viernes, 31 de enero de 2014

La parte de los ángeles (The angel's share, Ken Loach, 2012)

Whisky del bueno 


A la afirmación de que Ken Loach viene filmando la misma película desde hace cuarenta años hay poca cosa que responder salvo que pocos lo hacen mejor que él. Y lo cierto es que últimamente el director (hoy con 77 años) ha sabido reinventarse, con obras más dinámicas y contagiosas, con la explotación de un aire políticamente incorrecto que significa un soplo fresco y, en este caso particular, con un notable sentido del humor. Es una suerte que el director pueda distanciarse de esa seriedad que sufrió buena parte del cine social europeo (y él mismo) durante décadas, como si el entretenimiento y la denuncia militante fueran asuntos incompatibles o antagónicos. 
"La parte de los ángeles" es la porción del whisky que se pierde por evaporación durante su añejamiento en barricas de roble. La metáfora es aplicable a los personajes, eternos inadaptados de los barrios bajos de Glasgow que vienen marcados por las pérdidas: habiendo pagado penas en prisión, tentados a la reincidencia en el delito, vinculados forzosamente con maleantes. Pero es esta cualidad de perdedores la que los lleva a conocerse, cumpliendo con determinadas tareas en los servicios comunitarios. 
Durante la primera mitad de la película son expuestas, a grandes rasgos, las penurias de los cuatro personajes principales, el protagonista, un padre reciente obligado a enderezarse, más un borrachín de pocas luces, una cleptómana y un rebelde anti-sistema muy único en su especie. El ángel del título vendría a ser Harry, un asistente social que se preocupa por ellos y los lleva a conocer otro mundo que pueda hacerles levantar la cabeza del círculo vicioso del que son cautivos. Cuando el protagonista entra al mundo de la cata de whisky descubre habilidades propias que desconocía, y también mundos impensados: como en la reciente The bling ring, de Sofía Coppola, es expuesto a un círculo de gente con muchísimo dinero y despreocupada de la seguridad de sus posesiones, ya que ni siquiera imaginan que alguien podría robarlos. Lo irónico del asunto es que, cuando un marginado se ha convertido en chivo expiatorio, condenado igualmente por el Estado y la sociedad civil, una de las pocas vías de superación o ascenso social a las que puede echar mano y que conoce cabalmente es el mismo delito, y aquí es que la película alcanza su mejor mitad: al estilo de las mejores películas de atracos, este grupo de antihéroes se prepara para un robo premeditado y un golpe perfecto contra quienes se encuentran en el extremo opuesto de la escala social. 
Con un poco de road movie, algo de drama, fuertes dosis de comedia socarrona, acompañada de una notable banda sonora (el tema "I would walk 500 miles", de The proclaimers nunca sonó tan bien) y emparentado en espíritu con ese cine clásico y de género que siempre funcionó, Loach da con la combinación ideal de ingredientes para una malta refinada, añejada con la sabiduría de un eximio veterano. 

Publicado en Brecha el 31/1/2014

miércoles, 29 de enero de 2014

El Mayordomo (The butler, Lee Daniels, 2013)

Viva Obama

 


Al comienzo de la película, el protagonista aún niño observa como en un algodonal el patrón viola a su madre y acto seguido mata de un tiro en la cabeza a su padre, siendo la segunda de las acciones un acto absolutamente incomprensible y poco pertinente –a ningún patrón, por déspota que fuere, le conviene eliminar a su mano de obra sin buenas razones–. Pero quienes vimos Preciosa ya sabemos como es el director Lee Daniels; allí una adolescente negra, obesa y analfabeta era violada por su padre, engendrando en ella un hijo down y para más lindezas contagiándole el SIDA. Es decir, se trata de un cineasta que parece tener muy claros sus objetivos, y que no le hace asco alguno a los trazos gruesos con tal de manipular a su audiencia en determinada dirección. 
Es así que Cecil Gaines (Forrest Whitaker), luego de un cúmulo de penurias, logra por fin hacerse de un trabajo digno, y finalmente pasa a ser uno de los “flamantes” mayordomos de la Casa Blanca. Durante su servicio, ve pasar a siete presidentes, (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Reagan) cada uno de los cuales hace sus apariciones estelares, hablando siempre de temas políticos-raciales cruciales que, claro está, en vez de hacerlo en completa reserva, deciden charlarlo justo cuando su mayordomo negro viene a servirles. Por supuesto que la mayoría de ellos también establecerá un vínculo personal con su mayordomo y lo utilizarán para descargar sus confesiones. 
Al mismo tiempo, el hijo del protagonista va convirtiéndose paulatinamente en un militante por los derechos civiles de los negros, por lo cual la película también va dando cuenta de los hitos históricos en ese sentido, en un recorrido combativo mucho más interesante e intenso que el de su padre. Lamentablemente se trata de apenas flashes, pequeños tramos de metraje en los que se ve al muchacho en acciones contestatarias, en los viajes interraciales del “autobús de la libertad” o más adelante cuando se involucra con el socialista Partido Panteras Negras, diezmado en 1969. 
Si bien la película mantiene cierto interés durante sus más de dos horas, se vuelve cansino el tono pedagógico en que es presentada, con subrayados especialmente irritantes. Cuando el ya veterano protagonista se da cuenta que su hijo subversivo y revoltoso fue realmente un gran revolucionario, su pensativa voz en off arremete: “Lois nunca fue un criminal, fue un héroe que luchaba por salvar el alma de nuestro país”. Y cuando finalmente vemos a los personajes, la familia entera apoyando con fervor a Obama en su campaña presidencial, ya no nos quedan dudas del carácter panfletario de esta película. 
De todos modos es interesante ver, en una oscarizable superproducción histórica mainstream, cierto revisionismo histórico y espíritu autocrítico en frases proferidas como: “nos asomamos a ver el resto del mundo y juzgamos. Nos enteramos de los campos de concentración, pero estos campos existieron por 200 años aquí mismo, en Estados Unidos.” Un síntoma de nuestros tiempos, y de los grandes cambios sucedidos recientemente en la potencia. 

Publicado en Brecha el 24/1/2014

jueves, 23 de enero de 2014

Por qué Game of thrones

Más que un juego 



La historia de Game of thrones es demasiado amplia para describir con palabras, o para esbozar una suerte de sinopsis. ¿Por qué?, porque se trata de una obra coral, con decenas de personajes y más de un centenar de secundarios, porque se sostiene en una compleja trama de estratagemas y alianzas políticas, situadas en una incierta época con reminiscencias medievales y toques de fantasía. Así, la historia da saltos geográficos continuos, situando la acción cerca de personajes que se encuentran dispersos por un vasto mapa, ofreciendo varios puntos de vista sobre un mismo conflicto. 
El reino de Westeros se encuentra en una lucha perpetua. Como los recientes ascensos al poder no se encuentran exentos de traiciones, artimañas, mentiras y silenciamientos forzados, varias personalidades y familias se disputan el derecho al trono, creyendo ser los verdaderos y legítimos herederos. Cada líder erigido y sus propios reinos sufren sus propias adversidades, sus conflictos internos, en cada uno de estos micromundos hay diversidad de opiniones y es impuesta una cruzada premeditada y racional para hacerse con el poder, o simplemente para clamar la venganza hacia quienes lo ostentan. 
Podría parecer a simple vista una épica manida, otro hijo bastardo y caricaturesco de El señor de los anillos. Pero lo cierto es que Game of thrones tiene mucho para ofrecer, y mucho material que hubiese sido impensable dentro de la saga de J.R.R. Tolkien. En primer lugar, la lucha entre el bien y el mal ya no es tal; los bandos presentados tienen todos ellos sus personajes pérfidos y quizá otros un tanto más simpáticos; hay seres tan ambiguos que dudamos a la hora de empatizar o no con ellos. De cualquier modo, todos tienen sus motivos, defienden sus intereses, tienen un pueblo por el que luchar. Por más repulsivos que aparenten ser determinados personajes, puede comprenderse que obran por el cuidado de los suyos, como bien ejemplifica el nefasto patriarca Tywin Lannister. Ese juego de ambigüedades contrapuestas es la mejor basa con la que embiste la serie: cierto carácter puede parecer terrorífico hasta que demuestra impredecibles lealtades, rasgos de solidaridad o humanismo; de la misma manera, el personaje más heroico y querible puede caer en bajezas muy cuestionables. 
Otro de los rasgos por los que la serie se distingue de cualquier otra que se haya hecho es que hay niveles de sexo y violencia sin precedentes en el género épico. Y estamos hablando de caballeros teniendo relaciones homosexuales, de desnudos frontales, de violencia gráfica de toda clase, hasta eventualmente de torturas que obligan al espectador a girar la vista. Pero quizá lo más impactante de todo sea la forma en la que ciertos personajes cruciales, cuyas desventuras seguíamos con interés, son asesinados fríamente, de un golpe y sin aviso previo. El temor a la llegada del episodio 9 de cada temporada ya es un sentimiento asimilado por los adeptos a la serie; pues se sabe que no son capítulos fáciles de digerir. 
La culpa de todo la tiene el maldito y barbado George R. R. Martin, escritor de ciencia ficción, fantasía y horror, responsable de la extensa saga literaria Canción de hielo y fuego, novela río dividida en cinco tomos (y con dos aún por publicar) en la que fue propuesto el universo adaptado. Martin sigue de cerca el desarrollo de la serie televisiva, adaptando uno de los diez capítulos de cada temporada. Hoy llegado a los sesenta y cinco años y con algunos problemas de salud, no son pocos los fans que encienden velas para que no muera antes de terminar los dos tomos restantes. Por si acaso, Martin ha firmado un contrato con la HBO por el cual, si llegara a morir, los rseponsables de la transmisión tendrían derecho a terminar la serie de todos modos. Además de regalarnos historias únicas, Game of thrones cuenta con un reparto superior, principalmente de origen británico, entre los que se destaca un notable elenco infantil e intérpretes adultos que conciben personajes legendarios. La lista de meritorios es extensa, aunque quizá las mayores palmas se las lleve Peter Dinklage, el inefable y carismático Tyrion Lannister, un enano de linaje, un brillante estratega ubicado en el centro mismo de un nido de serpientes. Más que un juego, Game of thrones es un exabrupto de maldad. Y uno especialmente adictivo.

Publicado en Revista Dossier, 11/2013

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viernes, 17 de enero de 2014

La mejor oferta (La migliore offerta, Giuseppe Tornatore, 2013)

Desvalijando almas 



Virgil (Geoffrey Rush) es un hombre obsesivo, metódico. Un renombrado anticuario que basó su éxito en comprar barato y vender por fortunas, en engañar a su clientela despreciando obras valiosísimas; como dijera el escritor Daniel Pennac respecto a la profesión, un hombre que hizo su carrera "desvalijando almas". Pero no se trata solamente de un embustero y un timador, sino que además es, en general, un tipo bastante desagradable. Su mal semblante casi permanente, su carácter despectivo y el desinterés por el prójimo lo convierten en un protagónico difícil de aceptar. Asexuado y sin interés aparente por las mujeres, parece sin embargo orientar su libido a contemplar su más preciada fortuna personal, una habitación repleta de cuadros históricos, únicamente de representaciones femeninas.
El primer gran mérito que cabe adjudicarle al director Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, Pura formalidad) es lograr la identificación de la audiencia con este personaje. No es un proceso simple ni inmediato, pero paulatinamente Rush va logrando los matices necesarios para que se encuentren atisbos de humanidad en él, y hasta un insospechado enamoramiento. El segundo mérito está precisamente en ese objeto de deseo que comienza a irrumpir en su vida y a transformarlo por completo. Se trata de una muchacha agorafóbica (con miedo a los espacios abiertos), que permanece oculta y sin dejarse ver durante la mitad de la película, intrigando al protagonista y junto a él al espectador. Las mayores y más variadas sospechas puede despertar el personaje y sus motivaciones, y el suspenso logrado a partir de ese enigma es un notable acierto del guión. Es interesante la forma en que se presenta la mujer ideal para este perfil neurótico y malhumorado: una muchacha que ha pasado encerrada durante años, que necesita ser curada, instruída, que podría ser salvada e incluso manipulada por él a su antojo. Una mujer aparentemente inofensiva como las que cuelgan en los cuadros que atesora.
Pero es pasada la segunda mitad del metraje que la película pierde ese interés inicial. La chica se muestra, y si bien continúa teniendo sus costados ocultos, se vuelve algo mucho más patente, menos interesante. Durante esta segunda parte la trama se dilata demasiado y se pierde en idas y venidas de los personajes, en el vínculo amoroso y pasional y en la sospecha de una traición. Sin volverse pesada o llanamente aburrida, la película, siempre elegante y vistosa eso sí -la recargada puesta en escena al menos entretiene la mirada- termina por perderse sobre el final, cuando una vuelta de tuerca busca resignificarlo todo. El problema con este giro final es que no tiene nada de sorpresivo porque es algo que se sospecha desde el comienzo mismo de la película, y que además, no resulta en absoluto creíble. Podrá decirse que aquí no se busca el realismo ni la verosimilitud y que lo que más importa es el significado metafórico del asunto -hay especial énfasis en el tema de la falsificación y el fraude-, pero en definitiva deja pensando en un planteo demasiado rebuscado. Con Hollywood ya tenemos suficientes.

Publicado en Brecha el 17/1/2014

viernes, 10 de enero de 2014

El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, Martin Scorsese, 2013)

Relocos y repasados 

 


Esta película no es sólo un síntoma de nuestros tiempos, sino la prueba del cambio radical en la mentalidad estadounidense respecto a Wall Street provocado por la crisis bursátil de 2008, y el profundo trauma que dejó en la población. Que Martin Scorsese haga hoy una película centrada en los brokers, desmitificándolos y presentándolos como perfectos energúmenos, delincuentes equiparables -y con muy pocas diferencias- a los gángsteres de sus películas Calles peligrosas, Buenos muchachos o Casino, supone un cambio radical -y bienvenido- con respecto al Hollywood que había lanzado hace tan sólo siete años una película abominable llamada En busca de la felicidad, en la que Will Smith interpretaba a un hombre de a pie, desempleado pero genio de las matemáticas, que se hacía su lugar en Wall Street alcanzando el "sueño americano", erigiendo finalmente su propia empresa de corredores de bolsa y llevando así un plato de comida para su hijo. Efectivamente, daba asco. 
El lobo de Wall Street podría leerse como el reverso perfecto de aquella otra película. Centrada en la figura real de Jordan Belfort (Leonardo Di Caprio), un agente de bolsa de Nueva York, se expone su trayectoria desde sus inicios en los años ochenta cuando fue un simple vendedor de acciones cotizadas en centavos, su paulatina escalada multimillonaria y finalmente su aparatosa caída a fines de los noventa. No es menor el hecho de que el personaje recurra, al comienzo de la película, a un montón de dealers de poca monta, perfectos lúmpenes para su emprendimiento bursátil. Gente que no sólo carecía de aptitudes para las matemáticas, sino que además no tenía formación alguna, y mucho menos escrúpulos. Se sigue así una comedia desopilante con puntas dramáticas -aunque aún en los momentos más terribles y violentos continúa siendo graciosa-, y con un humor basado principalmente en esa misma premisa: la cortedad de miras y la ausencia de moral de los personajes. 
Scorsese, que supo ser un empedernido adicto a la cocaína en los años setenta y que llegó incluso a una sobredosis que lo dejó hospitalizado, conoce en carne propia el descontrol toxicómano, la vida entre prostitutas y el desmadre general constante que puede vivirse en esta película. Hay momentos desopilantes así como secuencias en las que el descontrol satura, tornándose desagradable e incómodo. Esa notable dualidad entre la simpatía y el rechazo que generan el protagonista y toda la película despierta una atracción morbosa constante, estableciendo cierta complicidad, alternando euforia con incomodidad y hasta una pizca de compasión durante los desbordes de patetismo. 
Uno de los mejores actores secundarios presentes, Matthew McConaughey (y esos que los hay a raudales, pero no podría nombrar a todos por cuestiones de espacio) da al comienzo pistas, claves esenciales para sobrevivir al trabajo en Wall Street: tomar mucha cocaína y masturbarse varias veces por día, por ejemplo. También enseña una especie de canto ritual indígena vaya uno a saber de qué origen, que será reproducido más adelante por el protagonista. Clara referencia a que no hay nada de sofisticado, de sustancioso o de profundo en este trabajo, sino que por el contrario se trata de un oficio en el que se recurre a varios de los aspectos más básicos del ser humano: la ambición más desacatada y la búsqueda irreflexiva de adrenalina. 

Publicado en Brecha el 10/1/2014

lunes, 6 de enero de 2014

Las mejores películas (XXII)

Les tengo que confesar algo: a veces miro hacia atrás estas listas y me digo: ¿cómo recomendé esta mierda de película?, pero por suerte somos gente cambiante y lo que ayer nos pareció bueno hoy nos puede resultar vomitivo y viceversa... Pero bueno, el punto es que esta vez estoy muy seguro de esta selección que les presento hoy. El reencuentro con viejos amigos y sobre todo, la aparición de nuevos talentos (o talentos que ni conocíamos) que aparecen encabezando esta lista, nos recuerdan que el año pasado fue un gran año para el cine mundial. Si aún les queda alguna para ver, háganse de ellas prontamente. Acá el señor se hace enteramente responsable ;)

The Act of Killing de Joshua Oppenheimer (Dinamarca, Noruega, Reino Unidos) 
Los flamantes productores de esta película son nada menos que Errol Morris y Werner Herzog. En Indonesia, se vive desde hace cuarenta años un estado de sitio, una dictadura disfrazada de democracia en la cual los gángsters son dueños de la calle y hacen lo que se les place, con perfecta impunidad. Muchos de ellos, héroes nacionales por haber exterminado un millón de comunistas en los años sesenta, hablan sobre las formas de asesinar masivamente, sobre como diezmaron aldeas enteras, violaron y torturaron. Monstruos reales presentados en su cotidianeidad, en uno de los documentales más increíbles jamás filmados. 

In the flesh de Jonny Campbell (Reino Unido) 
En rigor, es una serie de la BBC, de tan sólo tres capítulos. El ataque de las hordas zombis ya fue repelido por los humanos, y hasta se obtuvo la cura para traerlos de vuelta a sus familias y a sus casas. Pero no todo el mundo está de acuerdo con la reincorporación, y en algunos barrios hay grupúsculos armados, quizá parientes de víctimas de ataques zombis dispuestos a exterminar la vieja amenaza... para un ex zombi la vuelta a la vida no es un camino fácil. Seguramente la mejor expresión audiovisual de muertos-vivos que haya visto, (en efecto, incluso mejor que The night of the living dead).  

Gravedad de Alfonso Cuarón (Estados Unidos) 
La primera pregunta que surge después de ver este pedazo de película es cómo cuernos hizo Cuarón para filmar algo así. Cine de atmósferas en donde no hay arriba ni abajo, las cosas levitan y se entremezclan, todo se destruye, todo es una cuenta regresiva hasta la muerte segura, no hay movilidad adentro de los trajes y la inercia es el peor enemigo. Una experiencia cinematográfica de la gran puta, una inmersión absolutamente tensa y vertiginosa, extenuante como pocas. Pensábamos que era imposible que una película con Sandra Bullock fuera buena, y nos equivocábamos.  

La grande bellezza de Paolo Sorrentino (Italia) 
Quién hubiera dicho que el gran Paolo Sorrentino se convertiría en el Fellini de la década del 2010. Pues es así, y qué brutal despropósito que se mandó. De la mano de un periodista mujeriego, noctámbulo, deprimido e indolente, se nos ofrece una visión sobre la vida en los círculos aristocráticos y culturosos de la ciudad de Roma. Con ironía, arrojando ácidos a diestra y siniestra, el protagonista se abre paso a través de una gran galería de absurdo vacío, con la decepción a la vuelta de cada esquina. De a ratos se impone, portentosa e indiscutible, la belleza. 

Wolf Children de Mamoru Hosoda (Japón) 
La crianza de dos niños-lobos no es tarea fácil, menos aún si la madre es viuda, si ya están crecidos y alcanzaron la primera adolescencia. Allí deben debatirse si optar por seguir una vida en sociedad, junto a otros seres humanos, o en el bosque mismo, junto a otras criaturas. Un animé hermosísimo, logrado por Hosoda, el mismo autor que nos cautivó con The girl who lept through time y la brillante Summer Wars. Con frescura, sensibilidad, sabiduría, y ese humanismo tan propio del mejor cine de animación japonés.  

Prisoners de Denis Villeneuve (Estados Unidos) 
A dos parejas vecinas les sucede lo peor: sus niñas pequeñas desaparecen, juntas, sin dejar rastro. Luego de buscarlas un buen rato, se impone la certeza de un secuestro. Cuando la policía comienza a investigar, el caso parece tan difícil como inaprensible, y es por esta razón que uno de los padres decide poner cartas en el asunto, con la brillante idea de utilizar la tortura para obtener confesiones. Impactante radiografía de la idiosincrasia religiosa norteamericana, centrada en ese pragmatismo tan suyo a la hora de resolver situaciones. Como thriller policial, la película además funciona de maravilla.  

Profesor Lazhar de Philippe Falardeau (Canadá) 
En una escuela primaria de Montréal ocurre lo que no debería pasar nunca. Una maestra se suicida en medio del salón de clase. El colegio debe conseguir un profesor sustituto a mitad de año, capaz de contener a un grupo de niños en pleno proceso de afrontar el shock y el posible trauma. El profesor del título, inmigrante argelino, es a quien le toca lidiar con ellos. Una película sensible pero no sensiblera, llevada con mano firme y nada discursiva, que versa sobre las formas de abordar la muerte a nivel institucional y grupal. Sobre los tabúes y las dificultades de integración. 

El conjuro de James Wan (Estados Unidos) 
Lejos del terror posmoderno y bobalicón a lo Cabin in the woods, acá tenemos una narración simple y clásica, una concepción firme, marca del malayo James Wan, personajes muy bien logrados y horrores atemporales. La recomendación podría ir acompañada también de la notable Insidious 2, pero creo que esta es aún más perfecta y está mejor resuelta. Los mejores detalles son la apariencia de naturalidad y hasta cierto humor, que lo religioso esté exento de rollos grandilocuentes y, naturalmente, ese gran exorcismo final. Wan dice que se retira del cine de terror, y es una verdadera pena. 

Una pistola en cada mano de Cesc Gay (España) 
La crisis de identidad a los 40, desde múltiples perspectivas. Con mucha puntería, el realizador catalán Cesc Gay plantea una película casi feminista en la que expone, como en una obra coral, a varios personajes masculinos que bordean el patetismo, llegados a un punto vital en el que se ven entrampados, o tomando decisiones claramente equivocadas. Los personajes son inolvidables en parte gracias a la inmensa selección de actorazos, de los mejorcitos que pueden encontrarse por la península ibérica, más algún otro de por acá cerca... 

Las ventajas de ser invisible de Stephen Chbosky (Estados Unidos) 
Seguramente una de las sorpresas del año. Es ciertamente extraño que un novelista intente dirigir una película y le quede tan bien. Las típicas dificultades de un adolescente introvertido y estudioso para encajar en una secundaria son expuestas con comprensión y humanismo, y cuando el chico es adoptado por un par de amigos que no parecen tenerle miedo a nada, el vínculo lo lleva a sus primeras vivencias y decepciones. Una película que expone con sensibilidad una etapa vital en la que los lazos humanos son determinantes, y el profundo dolor que surge al perderlos y tener que afrontar definitivamente la adultez.

Lluvia de hamburguesas 2 (Cloudy with a chance of meatballs, Cody Cameron, Chris Pearn, 2013)

Ya no llueven, pero da lo mismo 

 


La espectacular primera entrega había sido una gran sorpresa. Sony Pictures animation, lo que hasta entonces había sido un impecable estudio de animación estadounidense que había logrado una película brillante (Surf’s up) entregaba otro gran éxito con muchas peculiaridades. La primera Lluvia de hamburguesas estaba dotada de un ritmo trepidante y adictivo, de una historia tan extraña como divertida e irreverente y de una inventiva visual atípica. Con seres elásticos y de movimientos imposibles, con gags perpetrados a toda velocidad y un gran sentido anárquico, la animación se sentía más cercana a las clásicas caricaturas de la Warner Bros que al cine de animación dominante, más jugado a texturas y a movimientos realistas. Más adelante, Sony Pictures Animation pareció perder el rumbo y la solidez que lo caracterizaba ofreciendo películas que, si no llegaban a estar mal del todo, carecían de la gracia y el empuje de las anteriores (Los pitufos 1 y 2, Hotel Transylvania, ¡Piratas!, una gran aventura). 
Manteniendo la dignidad pero no el buen nivel de antes, en esta secuela hay un cambio de peso. La dupla de directores de la primera (Phil Lord y Chris Miller) fue sustituida por otra nueva, un par de animadores más inexperientes (Cody Cameron y Kris Pearn) y un grupo de guionistas que parecieran estar peleándose en el mismo trayecto de la película por ver quién aporta más líneas de diálogo. El resultado es un tanto abrumador, una obra sobregirada que, a pesar de contar con personajes atractivos que ya habían sido introducidos antes, demora mucho en cautivar, sin ofrecer momentos de distensión como para dejarle entrar aire al relato y permitir que sus personajes y el espectador respiren un poco. Hay momentos muy graciosos y de gran inventiva, se presenta un mundo inevitablemente atrayente (habitado por comida viviente y animalizada, a veces entrañable) y personajes que son lo máximo (el policía y una frutilla parlante sobre todo), pero es esta la clase de cine que se sustenta más en una acumulación de chistes que en una buena historia. Ya se sabe quién es el malo desde el primer fotograma en que aparece y no presenta ningún matiz que lo vuelva interesante. Las referencias cinéfilas son casi constantes y aluden a Jurassic Park, La misión, El regreso del Jedi, entre otras, pero la explosiva gama de colores y tanta variedad y riqueza de detalles merecían un poquito más de reposo.

Publicado en Brecha el 3/1/2014

viernes, 3 de enero de 2014

La cacería (Jagten, Thomas Vinterberg, 2012)

El peor de los panoramas

 


Cuando existe la sospecha de un abuso sexual a un niño, el procedimiento a seguir debe ser el adecuado, y es importante que el interrogatorio a la presunta víctima sea realizado, primero que nadie, por una persona especializada en el tema. Esta película muestra, entre otras cosas, las nefastas consecuencias de no seguir estas indicaciones, en muchos casos provocando daños irreparables a ciertos individuos y su entorno social. 
Cuando a un niño se le somete a un incómodo interrogatorio, y se le hacen afirmaciones y preguntas orientadas de tipo "sabemos que te tocó", o "¿te tocó acá, verdad?, es probable que el niño conteste cualquier cosa con tal de zafarse de esa situación tan terrible y a veces llanamente traumática. En esta película una niña pequeña y enojada se inventa una historia referida a un docente que se encuentra de paso por su escuela, alarmando primero a la directora del colegio y luego, haciendo cundir el pánico en toda la comunidad. Se demuestra aquí todo lo que no hay que hacer en estas situaciones: apelar al dicho popular de que "los niños no mienten", acudir a personas no especializadas para los interrogatorios, y comunicar lo sucedido a los demás padres sin hablar antes con las autoridades pertinentes. 
Es así que esta historia muestra a un protagonista inocente que de golpe se ve envuelto en el más injusta y horrenda de las situaciones. Los rumores y la paranoia colectiva se van encadenando y en estos casos hasta es común que surjan otros casos inventados por otros niños, acusando al mismo presunto abusador. Hoy, con la existencia de las redes sociales, y ciertas tendencias sociales a hacer justicia por mano propia, el asunto se puede convertir en una caza de brujas. Esta película es hábil en exponer este fenómeno por el cual la certeza absoluta de algo es capaz de contagiarse a los demás, extendiéndose como un virus. Y cuando una bola de nieve se vuelve demasiado grande, prácticamente no hay formas de detenerla. 
Al director Thomas Vinterberg se lo recuerda sobre todo por su debut La celebración, también centrada en un caso de abuso a niños (aunque en ese caso el abusador sí era tal) y por haber firmado junto a Lars Von Trier y otros cineastas el polémico manifiesto del Dogma 95, con el que pretendían cambiar las bases del cine mismo -aunque ni ellos parecían tomárselo muy en serio-. La película es muy recomendable en cuanto mantiene la tensión muy alta de principio a fin; los actores están todos muy bien y la anécdota está notablemente narrada. Cerca del final toma un giro un tanto curioso: el protagonista recurre a la violencia como forma de afirmarse y convencer a los demás de su inocencia. Como cuestión cinematográfica, catártica y de género esto funciona muy bien, pero la historia transitaba el realismo hasta ese momento y realmente cuesta creer que esa vía sea efectiva, y que un hombre en esa situación recurra a ella, con los riesgos que implica. 

Publicado en Brecha el 3/1/2014