jueves, 10 de julio de 2014

Bajo la misma estrella (The fault in our stars, Josh Boone, 2014)

La desgracia como insumo 


Después de haber visto series como Breaking bad o películas como Dallas Buyers Club sorprende sobremanera encontrarse con esta clase de engendros fílmicos. Es por lo menos curioso que en una película estadounidense centrada en personajes que atraviesan por diversas etapas de enfermedades terminales no se haga ni una sóla referencia, aunque sea sutil, a los costos de los tratamientos, a las complicaciones burocráticas, a las diversas trabas institucionales que debe enfrentar un grupo familiar en situaciones extremas de este tipo. No sólo no se hace mención al asunto, sino que además tampoco hay datos que permitan deducir la profesión de los padres de los convalecientes –a pesar de que son secundarios de una presencia importante–, o una señal mínima que lleve a comprender la fuente de los abultados ingresos económicos necesarios para costear todos esas radiaciones, quimioterapias, resonancias magnéticas, cirujías, botellas de oxígeno, juntas médicas y medicamentos de todo tipo y color que se suceden. Es cierto que el enfoque está orientado a otros asuntos: la historia de amor entre la chica (con un cáncer fase IV expandido a los pulmones) y el muchacho (de una sola pierna como consecuencia de un osteosarcoma), el peso de vivir una existencia con fecha de caducidad, y los efectos de estas adversidades sobre los seres queridos. Pero considerando que se trata de una de las temáticas más graves y acuciantes en la sociedad estadounidense de hoy, la omisión da cuentas de guionistas absolutamente desinformados o desinteresados y, en consecuencia, de una autoría cómplice, integrada y alineada a un sistema de salud enfermo, dominado por las multinacionales farmacéuticas.
También es especialmente molesto que los protagónicos hayan sido elegidos según estrictos parámetros de belleza estética –no es que sean malos actores, pero claro está que hasta el secundario más irrelevante pasó por un filtro– y parecieran salidos de la saga Crepúsculo. Es una pena que para buscar la empatía con discapacitados o enfermos terminales sea necesario recurrir a actores bellísimos, como si esta característica los hiciera más (y mejores) humanos para el gran público. Si fuera posible hacer caso omiso a todos estos puntos (no es fácil), a la sucesión de golpes bajos y a unas cuantas berretadas melodramáticas –los violines y los pianos reclaman reiteradamente el llanto– la película de todos modos tendría sus momentos de dignidad: hay chispazos de comedia que están bien integrados en la narración como los chistes cómplices entre discapacitados, o la destrucción de objetos por parte de un secundario como fondo de una conversación entre los protagonistas. También es posible sacar en limpio algún apunte de interés de entre todos los excesos discursivos del guión, pero la sensación final es la de contemplar un refrito de explotación del cáncer, disfrazado de aproximación seria.

Publicado en Brecha el 4/7/2014

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