jueves, 30 de mayo de 2013

El Bella Vista (Alicia Cano, 2012)

Comprensión y talento



En la ciudad de Durazno, un pequeño club de fútbol en decadencia cierra sus puertas, y la propiedad es vendida (con trofeos y todo) a una madama que instala en el recinto un prostíbulo de travestis. Abrumados los vecinos por los ruidos molestos y por la ebria impertinencia de algunos de los clientes, deciden recurrir a un caudillo-patriarca local: el "Patón", quien se compromete a sacar de ahí a "todos esos putos". Luego de una recolección de firmas y de un trámite judicial, el prostíbulo es desalojado y al poco tiempo se establece una iglesia, en la cual se dicta catecismo a un grupo de niños.
Si la anécdota ya es de por sí algo desopilante, este atípico documental expone con detenimiento y calidez pero a su vez con muy buen ritmo y un humor sumamente efectivo, a los principales protagonistas de este devenir. Así, se da cuenta de una realidad que atravesó un puñado de personas y los motivos de cada uno de ellos, sus razones, su perspectiva particular. La película logra dar cuentas de un conflicto determinante a la vez que humaniza las partes confrontadas. Se devela la conmovedora historia de Fabiana, una travesti que adoptó a un niño y lo cría amorosamente a pesar de las miradas reprobatorias de una parte de la comunidad; la tortuosa historia de amor de Agustina, otra travesti; la experiencia traumática del "Patón" con respecto a su único hijo varón, su principal orgullo.
Siendo recreada la acción por los mismos personajes, se logra una sorprendente ilusión de realismo. En una escena determinada, el Patón llega a un boliche del pueblo y luego de dar cuentas a sus amigos de su reciente éxito en los tribunales, les pide que lo ayuden a recrear la situación, interpretando respectivamente al abogado, al juez, etc. Este juego de espejos, esta actuación dentro de la actuación remite a esa tendencia lugareña a contar las historias colocándose en ciertos roles. La directora salteña Alicia Cano dijo a Brecha que originalmente comenzó el documental haciendo entrevistas a los personajes involucrados, dándose cuenta al poco tiempo de que no rendían de esa manera: se ponían nerviosos, no hablaban naturalmente, se trababan, y sólo cuando intentaban reproducir la acción alcanzaban cierta fluidez. Así descubrió que esa era la forma ideal de abordarlos, mediante la puesta en escena de la acción tal como hubiera sucedido originalmente y con los mismos personajes haciendo de sí mismos. Este viraje, este pragmatismo sobre la marcha es propio de los mejores documentalistas, capaces de adaptar su registro a las circunstancias.
Como para romper con la idea de que se trata de un documental observacional típico, son incluídas en plena acción las tentadas risas de los participantes, sus comentarios de que la recreación salió mal, la incorporación de un actor al cuadro. No son las únicas señales del simulacro: los planos-contraplanos para reproducir ciertos diálogos dan cuentas de la inexistencia de un registro documental clásico; en la escena del partido de fútbol, un locutor habla micrófono en mano hacia una cámara de televisión, e inmediatamente después directamente a la cámara de cine, reforzando el artificio. 
La película empieza como termina, en un pisadero en el cual se prepara el barro de los ladrillos. En un movimiento circular un tractor va mezclando tres capas, los tres ingredientes para fabricarlos. De la misma manera, el interior semirrural parece seguir esa cansina circularidad, en el cual la iglesia, el fútbol y el prostíbulo parecieran ser las tres instituciones fundamentales que definen la identidad uruguaya. Y la discriminación también parecería seguir una lógica de reproducción cíclica. 
El Bella Vista reúne en sus rubros técnicos a varios de los mejores artistas del cine uruguayo: Araúco Hernández (Hiroshima, Norberto apenas tarde, La vida útil) en la fotografía, Fernando Epstein (25 Watts, Whisky, 3) en la edición, Daniel Yafalián (25 Watts, Whisky, Tanta agua) en sonido, Maximiliano Silveira (Ruido, Perro perdido) en la composición musical. Este equipo, amalgamado en una orquestación notable, propicia una composición afinada, con momentos de gran belleza. El Bella Vista es uno de los más grandes documentales uruguayos, un sorprendente debut y una muestra indiscutible de talento.

Publicado en Brecha el 31/5/2013

domingo, 26 de mayo de 2013

Elena (Andrey Zvyagintsev, 2012)

El dinero y el frío


No es casual que el director Andrey Zvyagintsev sea considerado hoy uno de los más grandes cineastas rusos. Con sólo dos largometrajes previos (las notables El regreso y The vanishment) ha logrado imponerse en festivales de todo el mundo y en carteleras como un autor de características sumamente personales y reconocibles. 
Zvyagintsev hilvana aquí un relato centrado en la vida de una mujer, abuela de dos nietos, y su marido, aún mayor que ella. Una relación marcada a fuego por la desigualdad económica y la relación de poder surgida en consecuencia. De a poco, el cuadro va desentrañando paulatinamente un recargado drama íntimo, con la parsimonia y los ritmos propios de una cotidianeidad madura, en la que la pareja principal pareciera carente de apuros o visibles ansiedades. Pero de a poco pueden empezar a comprenderse sus conflictos diarios; se van intuyendo sus infiernos íntimos, sus costados oscuros, su desesperación. Nada es muy claro ni específico en cuanto a la verdadera naturaleza de las relaciones familiares presentadas, pero es mucho lo que podría intuirse. Zvyagintsev presenta esos personajes difíciles, de los que los vecinos podrían hablar pestes con facilidad –podríamos referirnos a la ligera como de “parásitos” e “hipócritas”, de “ingenuos” y “vividores”, de “vagos” o de “delincuentes”- pero en los detalles están los elementos que llevan a dudar de que estas categorías sean las apropiadas para seres humanos que, sabemos, esconden todos sus razones y una compleja densidad. 
Pueden verse a los personajes como representantes de segmentos sociales existentes en la nueva Rusia, y de dos mundos opuestos hoy prácticamente irreconciliables –nótese el largo viaje y la combinación de transportes que debe realizar Elena para llegar desde la casa que comparte con su marido a la de su hijo y su familia-. En un país que supo ser “norte” comunista y que sufrió una feroz transición hacia al capitalismo salvaje, el hijo de Elena puede verse como un nuevo desclasado, un ex proletario que vive las consecuencias de los cierres de fábricas y el golpe fulminante a las clases medias. El anciano marido, en cambio, puede considerarse un abanderado del neoliberalismo, convencido de que un individuo es absoluto responsable de su situación económica, y de que una situación de pobreza es un buen “castigo” para los que son incapaces de esforzarse. 
El hijo de Elena le pide a su madre dinero con la excusa de llevar a la universidad a su propio hijo y evitar que termine integrado al ejército, pero el espectador puede sospechar que este futuro en la universidad es sumamente improbable para él, intuyendo quizá que el dinero deba ser orientado a otros asuntos. La desigual distribución de la riqueza puede ser leída como el móvil primario, la causa última de la ausencia de humanidad y de una situación fría, opresiva, fulminante. Así, esta película que transcurre sin apuros ni grandes sobresaltos y con una estética tan pulcra, elegante y típicamente rusa es capaz de engendrar sutilmente una incomodidad mayúscula; sensación reforzada por la reiterativa música del veterano Phillip Glass, la cual se impone en los momentos menos esperables y que de alguna manera supone un presagio; un anticipo a la tragedia.

Publicado en Brecha el 24/5/2013

viernes, 17 de mayo de 2013

Las crónicas del miedo (V/H/S, Varios directores, 2012)

Dejen quieta esa cámara 


Como la notable The ABC’s of death, esta película está compuesta por varios episodios, dirigidos por varios cineastas del terror independiente. Se trata de una compilación de seis fragmentos concebidos por directores jóvenes estadounidenses, basados en la premisa de que estén filmados con la estética de “falso documental”. Pero hacer un filme colectivo es un verdadero arte del que es muy difícil salir bien parado: no se trata de agregar y sumar fragmentos sin más, sino que en su armado hay que saber ordenarlos, agruparlos, quizá imponer ciertos lineamientos para evitar la monotonía y lograr dentro de lo posible cierta variedad temática y formal. En cualquier caso, es inevitable que en una película compuesta de fragmentos haya importantes altibajos; y si la cantidad de episodios es mayor, esta disparidad puede ser realmente abismal. En el cine de terror, las obras dignas son más bien escasas: así como The ABC’s of death, -que de a ratos brilló gracias a talentos internacionales tan disímiles como Marcel Sarmiento, Xavier Gens y Banjong Pisanthanakun- también puede destacarse la reciente Three extremes, dirigida por los asiáticos Fruit Chan, Takashi Miike y Park Chan-wook, y que logró mantener una considerable calidad formal y narrativa en sus tres episodios. 
Aquí los fragmentos por separado tienen todos su interés: "Frame 56" tiene el atractivo de la anarquía destructiva y la incorrección política, aunque el final sea el más predecible y rutinario de todos, "Amateur night" cuenta con una de las mujeres vampiro más inquietantes que se hayan visto jamás, en "Second honeymoon" el horror surge al saber que una pareja está siendo filmada por las noches, mientras duermen, por un perfecto desconocido. "Tuesday the 17th" cuenta con un asesino serial muy bonito y estallidos gore que son un verdadero encanto. "The sick thing that happened to Emily when she was younger" juega muy bien con el horror psicológico, y está filmada como un diálogo por skype en computadoras portátiles. "10/31/98" es tan fresca y naive que parece filmada en otra época y hasta despierta cierta ternura. Los directores reclutados parecen tener todos sus buenos momentos, y es probable que sigamos oyendo de ellos en un futuro. 
Pero una película es un todo y aquí la sobreabundancia de adolescentes bobos, de griterío y desbunde, sumados a una cámara al hombro que no puede estarse quieta terminan extenuando demasiado, llegándose al punto en que en los últimos episodios uno está deseando que maten a todos los personajes de una buena vez. Hacer cine significa saber pensar en ritmo, economizar los impactos, las distensiones y los clímax. Aquí esta planificación parecería haberse omitido. 

Publicado en Brecha el 17/5/2013

jueves, 9 de mayo de 2013

Más apuntes sobre Tabú (Miguel Gomes, 2012)

Nostalgia culposa 


La acción, sorpresivamente, es divida en dos partes. Cuando durante la primera mitad, ambientada en la Lisboa actual, ya fueron construidos personajes consistentes y enigmáticos, cuando el espectador ya tiene su preocupación y su curiosidad absorbidos por su devenir, esta película da un salto temporal abrupto, colocando la acción cincuenta años antes y en un entorno distinto: el Mozambique colonial. De esta manera se plantea un estimulante juego de contrastes: el límpido formato en 35 mm se convierte en una imagen granulada concebida en 16 mm, el frío del invierno de la capital se opone con el calor de la sabana, la ciudad se confronta a la naturaleza salvaje y los espacios abiertos; el “paraíso perdido” es contrapuesto al “paraíso”.
Estos últimos títulos, que estructuran ambas mitades, permiten entrever una ironía por parte del ex crítico de cine y director Miguel Gomes (A cara que mereces, Aquele querido mes de agosto). Cuesta considerar un paraíso a la tormentosa segunda mitad, aunque precisamente es de esta manera que se configuran los recuerdos y las personalidades: lo que pudo haber sido un oasis de placer en medio de una situación dramática es finalmente sobredimensionado como la apoteosis de la felicidad, el recuerdo de una dicha -por breve y fugaz que haya sido- trae dolor; lo que pudo haber sido y no fue estará siempre presente para martirizar al memorioso, y como bien dijera Borges “los únicos paraísos son los paraísos perdidos”. Así, esta película es un sentido drama nostálgico que explora ese dolor, y también es un homenaje a un cine clásico que ya no existe. Se propone un estimulante juego de espejos, por el cual ambas mitades dialogan, refieren la una a la otra: la confianza del director en la capacidad del espectador para establecer los vínculos es, en este sentido, ejemplar. 

Durante la segunda parte, los personajes se desenvuelven como en una película hollywoodense de los años treinta, imbuidos en su trama pasional, en sus torbellinos personales, y dando muestras de un absoluto desinterés por el entorno social en el que están insertos, con un eurocentrismo y una superioridad aristocrática digna del colonizador más inconsciente, (algunos de ellos contrabandean una música pop pegadiza que desentona -léase colonización cultural-), y en perfecto desconocimiento de que ese universo imperial que los sustenta se encuentra ya en sus últimos estertores.
Porque la película también trata sobre la culpabilidad europea poscolonial. La problemática anciana burguesa de la primera mitad se ve abrumada por la culpa, y siente que tiene “sangre en sus manos”. Esto puede leerse de una manera amplia; la similitud temática con Caché de Michael Haneke no puede ser casual, y es muy probable que Tabú sea una consecuencia directa de aquélla. Hay un trasfondo social profundo, y el título alude, entre otras cosas, a lo que hubo y no se quiere ver, a los esqueletos en el armario, a una historia oculta: a la subyugación, la explotación y el saqueo a partir de los cuales varios países europeos edificaron su estabilidad. A esas regiones olvidadas y borradas del mapa, a un continente al que históricamente se le dio la espalda y que sigue siendo desconsiderado, a ese “tabú” refiere, entre otras cosas, esta película. 
Como último apunte, se trata de una obra que conviene analizar detenida y concienzudamente aunque no tanto. Hay mucho aquí de capricho lúdico. Consultado por la prensa sobre la repetitiva y enigmática presencia de un cocodrilo, el director contestó: “El cine se hace con cosas muy importantes y con cosas más superficiales. A mí me parece muy bueno poder contar con las dos”.

Publicado en Brecha el 9/5/2013

lunes, 6 de mayo de 2013

Iron man 3 (Shane Black, 2013)

Sólida y con armadura 


Además de las dosis de humor canchero, acción espectacular y villanos megalómanos, elementos prácticamente obligados y de manual para esta clase de superproducciones familiares, los recursos para que la saga de Iron man mantuviera su interés y su intensidad fueron utilizados con resultados desiguales. Las películas se valieron, para mantener su ritmo, de una doble tensión intrínseca al personaje: su inestabilidad física o mental por un lado y, por otro, la inestabilidad de su armadura. Digamos que un millonario pedante y ególatra de la talla de Tony Stark no es, a priori, un protagonista que despierte simpatías masivas, por lo que se volvía necesario que las cosas le fueran realmente mal, que lo aquejaran dolencias físicas y mentales para generar la adhesión necesaria. Que la armadura esté algo deteriorada justo en los momentos más importantes es el recurso que los guionistas de turno utilizaron para dosificar tensiones. Iron Man 2, la más floja de la saga, explotó muy mal el envenenamiento físico del protagonista, perdiéndose un poco la oportunidad de generar intensidad en los momentos clave. 
Nombrar el otro punto fuerte de la saga ya es una redundancia: Robert Downey Jr. es un actor enorme, la clase de intérprete que puede salvarle el cuero a directores inhábiles y a guionistas deficientes. Un hombre que se las ingenió para figurar simultáneamente en dos de las más sólidas, simpáticas y taquilleras sagas mainstream de la actualidad: Iron Man y Sherlock Holmes, y que es capaz de desenvolverse con la misma soltura como investigador toxicómano en el S XIX y como magnate excéntrico. Es probable que la notable y reciente Los vengadores no fuese la mitad de buena si no contara con su presencia y su invaluable carisma.
Por fortuna, en esta tercera parte el hombre de hierro cumple con sus cometidos de salvar el día –sobre todo si es un sábado tormentoso- aportando un entretenimiento inteligente que mantiene constantemente el interés. El director Shane Black (que ya había trabajado con Robert Downey Jr. en la divertida Entre besos y tiros) parece dejar su marca en la agilidad de la trama, lo trepidante de las escenas de acción y la simpatía de algunos chistes -es grandioso un gag en el que tiene lugar una disputa conyugal con armadura mediante-. Quizá la escena mejor lograda sea la de la explosión en un avión, que provoca una caída en picada de trece pasajeros, a los que el paladín debe salvar a sabiendas de que sólo puede cargar con cuatro simultáneamente. No deja de tener su interés la existencia de un terrorista a lo Bin Laden que termina siendo un simple actor cumpliendo órdenes en un estudio montado, una invención mediática para saciar la necesidad popular de un enemigo visible. Una bienvenida respuesta sarcástica a esa lamentable épica “documental” e “histórica” llamada La noche más oscura

Publicado en Brecha el 3/5/2013