinazo bestial al mostrar cerca del final una suerte de zombie, artificial a todas luces, mal iluminado y peor maquillado. ¿Cómo pudo cometerse un error de ese tenor luego de venir tan bien? Pero cierto es que no conviene descalificar la película por un detalle que apenas dura unos segundos, así que mejor explicar por qué todo el resto es sobresaliente. 
Hace diez años, dos hermanos fueron víctimas de sucesos horripilantes, a partir de los cuales sus padres terminaron muertos y el niño menor fue internado en un manicomio. Ya crecidos, ambos muchachos tienen ideas opuestas sobre lo que realmente sucedió: cada uno con una perspectiva distinta, contraponen notablemente lo racional y lo irracional, las explicaciones sobrenaturales se enfrentan convincentemente con las psicológicas y ambos discursos son desarrollados con una lógica intrínseca perfecta, por lo que cualquiera de ellos podría suponerse cierto. Y como es evidente en estos relatos, luego de una tensión prolongada se impone lo irracional, lo siniestro. La película adquiere momentos de sorprendente intensidad, sobre todo desde el momento en que se conoce que el espejo tiene el poder de alterar completamente la percepción de los personajes, llevándolos a experimentar situaciones inexistentes o pretéritas. Se retoma el horror borgiano del espejo multiplicando y devolviendo una versión distorsionada de la realidad y de nosotros mismos; las cosas adquieren un costado lúgubre y demoníaco, los flashbacks se intercalan y fusionan notablemente con la historia actual, en una construcción paranoica –y notablemente montada– por la cual ni los personajes ni el espectador saben bien qué es ilusión y qué realidad, qué una pesadilla y cuál el más crudo de los panoramas. 
Como en El resplandor o la reciente Mamá, también se echa mano a lo siniestro de descubrir las figuras paternas, quienes supuestamente deben proteger a sus hijos, convertidas en bestias hiperviolentas; horror que, como se sabe, muchos desearían fuese solamente una ilusión. 

Publicado en Brecha el 12/9/2014

sábado, 6 de septiembre de 2014

Entrevista a Michel Ocelot

El maestro luchador  


Michel Ocelot es uno de los grandes maestros de la animación actual, además de ser un cineasta que abrió caminos y logró llamar la atención internacional sobre la animación francesa, gracias a su gran éxito Kirikou y la hechicera (1998). De paso por el Uruguay para presentar su último largometraje mantuvimos una agradable charla, en la que se explayó sobre su pasión por el género. 

La entrevista fue retrasándose. Agendada originalmente para la noche del domingo a las 20 horas, tuvo que demorarse un par de horas más, porque el taller que Ocelot tuvo en la Casa de la Cultura de Maldonado, en el que animó pájaros de papel sobre las ventanas junto a los niños del lugar, había empezado tarde. El temor de este cronista era que el maestro (de 70 años) llegara demasiado cansado al hotel, sin ánimos de conversar o responder mis inquietudes. Pero la idea era infundada. Sonriente y entusiasta, el hombre traía consigo energía para rato y muchas ganas de charlar sobre su trabajo, de cine en general, y sobre las obstinadas luchas a brazo partido que tuvo que dar con productores y distribuidores para conservar su independencia creativa. 
Además de ser un animador de primer nivel, Ocelot es un autor que ha desarrollado un estilo propio reconocible y personal, la animación artesanal de figuras recortadas sobre fondos luminosos, que utilizó para varias de sus películas. Si bien Kirikou... fue la película que lo dio a conocer, varias de sus mejores obras son la fantástica Azur y Asmar (2006), y los cautivantes compilados de cuentos Principes y princesas (2000), Dragones y princesas (2010) y Les contes de la nuit (2011), que lo delatan como un gran amante de los relatos exóticos y clásicos. 

–¿Pasaste tu infancia en Guinea, que hacían tus padres allí? 

 –Fueron como educadores, les gustaba descubrir otros lugares y otras culturas, y viajaban por el mundo.

–¿Se fueron con el cambio de gobierno? 

–No, cuando los hijos crecimos y tuvimos que empezar el secundario volvimos para Francia para que pudiésemos seguir con los estudios. No había liceos en Guinea. Fueron los últimos años de la colonia francesa, los años 50; existía una escuela de la República Francesa, y los blancos mandaban a sus hijos a esa escuela religiosa y no a la escuela pública. Pero mis padres decidieron que nosotros, mi hermano y yo, teníamos que ir a la escuela normal, como todo el mundo. 

–¿Eran los únicos blancos en esa escuela? 

 –Al principio sí. Pero de a poco empezaron a ir llegando otros blancos también. 

–¿Y nunca fueron discriminados precisamente por ser los únicos niños blancos? 

 –Esas cosas no existían. No había problema alguno, nunca tuvimos ni la menor sospecha de que pudiera haber discriminación. Años después, cuando supe del apartheid, de la segregación en los Estados Unidos con ómnibus para negros y blancos, de los baños separados, no daba crédito a esos temas, me parecían una cosa surrealista. 

–Después de que ustedes se volvieron a Francia, en Guinea hubo una dictadura terrible. ¿Volviste a saber de tus compañeros de clase? 

–No volví a saber nada de ellos, pero probablemente hayan sido secuestrados, torturados y asesinados. Ahmed Sékou Touré, el dictador que se instaló con la independencia, eliminó a todas las personas que tenían cierta educación. Nunca más quise volver a ese país. 

–¿Fue en África que conociste el cine? 

–Sí, en la casa de un amigo de mis padres, hubo una pequeña reunión nocturna, pusieron una sábana en la pared, y trajeron un proyector de 16 mm. Me acuerdo clarísimo de esa noche agradable en un jardín abierto, de la luz muy intensa que se proyectaba, y ese traqueteo tan particular. Proyectaron una película que yo nunca olvidé, una animación checoslovaca, dirigida por una brillante mujer que hoy nadie recuerda, Hermina Tyrlova; ella había trabajado junto a Karel Zeman, gran animador, pero sé que Zeman en determinado momento dejó de quererla a su lado. El corto se llamaba La rebelión de los juguetes.

–Puede verse en youtube ese corto... 

–¡Ah! ¿Lo viste? 

–Sí, es sobre un oficial nazi que irrumpe en una casa y los juguetes empiezan a atacarlo... 

–¡Es el primer Toy Story! Pero mucho mejor; los juguetes se ven reales. Porque en Toy Story se nota que no son juguetes de verdad, sino una imagen digital. Pero en este corto, ¡los juguetes se veían como los míos! Era absolutamente mágico, los avioncitos hacían girar sus hélices y volaban por la habitación... 

–Qué curioso que la primera película que viste haya sido justamente una animación... 

–Sí, creo que sí. Me contaron mis padres que en esa época me llevaron a ver Pinocho también, en Francia, y me dijeron que me había puesto a llorar en la sala. En realidad no sé si fue antes o después de esa experiencia en el jardín, pero cuando me preguntan cuál fue la primera película que me gustó me niego a decir que fue una de Disney (risas). Lo que me gustó mucho de Pinocho son los pequeños detalles, las pequeñas cosas que aún hoy me seducen, como el hecho de que Pepe Grillo se acostara a dormir en una cajita de fósforos y se tapara cerrándola como si fuera una frazada. 

–Las sombras recortadas son tu marca característica, podemos decir un rasgo autoral que es reconocido de inmediato. ¿Cuándo te definiste por este estilo? 

 –Lo que la gente cree que es mi estilo es algo que simplemente desarrollé por carencias económicas. Los papeles cortados, las figuras articuladas son el medio más barato de todos para hacer animación. Durante mucho tiempo estuve sin trabajo y tuve que hacer talleres para niños. En un momento me fui a Dinamarca, a Odense (la ciudad natal de Hans Christian Andersen) y di un taller allí; utilicé con los niños diferentes técnicas, y encontré que las siluetas eran muy buenas para ellos. Yo había estudiado el estilo de la animadora alemana Lotte Rainiger, sus películas tienen un encanto arcaico que me interesaba especialmente. Cambiando de técnicas en esos talleres descubrí que las siluetas eran lo más accesible para todo el mundo, en una semana los niños hicieron trabajos increíbles. Con las otras técnicas salieron cosas bastante desastrosas, pero lo que surgió con las siluetas fue sorprendente, parecía un trabajo definido, realmente profesional. Cuando tuve que mostrar los resultados finales, esos fragmentos me salvaron el taller. Y gracias a "los niños de Andersen" yo encontré una forma para desarrollar mi trabajo artístico. 

–La constante en todas tus películas es recoger historias ancestrales de diversas proveniencias (África principalmente, pero también del Medio Oriente, América, el Caribe, el Tibet, Egipto, Japón), ¿qué es lo que te tiene que interesar para que te fijes en una de estas historias? 

–Siempre hay un costado moral, yo creo en la moral y además todo el mundo cree en la moral. A los mentirosos no les gusta la mentira, a los asesinos no les gusta el asesinato, los ladrones no quieren ser ladrones. Esas personas tienen principios morales muy próximos a los nuestros; la moral está siempre a la moda, y un hombre que lucha contra la moral es en el fondo un tipo profundamente moral, porque en definitiva lucha contra la hipocresía. Yo no tengo miedo de mostrar la gente honesta que no come nunca, gente generosa como Kirikou. Además me gustan las historias positivas, pero no pretendo plantear una ayuda ética o moral. En mis cuentos busco siempre que haya una idea que me sorprenda pero no que justifique mi vida y mi accionar. Necesito que haya una sorpresa, y que por detrás de esa sorpresa exista una lógica, un mecanismo que haga pensar. 

–Hablando de la moral, en la preparación previa a uno de los cuentos en Les contes de la nuit, uno de los personajes que está orquestando la historia dice: "¡Pero este cuento es muy inmoral, vamos a tener que cambiarle el final!". ¿Qué había en la historia original que te disgustara? 

–Ah, era la historia de la serpiente de Ouagadougou; en una antigua civilización le dan de comer las mujeres más hermosas del poblado a un monstruo, y el monstruo a cambio les provee inmensas cantidades de oro, una ciudad construida con oro en la que viven. En el cuento clásico el muchacho mata al monstruo y salva a la muchacha, pero finalmente la profecía se cumple, y la ciudad se derrumba. A mí me gusta el cuento pero me parecía que el final era muy desagradable, la moral iba por el lado de sacrificar a la chica y quedarse con el oro, entonces yo opté agregarle una reflexión final, y una revuelta contra el dictador que sustentaba esas ideas. 

–En Príncipes y princesas y en Les contes de la nuit presenciamos la preparación de los cuentos, con personajes que discuten qué características tendrían que tener antes de que los veamos. ¿Querías plantear una aproximación a lo que es el proceso creativo? 

–Hubo dos razones para hacer esos prólogos. La primera es que traté de ganarme la vida: antes de empezar con Les contes de la nuit hacía cortometrajes y no había mercado para ellos, sabía que había sí un mercado en la televisión, pero yo lo detestaba. Entonces decidí hacer cortometrajes de autor, pero les hice un formato que los permitiera hacer pasar como series de televisión, con estos prólogos que tenían los requisitos de una serie televisiva: eran personajes reconocibles que, en un mismo fondo, se repetían cortometraje a cortometraje y lo comentaban adelantando la historia que iban a contar. El otro aspecto es que me gusta compartir el proceso productivo, planteando cómo es que se va haciendo cine. La investigación previa, el diseño de personajes y escenas. Creo que es una forma de incentivar la creación, acercar a los jóvenes a este proceso maravilloso. Es más interesante hacer una película que mirarla, y me gusta mostrar las cosas que me interesan e inspirar a las nuevas generaciones para que hagan cosas.

–Alguna vez dijiste que hacer una película de animación es como dirigir un sueño. ¿Pensás a tus películas como sueños? 

–¿Yo dije eso? Suena bien, pero dudo que sea mío... En realidad no, para nada. Yo sé soñar pero me gusta la realidad, la actividad, la creación. El sueño solo no me interesa, quiero blandir la realidad. Puedo inventar historias pero no soy un soñador, tengo una esencia crítica y necesito crear para bien. La materia de los sueños no me interesa. 

–¿Fue muy complicado dar el salto al largometraje? 

–Cuando yo empecé a hacer mi película nadie creía que un filme de animación francés pudiera ser un éxito. Me costó mucho encontrar financiación y conseguir un distribuidor, y cuando finalmente lo obtuve fue un suceso casi milagroso. Me decían que a nadie le interesaba ver una animación francesa, que a nadie le interesaba el África, y que la película no se iba a exhibir porque se veían senos. Pero se pudo dar la lucha y después de Kirikou y la hechicera empezaron a salir muchos otros largometrajes de animación. 

–Fuiste el primero en hacer una animación con héroes negros, y puede decirse que tu cine va bastante a contramano de lo que suele verse frecuentemente en las pantallas. ¿Obtuviste grandes resistencias culturales a tu estilo? 

–Cuando estaba filmando la primera de las Kirikou al principio no tuve problemas, pero a medida que la película avanzaba los productores empezaron a manifestar cierto miedo por la desnudez de los personajes. Fue un combate difícil durante mucho tiempo, y básicamente luché contra los calzoncillos y los sutienes. Fue una lucha absurda, porque yo sabía que mi filme era puro y que no había ninguna razón lógica para vestir a mis personajes; sabía que a la gente le iba a gustar así como era. África no siente vergüenza de tener un cuerpo. Ese es un gran mensaje que tiene para darnos el continente y sus historias. Si yo les ponía calzoncillos a Kirikou y sutienes a la madre y a la hechicera Karabá, la película se iba a convertir en una porquería televisiva. Estaba ambientando mi película en una pequeña villa africana del Siglo II, y no iba a cambiar las reglas... 

 –Debo admitir que vi hace poco tu última película, Kirikou y los hombres y las mujeres, y la verdad es que involuntariamente me resultó un poquito chocante que los personajes estén desnudos todo el tiempo. Quería preguntarte cómo es posible que aún hoy nos sorprenda algo tan simple como la desnudez. 

 –De parte de los niños yo no veo ningún rechazo a la desnudez, lo toman como lo más natural del mundo. El problema son los adultos, en la civilización occidental el cuerpo es pecado, y hay que taparlo. 

–Tuviste mucha resistencia en los Estados Unidos... 

–Sí, ¡los anglófonos le tienen miedo a los senos! Cuando Kirikou empezó a distribuirse hablaban muchísimo de los senos de las mujeres y prácticamente nada del pito del protagonista, que también puede verse. Llama la atención porque el pene es el sexo, pero los senos no. En los Estados Unidos prácticamente no se dio Kirikou, sólo en pequeñas comunidades culturales. Cuando presenté Azur y Asmar en Cannes tuve una reunión con un par de periodistas estadounidenses por separado y los dos me preguntaban si aceptaría suprimirle la primera escena a la película para poder distribuir la película en Estados Unidos. Yo no entendía nada, pensé que la película se podría pasar perfectamente en los Estados Unidos, porque todos los personajes están muy vestidos. Pero uno de los periodistas incluso llegó a decirme que Azur y Asmar era prácticamente un desafío de Francia a los Estados Unidos. La escena en cuestión es simplemente una nodriza dándole el pecho a dos bebés. En fin, que se veían un poquito los senos. Y esa fue la razón de tanto escándalo. 

–¿Te gusta la animación mainstream actual? 

–No. Soy muy exigente y como espectador de animación mi gran pasión es, cuando voy a un festival, buscar los cortometrajes, que son lo que normalmente me gusta más. La animación americana está bien hecha, pero no me conmueve. Veo esas películas como una fabricación para homogeneizar y algo concebido como medio para hacer mucho dinero. Me gustan las películas personales, en las que hay un artista detrás, y no un mercader. Estas películas norteamericanas se me hacen tan mecánicas que no siento el ser humano detrás, no les encuentro el corazón. 

–¿Y en el cine de animación actual dónde dirías que hay corazón? 

 –Una película que me gustó muchísimo es Persepolis de la iraní Marjane Satrapi; está excelentemente concebida, y me cautivó la honestidad de su técnica. Simple, sin color, y dice sólo lo que hay que decir, ni más ni menos. Mi tipo de animación es bastante diferente del de Satrapi, y ella tiene mucho mejor humor que yo. Y quizá la gran diferencia entre ella y yo es que yo le escapé a cosas terribles que ella vivió en persona... 

–¿Y te gusta Hayao Miyazaki? 

–Sí, por supuesto. Me gustan Miyazaki e Isao Takahata, los dos son grandes autores. Son hombres honestos y hacen lo que quieren hacer, sin nunca haber tenido el éxito aegurado. Hicieron la mayoría de sus películas en una época en que estaba de moda la animación norteamericana pero no la japonesa, y ellos comenzaron una actividad extraordinaria que convirtió para siempre a la animación de su país. El camino que yo abrí en Francia a partir de Kirikou, ellos lograron hacerlo con mayor éxito. Takahata tiene un perfil más bajo, pero yo creo que es de los clásicos que van a durar, y me siento más cerca de él que de Miyazaki. Takahata tiene una película que se vio muy poco que es increíble, y que es lo más anti-comercial que pueda imaginarse. Se llama Goshu, el violoncellista, y se centra en una anécdota impensable: la historia de un tipo que es un músico mediocre, y que a lo largo de la película va aprendiendo a tocar mejor; los animales cada tanto se le acercan y le dan consejos. 

*Se agradece particularmente la colaboración de Ricardo Casas, quien ofició como traductor del francés para que esta entrevista pudiera tener lugar.

Publicado en Brecha el 5/9/2014

martes, 2 de septiembre de 2014

Guardianes de la galaxia (Guardians of the Gallaxy, James Gunn, 2014)

Anti-héroes Marvel 

Abocado frecuentemente al cine de superhéroes, ya el estudio Marvel Films había metido un golazo con Los vengadores, proponiendo un largometraje de los más adictivos, de esos que huelen a matinée, que mantienen al espectador al borde de la butaca durante todo el metraje, encandilado con ritmos trepidantes y un espíritu lúdico desbordante. Si bien este año los blockbusters vinieron muy flojos, desplegando fuegos de artificio rutinarios y repletos de lugares comunes, esta película retoma el nivel de lo mejor de Marvel Films y supone un dichoso reencuentro con el gran espectáculo. 
Un grupo de marginados e inadaptados vaga por un remoto universo sideral: son ladrones, mercenarios, cazarrecompensas, bandidos de la más baja calaña que, como no podía ser de otra manera, coinciden en un mismo lugar queriéndose matar los unos a los otros, y comienzan a conocerse en una forzosa estadía juntos, al interior de una cárcel. El grupo no podía ser más disímil: Zamora, de lustrosa piel color verde, es una asesina perfecta; Quill, un aventurero mujeriego detestado y requerido por media galaxia; Groot, un humanoide con forma de árbol (o viceversa); Drax el destructor, un mastodonte que, consecuente con su apodo, sólo piensa en venganza y, no menos intimidante, Rocket es un pistolero mapache de capacidades intelectuales asombrosas, como resultado de experimentos genéticos. El trazado de los personajes es perfecto (y eso que dos de ellos son íntegramente digitales), cada uno presenta su atractivo y su escondida dosis de humanidad, y la conjunción supone una mezcla explosiva e hilarante, cuyo mayor interés radica en su incorrección. En un universo donde los valores morales no son claros, la vocación auténticamente antisocial de estos energúmenos se convierte en una fuente inagotable de efectivos chistes. 
Si esta base de personajes (lejos de superhéroes, son auténticos anti-héroes dignos de las novelas negras) ya posee un gran atractivo, el guión en su conjunto se presenta como un efectivo ejercicio lúdico. Quill, el protagonista, trae consigo un walkman a pilas con una selección grabada en cassette, cuyo rótulo escrito a mano reza "música buenísima Vol. 1" (el homenaje a la cultura pop de los años ochenta es constante) y todo el libreto está construido en torno a este artefacto y a las canciones allí contenidas, como "Hooked on a Feeling" de Blue Swede o "Cherry Bomb" de los Runaways, que se acompasan con la acción y dan fuerza al relato. Como en la vieja trilogía de Star Wars, la ciencia ficción espacial es una excusa para dejar volar la imaginación y construir un universo brillantemente orquestado de batallas espaciales, tiroteos con armas láser, peleas cuerpo a cuerpo y monstruos de diverso calibre. 
Sobre el desenlace el buen nivel decae un poco, con reiteradas invocaciones a la amistad y a la comunión grupal que caen un poco en lo cursi y echan a perder un poco ese encanto anárquico de los personajes. Por supuesto, esta es la primera parte de una nueva franquicia, y visto el taquillazo que viene significando la primera entrega, es de esperar que vendrán algunas más. Pero de mantenerse el ingenio, el pulso y las ganas de hacer presentes –afortunadamente el director británico y co-guionista James Gunn también estará encargado de la secuela– no habría que dejarlas pasar.

Publicado en Brecha el 29/8/2014