viernes, 20 de diciembre de 2013

Robamos secretos: La historia de WikiLeaks (We steal secrets: The story of WikiLeaks, Alex Gibney, 2013)

Una revolución problemática 

 

Una iniciativa controversial e inusitada como WikiLeaks, ese descomunal operativo de fiiltración de documentos llevado adelante por apenas media decena de personas y que supo encender iras furibundas de banqueros, empresarios, políticos, militares y tantos otras figuras internacionales pertenecientes a las más altas esferas del poder, merecía un acercamiento detenido. Si el valiente emprendimiento ya de por sí llama a la identificación, aquí se despliega, a modo de thriller, un ágil y ameno recorrido a través de su historia, dando cuentas de los escollos y problemáticas que hicieron peligrar la iniciativa y que incluso la llevaron a ser cuestionada como herramienta periodística. Así, esta película significa, para el que no siguió el tema de cerca o no lo tiene tan fresco, una ilustrativa puesta a punto que cuenta someramente los hitos más relevantes: el primer gran éxito cuando la filtración de documentos bancarios durante la crisis financiera en Islandia, y que derivó en el conocimiento público de una estafa multimillonaria; su alianza estratégica con los grandes medios de prensa de todo el mundo y el respaldo que ellos le dieron originalmente; el video de tiroteos a periodistas y la ventilación masiva de cables y documentos del Pentágono relativos a la intervención militar en Afganistán e Irak; el controversial episodio del presunto abuso sexual a dos mujeres por parte de Julian Assange; la solidarización del grupo Anonymous y sus ataques a Visa, Mastercard y PayPal cuando estos retiraron del sitio su intermediación para las donaciones. 
Pero este documental se detiene especialmente en dos puntos determinantes, referidos a los costados más polémicos de Assange. El primero de ellos es el escándalo sexual: lejos de lo que muchos creyeron en su momento, se dan elementos como para creer que Assange realmente abusó de las chicas (quitarse el preservativo en pleno acto sexual, contra la voluntad de la otra persona, convierte a partir de ese momento a una relación consensuada en un abuso); naturalmente, esta circunstancia que podría haberse resuelto con un análisis de VIH (lo que ellas pedían) y quizá algún trabajo comunitario, tomó conocimiento público y se convirtió en la excusa perfecta para desacreditar el desempeño todo de Assange, y de paso, para intentar colocarlo entre rejas. El otro punto es la muy dudosa ética periodística de Assange, un abanderado de la liberación de información ante cualquier circunstancia (salvo cuando la afecta a él), que se negó a editar o tachar los nombres de informantes afganos que habrían pasado datos al Departamento de Estado norteamericano: “son informantes, colaboradores, merecen morir” dijo en entrevista con el periódico británico The Guardian
El documentalista Alex Gibney ya se había dado a conocer con las también notables Enron: The smartests guys in the room y Taxi to the dark side, y aquí propone otra atractiva investigación, factible de cuestionarse y no exenta de datos polémicos y poco inocentes, pero con los elementos y el rigor necesarios para ser considerado un aporte imprescindible.

Publicdo en Brecha el 20/12/2013

martes, 17 de diciembre de 2013

La sospecha (Prisoners, Denis Villeneuve, 2013)

El dolor y la moral 



Hace un par de años festejábamos en este blog el estreno de Incendies, demoledora y multipremiada película del cineasta quebequense Denis Villeneuve, quien si bien había tenido una trayectoria prolífica, recién se daba a conocer por estas tierras. Incendies fue un brillante drama multidimensional con un trasfondo histórico, referido al conflicto en Oriente Medio. El portentoso uso del audiovisual para generar atmósferas, el suspenso y el poder de impacto eran sus principales méritos, aunque sus detractores señalaban una trama demasiado enrevesada, quizá manipuladora en función de una moraleja antibélica. 
Todo ese mismo talento, toda esa misma ambición pueden verse volcados en La sospecha -por su parte, traducción perfecta del título original Prisoners-, un thriller, un policial negro de los más terroríficos, una experiencia inmersiva y pesadillesca del tenor de Oldboy o Sympathy for Mr Vengeance, y con un reparto de lujo (Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard y Melissa Leo entre otros grandes). La trama empieza desde la desesperación: como en Séptimo por un levísimo descuido de sus padres dos niñas desaparecen, y luego de buscarlas por todas partes, la idea del secuestro se hace cada vez más patente. Como en la serie The killing, seguimos a un policía en su investigación y paralelamente a la familia, en su profundo dolor y en su búsqueda particular. Al igual que en esa serie, bajo una lluvia casi constante ambas partes seguirán pistas falsas, o leerán erróneamente los rastros llegando a puntos de profunda impotencia, generando con su propio accionar daños graves e irreversibles. Cuando los padres de familia creen dar con el criminal y lo someten a intensas sesiones de tortura para averiguar el paradero de sus hijas, el asunto adquiere un cariz realmente siniestro. Entramos en esos incómodos recintos tan propios del noir, en los que la justicia por mano propia se convierte en una tentación peligrosa, las identificaciones y la moral se desdibujan, las víctimas se convierten en victimarios y la misma ideología del cineasta comienza a ponerse en entredicho. 
Quien no vio la película quizá debiera dejar de leer por aquí, pues a continuación se cuentan detalles importantes de su resolución. Surge entonces una nueva y muy interesante vuelta de tuerca a la temática, visto que en este caso ni las sesiones de tortura ni la violencia policial conducen nunca a nada. Hay una clara y profunda crítica a la idiosincrasia estadounidense, y a ese pragmatismo moral que defiende determinados medios justificados por un fin, sobre todo cuando el implicado está seguro de que esos medios llevan indefectiblemente a ese fin y a ningunos otros. Esta forma de pensar viene ligada directamente con una base religiosa, pareciera decir la película, y no sin fundamentos. 
Muchos espectadores han manifestado su indignación ante elementos que aparentemente no “cierran” en la trama, y a ellos correspondería recomendarles que vean la película otra vez. El guión aquí parece mucho más sólido que el de Incendies, y su concreción audiovisual igual de poderosa.

Publicado en Brecha el 13/12/2013

jueves, 12 de diciembre de 2013

28 Festival Internacional de Mar del Plata

Cuando el cine se impone



Con cerca de cuatrocientos títulos en exhibición distribuidos en doce salas, con funciones que comienzan a las nueve de la mañana y trasnoches que pueden terminar a las 3 de la madrugada, el Festival de Mar del Plata es una portentosa inmersión cinematográfica, una propuesta imposible de abarcar y una ventana al mundo sin parangón en latinoamérica. No en vano es el único festival latinoamericano catalogado como "clase A" por la FIAPF (Federación Internacional de Asociaciones de Producciones de Films), categoría otorgada solamente a un puñado de festivales en el mundo. Para ganarla se necesita cumplir con una serie de requerimientos: un trabajo anual sostenido, una seria selección de películas y de jurados para las competencias, una especial atención a la prensa interesada, un estricto cuidado para evitar el robo o la copia ilegal de las películas a estrenar, un visible apoyo a la industria cinematográfica local y un sistema de seguros que salvaguarde a las copias participantes, además de contar con publicaciones oficiales y materiales de difusión que cumplan con los más altos estándares. El grueso y pesado catálogo impreso, con la descripción de cada una de las películas exhibidas, sería factible de ser usado como una implacable arma arrojadiza, y a uno hasta podría sacarlo de problemas.
Lo que llama particularmente la atención es el carácter popular del festival, su inmenso éxito de público. Las entradas son muy baratas (15 pesos argentinos) algunas funciones suelen agotarse mucho tiempo antes de empezadas, y existe un gentío local fijo que se arroja a los cines durante ocho días y despide las películas con efusivos aplausos (incluso las que no los merecen). En las largas colas hacia los cines, en las esquinas, la gente consulta y discute la programación decidiendo en qué cuatro películas destinará las restantes horas del día. Por la ubicación de las salas de cine, debe de ser además uno de los festivales existentes más cómodos y prácticos, ya que los cines se encuentran distribuidos en un área reducida, a poca distancia uno del otro -como máximo toca caminar diez cuadras desde el Auditorium central a uno de los Shoppings-, y a su vez muy cerca de la rambla, lo que permite alternar el encierro con paseos al aire libre por la costa. Los precios de la ciudad son aberrantemente baratos, y para el visitante uruguayo eso puede significar una oportunidad de comer muy bien en un restaurante sin miedo alguno a ser desvalijado. Pizzerías que venden una porción de muzzarella a ocho pesos argentinos, vendedores ambulantes que ofrecen deliciosos churros rellenos a cuatro pesos. Por 40 pesos se puede almorzar copiosamente, con pan y refresco.
El fin de semana, Mar del Plata bulle. A los aumentos de temperaturas se sumó un fin de semana largo para la población argentina -se conmemoraba con retraso la Batalla de la Vuelta de Obligado- lo que provoca que las calles principales se tapen de gente, de alguna manera marcando el preámbulo de lo que será la insoportable temporada alta, caracterizada por playas atestadas y toda la infraestructura de restaurantes y hoteles funcionando a tope. El festival termina por darle un aire pintoresco a la marejada de gente, ya que entre los transeúntes puede verse caminando a Leonardo Sbaraglia, a Pierre Etaix, al surcoreano Bong Joon-ho, a Graciela Borges y a la brillante actriz chilena Catalina Saavedra, entre tantos otros. 
Ricardo Darín da una conferencia en un auditorio atiborrado -en breve será publicado un artículo al respecto-, mientras en otro cine se estrena, con la presencia del productor, una película mexicana que acabará llevándose el premio a mejor película. Al mismo tiempo se proyecta el clásico Electra de Miklós Jancsó en copia restaurada, se presenta un libro y tiene lugar un toque de varias bandas (pop pegadizo, reggae, electrónica, punk). La sensación de estar perdiéndose constantemente de eventos únicos sólo puede compensarse con la certeza de estar recibiendo una concentrada inyección del mejor cine. 
Según los asiduos, la programación de este año no fue tan buena como la del año pasado, pero eso porque la anterior edición había sido excelente. Este año sí pudieron verse varias películas poco interesantes o directamente pésimas (como la argentina Tiro de gracia, basura de género "inteligente" o O sol nos meus olhos, uno de esos soporíferos cantos a la nada cinematográfica), pero si se promediara el nivel de las producciones, la calidad sería muy superior a la media de los festivales internacionales.
Otro de los puntos fuertes han sido siempre las retrospectivas de directores. Este año concretamente Bong Joon-ho (también publicaremos un artículo específico sobre el genial director surcoreano), John Landis y Pierre Etaix estuvieron presentando sus películas y charlando con el público acerca de ellas. También hubo una retrospectiva de John Boorman y una videoconferencia con él, se pasaron películas del período mudo de Alfred Hitchcock, hubo una revisión de los clásicos de Roberto Rossellini, de Juan Antonio Bardem y Gabriel Figueroa, y se proyectaron películas argentinas restauradas de Hugo del Carril, José Agustín Ferreira y otros.


China crece.  Pero pasando a los grandes hallazgos: seguramente la película más imponente de las que pudo ver este cronista es A touch of sin, del director chino Jia Zhang-ke. El realizador de The world y Naturaleza muerta concibió una película como nunca la hubiéramos imaginado. Quien haya visto sus anteriores películas podrá recordar que son obras más bien lentas, en un registro cuasi-documental, centradas en ambientes y estados de ánimo, y en las que son expuestos cuadros de decadencia y nuevas formas de miseria. Aquí, el titulo que alerta sobre la participación de la Kitano Office al comienzo del filme, quizá adelante de alguna manera lo que vendrá después: un increíble exabrupto de violencia, digno del Kitano más despiadado. Hombres dándoles de palos a otros e incluso a mujeres, puñaladas varias, tiros de escopeta reventando cabezas, sangre saliendo a borbotones. Pero aún así puede reconocerse la mano de Jia, ya que expone cuatro historias sobre las más tristes y terroríficas facetas del crecimiento y el "progreso" de la China industrializada de hoy. Trabajos precarios e insalubres, antiguas fábricas desmanteladas, corrupción, decadencia moral y el extraño e invasivo sentimiento de que el orden social proclamado no es nada más que una fachada que esconde inmensas cantidades de tristeza. 
Cada una de las historias presentadas en la película tiene un correlato, incidentes reales de la crónica roja que, a pesar de haber obteniendo escasa cobertura mediática, son bien conocidos para la población China. Así, la violencia no es en absoluto gratuita y refiere a cierto "estado de cosas" que puede vivirse al interior de la nueva potencia mundial. Incidentes "pequeños" que culminaron en violentos estallidos, exabruptos que parecerían desmesurados respecto a las causas que los originan. Lo que da a entender Jia es que detrás de lo que vemos hubo un cúmulo de injusticias, los personajes traen dentro de sí angustia acumulada, una vida insatisfactoria cargada de represión. La sucesión de cambios estructurales recientes significaron para ellos sólo perjuicios; las grandes corporaciones, aliadas con el gobierno, han sustituido eficazmente al Partido Comunista determinando la existencia y las condiciones de vida en el país y, según las palabras del director, los débiles recurren a la  violencia "como la manera más rápida y directa de recuperar algo de la dignidad perdida".
Jia logró dos cosas absolutamente increíbles. Primero, sortear al estricto comité de censura chino, que ha resultado ser infranqueable para filmes mucho más inocuos. Aquí seguramente la verdadera explicación sea que entre los fans del cine de Jia se cuenta un hombre llamado Xi Jinping, y que vendría a ser nada menos que el actual presidente de China. Segundo, lograr lo que muchos intentan infructuosamente, es decir, plantear una historia de venganza, de antihéroes bajo presión que explotan en catarsis violentas, pero con un trasfondo social verdadero e insoslayable. Como si una película como Kill Bill se basara en temas tipo la crisis en el sistema de salud norteamericano o la debacle financiera. Jia triunfa y entrega cine de género puro en un terreno de cine social, logrando así afirmarse donde muchos otros cineastas patinaron estrepitosamente. Por esa y algunas razones más, A touch of sin es una de las mejores películas de nuestros tiempos.

Transgresiones varias. La ganadora de la Competencia Argentina fue la notable La utilidad de un revistero, de Adriano Salgado. Si decimos que se trata de una película concebida con un solo plano (en realidad son dos, porque cerca del final hay un corte con fundido a negro) prácticamente estático (hay un sólo y leve movimiento de cámara en determinado momento) y con tan sólo dos actrices, muchos podrían pensar que se trata de un rollo experimental absolutamente aburrido e infumable, cuando en rigor es todo lo contrario. La película muestra la interacción de dos muchachas adentro de un departamento de Buenos Aires; una de ella se presenta como candidata para un trabajo como colaboradora para la construcción escenográfica de una obra teatral, y la otra intenta chequear su idoneidad y sus posibles aptitudes. La informal entrevista comienza a transformarse en una charla en la que la planificación de la obra deriva en una cena conjunta con algún accidente doméstico, y un hilarante intercambio acerca de las mejores maneras de dar sexo oral. Las dos actrices (brillantes) despliegan un largo duelo actoral con efectivas puntas humorísticas, en el que empiezan a dar a los personajes cierta complejidad, dimensiones ocultas que acaban forjando cierta densidad humana. Enfrentando al espectador a sus propios prejuicios (en un comienzo las chicas aparentan ser bastante pelotudas, y terminan siendo algo totalmente distinto), la película utiliza el reducido espacio estableciendo un juego metacinematográfico y de espejos, proponiendo asimismo una reflexión respecto a la puesta en escena teatral y cinematográfica. Una gran ópera prima, diferente, lúdica y muy entretenida de un promisorio director al que conviene seguir de cerca. Sobre la atípica concepción, Salgado ha dicho: “Con este larguísimo plano secuencia quise demostrarme sobre todo que los cortes en el montaje no garantizan ni entretenimiento ni efectividad, y que incluso a veces el corte puede ser una gran decepción”. 
El enfant terrible canadiense Bruce LaBruce acierta con Gerontophilia, la historia de un chico de 18 años que siente una gran atracción fetichista hacia los hombres viejos, de modo que su nuevo trabajo en un asilo de ancianos -una labor que sus pares detestarían- para él resulta el paraíso. LaBruce hace uso de un estilo elegante provisto de bellas y pulcras composiciones fotográficas y de una narrativa clásica para construir una absolutamente atípica historia de amor entre este muchacho y un octogenario internado en el asilo. 
Es muy curiosa esta nueva película de LaBruce, ya que se recuerda al director como a un terrorista de la imagen, como a un transgresor que gustaba de herir sensibilidades. Normalmente se lo identifica con el movimiento  subversivo de los años 90 llamado "New queer cinema" o, como el prefiere, con el "queercore", y es admirado por ciertos sectores de la comunidad LGTB más underground. Sus seguidores se refieren a él como a un revolucionario auténtico y como a un innovador que supo filmar películas porno gay con zombies y vampiros, que mezcló el porno con el cine independiente, y a través de sus películas dio a conocer parafilias de las que muchos ni siquiera habíamos escuchado hablar.  
Es sumamente bienvenido este filme, un vuelco de LaBruce al cine apto para las grandes audiencias. Con este vuelco, pareciera haber dado un giro a su estrategia política, ya que, valiéndose de los parámetros del cine romántico vuelve accesible y "normaliza" un vínculo que muchos podrían apresurarse en catalogar como aberrante u obsceno. Pocas cosas tan difíciles como traer a tierra algo como la gerontofilia y demostrar que puede derivar en vínculos amorosos como cualquier otro. LaBruce crea personajes queribles y creíbles, dignos y al mismo tiempo defectuosos. La aproximación cálida, íntima y humana puede derrumbar prejucios sobre ciertas categorizaciones injustas, a la par que trae una nueva e indiscutible acepción a la palabra "ángel". Otorgándole humanidad a sus criaturas, LaBruce rompe esquemas y se acerca un poquito más y, ahora sí con mayor legitimidad, al calificativo de "revolucionario". 

En los márgenes. Una de las más agradables sorpresas del festival fue la película argentina Mujer conejo de la directora Verónica Chen (Vagón fumador, Agua). La protagonista es una argentina de rasgos chinos, no entiende una palabra de chino y se desempeña como inspectora municipal, encargada de conceder la habilitación a locales según las leyes establecidas. Cuando se niega a conceder la habilitación a un establecimiento de la mafia china, se ve involucrada en un lío mayúsculo de tríadas, explotación laboral y mutación genética. Si bien el foco parece orientado a las penosas condiciones de trabajo que sufren los inmigrantes, el submundo de los negocios ilegales y los vínculos mafiosos que presionan por matenerlos en la clandestinidad, la película adquiere un tono realmente bizarro cuando trae a la historia a una manada de conejos carnívoros, y cuando recurre a la animación y la alterna con la acción real para relatar ciertos tramos. Quizá lo que disminuye un poco la calidad de la película sean precisamente estos tramos de animación (y no animé, como dicen erróneamente el 90% de las reseñas referidas a la película), toscos y poco profesionales. Pero qué bien la alegoría de los conejos para explorar ciertas temáticas como la interculturalidad, el mestizaje y el cautiverio del hombre por el hombre. Como co-guionista de esta poderosa historia figura en los créditos un nombre uruguayo y salteño: el de la escritora Inés Bortagaray, también co-autora de los guiones de Una novia errante y La vida útil.
Del panorama chileno, seguramente la mejor propuesta fue Las niñas Quispe, de Sebastián Sepúlveda (La León, Joven y alocada) en la que se relata un episodio más bien desconocido de la dictadura chilena. En 1974 Pinochet ideó un plan para extender su control hasta las zonas más remotas de Chile, y para ello envió a sus carabineros a confiscar los rebaños de los habitantes del altiplano, con la idea de reubicar a la gente en otras regiones más accesibles. En este contexto, las hermanas Quispe son tres mujeres mayores, apolíticas y analfabetas, que viven arduamente de su trabajo con los animales, en el medio de la nada, en llanuras desérticas surcadas por las montañas. A partir de los rumores que les llegan, comprenden que los lugareños vecinos están desapareciendo uno tras otro. El episodio es elocuente acerca de cómo una dictadura militar es capaz de instalar el miedo y reproducirlo hasta los últimos y más inalcanzables confines de una región, y asimismo como es capaz de alterar, perjudicar y destruir la vida de personas que no sólo no son opositoras al régimen sino que además serían llanamente incapaces de discernir la diferencia entre un gobierno u otro. 
Se pueden nombrar otras obras de sumo interés como la mexicana Los insólitos peces gato, ganadora de la Competencia Latinoamericana, la griega The eternal return of Antonis Paraskevas, la estadounidense The dirties, la argentina Choele, la portuguesa È o amor y la chilena Las analfabetas, pero son demasiados títulos y no hay tanto tiempo. Ahora lo que cabe esperar es que todas estas películas obtengan su debida distribución en el Uruguay; es cine que se impone, y que no convendría dejar pasar. 

Publicado en Brecha el 13/12/2013

viernes, 15 de noviembre de 2013

Capitán Phillips (Captain Phillips, Paul Greengrass, 2013)

Una carga excesiva 

No hay caso, en Hollywood hay una creencia de que el “prestigio” cinematográfico viene de la mano de la gravedad, la seriedad y la apariencia documental. De concebir ficciones con cámaras al hombro, montajes fragmentados, escenas confusas y dinámicas, con voces superpuestas y en un registro caótico por el cual la mitad de las cosas quedan fuera del cuadro o son captadas parcialmente. Varias películas de género son revestidas con esta apariencia de objetividad impersonal y de verdad indiscutible, y ciertamente se vuelven un tanto molestas cuando se centran en hechos “históricos”, como la caza de Osama Bin Laden desplegada por Katryn Bigelow en La noche más oscura. Incluso la nueva trilogía de Batman apela rotundamente a esa gravedad impostada, que a muchos nos resulta más soporífera que otra cosa. Entre los cineastas más apegados a esta estética, se destacan sobre todo Christopher Nolan, Michael Mann y, por supuesto, el británico Paul Greengrass (Vuelo 93, Domingo sangriento, Bourne ultimátum).
En este registro de personajes rígidos y de gravísimo semblante, inmersos en situaciones hiperdialogadas, de frialdad casi burocrática y pretensiones de realismo, puede inscribirse esta película. La historia está basada en las memorias del Capitán Phillips, en las que relata sus desventuras a bordo del inmenso navío estadounidense Maersk Alabama. El buque transportaba un descomunal cargamento de contenedores con agua y alimentos para África, pero en el camino fue interceptado por una banda de piratas que lo abordaron y tomaron el control. Las cosas no salieron muy bien y culminaron en un secuestro. Entramos en el terreno de lo que a Hollywood le gusta más: el despliegue de uniformados perfectamente adiestrados, equipados, comunicados y sincronizados, con sus equipos abocados a un operativo de rescate. Más publicidad para la Armada de los Estados Unidos.
Sin embargo, Greengrass sabe lo que hace. Hay un despliegue visual ciertamente poderoso, repleto de detalles, de las características y el funcionamiento del buque, de los procedimientos tomados, incluso se acompaña a los mismos piratas y a su trabajo esclavo sobre las costas de Somalía (saquean los barcos por encargo, recibiendo tajadas mínimas). Las actuaciones son notables: se destaca especialmente el somalí Barkhar Abdi, -por primera vez frente a cámaras- como el líder pirata, y Tom Hanks convence en una interpretación absolutamente sorprendente. También hay apuntes subyacentes que llaman a la reflexión, como la cercanía a la nulidad del valor de las vidas humanas en determinadas condiciones –para el protagonista, sin ir más lejos, llevar la carga a su destino parecería más importante que salvar la vida de su tripulación–. Pero 134 minutos quizá sean excesivos considerando que hay información redundante, un final que se hace esperar demasiado –aunque cuando llega, lo haga con una fuerza inusitada– y esa frialdad burocrática que impide la identificación con los implicados.
El año pasado salió una película danesa bastante mejor llamada A hijacking, también centrada en un ataque pirata somalí a un buque de carga, con la salvedad de que la tensión era constante y la identificación con los protagonistas inevitable. La comparación vale la pena.

Publicado en Brecha el 15/11/2013

lunes, 11 de noviembre de 2013

Muerte al plato, y con tocino extra

Directo a la coronaria

En la ciudad de Chandler, Arizona, abrió en el 2005 la llamada "The heart-attack grill" (algo así como "La parrillada del ataque al corazón") caracterizada por una oferta gastronómica sumamente particular. Mucho se ha hablado de la comida chatarra en Estados Unidos, y de los graves problemas de salud acarreados por su consumo frecuente, así como se ha visto que las grandes cadenas de comida han incorporado a sus menús nuevas ofertas de líneas naturales, con ensaladas, frutas y demás para "disimular" el daño y disponer al menos la posibilidad de meterle algún alimento sano al organismo. 
Pero The heart-attack grill, ahora ubicada en Las Vegas, es exactamente lo contrario: el menú del lugar está basado en la premisa de ser lo más dañino e insalubre posible, y se promueve indisimuladamente esa máxima. Al ingresar, todos los clientes deben ponerse una bata de hospital antes de ser servidos, y las meseras, disfrazadas como sexys enfermeras en vestidos rojos provocativos, llevan estetoscopios colgados, con los que los auscultan al ingresar y apuntan las órdenes en una hoja de "prescripciones". El menú es nefasto: papas fritas cocinadas en manteca pura de cerdo, hamburguesas gruesas de cinco, seis, y hasta ocho carnes apiladas con tomate, cebolla colorada, queso americano y tocino "inalterado", es decir, con toda su grasa sin escurrir. Los panes también están recubiertos con manteca de cerdo. Entre los "servicios" que el restaurant ofrece hay una promoción por la cual los clientes que pesen más de 350 libras (casi 160 kilos) comen gratis, y los que terminan una Hamburguesa "bypass" mayor que la triple (10 mil calorías, o más), tienen el llamativo privilegio de ser trasladados hasta su auto en una silla de ruedas, empujados por una o varias de las "enfermeras". La opción de bebidas incluye la Jolt-cola, que trae el doble de cafeína que una bebida cola normal y coca-cola embotellada en México, endulzada con azúcar verdadera. También venden cigarrillos sin filtro, licor de malta y vino de la marca francesa "fat bastard". Los postres mejor ni describirlos, porque es probable que el lector ya esté empezando a sentirse mal. 
Pero esto no se termina aquí. En la página web puede verse ahora un servicio de "spanking" por el cual los clientes que no se terminan su hamburguesa son literalmente castigados por una enfermera armada de una tabla para dar nalgadas. Estas golpizas son difundidas en la web, como una forma de promoción. 
Podría pensarse que un lugar así es una bomba de tiempo y que no podría seguir mucho tiempo más con sus puertas abiertas. Pero otro dato significativo es que el restaurant elige "referentes" para publicitarse, hombres obesos que utilizan como portavoces. Uno de ellos, Blair River, murió a los 29 años de una neumonía, pesando 261 kilos. Consultado por los medios, Jon Basso, ideólogo y dueño del restaurante, dice: "no lo niego, si hubiese sido más flaco hubiera sobrevivido". Indignado, el entrevistador arremete: "se puede esgrimir el argumento de que tú usaste a este tipo en vida, y que ahora estás utilizando muy morbosamente su muerte para continuar promocionando tu restaurante", a lo que el dueño responde, "estoy absolutamente de acuerdo, y en una forma enfermiza su muerte está llevando nuestro mensaje más lejos ". Basso declara que Estados Unidos necesita una terapia de shock para curar su obesidad epidémica: "Debo de ser el único dueño de un restaurante en el mundo que está diciendo sin reparos que su comida hace mal, que te va a matar y que deberías mantenerte alejado de ella". 
Una semana después de la muerte de River, el establecimento ya tenía otro vocero mastodóntico, que relataba orgulloso: "mi cardiólogo y mi mujer me dicen que no venga a este lugar, y después de haber sobrevivido a un coma, y de haberme expuesto a varias cirugías cardíacas, todavía vengo. Disfruto mucho de las hamburguesas". Las víctimas de The heart-attack grill seguramente sean incontables, pero de algunas hay registros claros: un cliente sufrió un ataque al corazón luego de ingerir una hamburguesa triple; luego de la muerte de River, un segundo portavoz de 52 años, John Alleman, murió de un aparente ataque al corazón en una parada de ómnibus luego de salir del establecimiento. Otra mujer perdió el conocimiento en el local, mientras comía una hamburguesa doble, a la vez que bebia y fumaba. 
Una ex-anfitriona aseguró mediáticamente que Basso le habia ordenado grabar un video de un hombre que se desmayó, con la intención de explotarlo mediáticamente. Pero esto no es nada: Basso mismo apareció en Bloomberg TV en un programa televisivo exhibiendo una bolsa que, aseguraba, tenía los restos cremados de un cliente que había muerto de un repentino ataque al corazón. 
Ahora bien, ¿por qué la parrillada sigue funcionando a pesar de todo esto? Lo cierto es que Basso cumple con todos los estándares de calidad, y su restaurante tiene enormes carteles en la puerta que dicen: "Precaución: ¡Este local es malo para su salud!" y "Como puede morir antes de que cobremos el cheque, sólo aceptamos efectivo." Basso, gran cínico que está ganando mucho dinero, sabe que no le está colocando una pistola en la sien a los consumidores, que no existen leyes en el estado que puedan afectarle, y que si cerraran su local también deberían cerrar el de las grandes multinacionales que hacen exactamente lo mismo aunque con disimulo. 
Las adicciones suelen tener un componente placentero. Pero en muchos casos quizá no se trate de un placer real, sino de uno aderezado con dosis de artificio: la ilusión invocada de que hay cierto "status", "gracia", o "viveza" en arriesgarse a ese consumo. The heart-attack grill quizá sea un símil local a los deportes extremos y esa es precisamente su intención, capitalizar una pulsión de muerte y revestirla con un envoltorio atractivo. La ironía de que sea justamente Estados Unidos el país en que florezca una iniciativa de este tipo es que ¿cómo podría recriminársele a un restaurante el hecho de lucrar con la muerte cuando la industria armamentística, uno de los principales pilares de su economía, juega en el mismo terreno?

Publicado en Brecha el  8/11/2013

viernes, 8 de noviembre de 2013

La Paz (Santiago Loza, 2013)

Encontrarse a sí mismo 

 


Liso acaba de salir de un psiquiátrico. Las razones por las que estuvo allí se ignoran, y nunca podrán saberse por completo, sólo intuirse. El registro en que está filmada esta película apunta a esto: a no dar nada por cierto, a sugerir, a transmitir un clima. Pero no se trata de una atmósfera de esas que envuelven desde el primer minuto, sino que se va construyendo paulatinamente, a medida que comprendemos las razones por las que ese universo que comienza a habitar el protagonista, la casa de sus padres, es un micromundo opresivo, asfixiante. El estilo del brillante director de teatro (primero) y cineasta (en segundo lugar) bonaerense Santiago Loza es aquí cálido e intimista, pero no por ello condescendiente. 
Desde un comienzo parecería que Liso tiene todas las comodidades a las que podría aspirar: apenas sale de su confinamiento sus padres le regalan una moto, se traslada junto a ellos a una residencia con un gran jardín y piscina, no le falta dinero y hasta tiene el visto bueno de sus progenitores para continuar su vida como le apetezca. Pero Liso tiene sobre sus hombros la ardua responsabilidad de encauzar su existencia, y lo vemos visitando a su abuela y cuidándola con especial atención, aprendiendo labores de una empleada doméstica de origen boliviano, intentando reconciliarse con una ex, intentando tejer nuevos vínculos. Sin embargo el protagonista no parece pasarla bien, y sus desordenes psíquicos amenazan con desbordar, otra vez. 
Los elementos para comprender su desequilibrio no están expuestos con alevosía sino que son desplegados sutilmente, de forma que el espectador deba obrar activamente para atar los cabos dispersos en la narración. De a poco pueden llegar entenderse las razones por las que, a pesar de que los padres del protagonista son sumamente atentos, parecerían contribuir a su enfermedad psíquica. La madre, en escenas que parecen bordear lo incestuoso, busca contenerlo como si fuera un bebé, prodigándole cariños físicos casi sin tapujos; en otra escena vemos como bosqueja el rostro de su hijo cuando era un niño pequeño, como una forma de perpetuarlo en la infancia. El padre no es más beneficioso: le aconseja que se acueste con alguien, le da dinero para salir, le dice que busque trabajo, busca imponerle un camino hacia la integración social. En un intento de hacerlo descargar su ira lo lleva a prácticas de tiro, en un ejercicio que, más bien, parecería catártico para sí mismo y sus propias frustraciones. 
Muestras de una ayuda infructuosa o directamente contraproducente, ambos padres ejemplifican actitudes humanas que suelen tomarse a la hora de asistir al prójimo en situaciones adversas. Ni la contención ni el condicionamiento social forzado son vías válidas, parecería decir Loza, y propone una tercera opción para la salvación, que surge a través de la muchacha boliviana: instruir, dar a conocer, facilitar las herramientas para que el individuo se sienta útil. La ironía final de hallar “la paz” en la ciudad de La Paz subraya hasta qué punto las creencias y el sentido común de la burguesía occidental bienpensante pueden estar completamente erradas. La Paz es una película para ver y pensar varias veces, y otra de las tantas muestras de la grandeza del cine argentino reciente. 

Publicado en Brecha el 8/11/2013

martes, 5 de noviembre de 2013

La hermana (L'enfant d'en haut, Ursula Meier, 2012)

Maduración prematura


Europa tiene una gran tradición de cuadros de abandono infantil en el cine. El niño desolado de Alemania año cero, de Rossellini, la inolvidable Mouchette de Bresson, el Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes de Truffaut, los adolescentes callejeros de Barrio de León de Aranoa; Rosetta y El niño de la bicicleta de los Dardenne. Sería difícil quedarse con sólo una de todas estas películas. 
En todos los casos el enfoque es sumamente austero, expositivo. Como si no quisieran tomarse partidos, y si surge la identificación con los protagonistas, se permite que no ocurra como consecuencia de retóricas manidas. Las mejores películas centradas en niños no pretenden santificarlos sino mostrarlos en su dimensión más reconocible, con sus imperfecciones, sus rebeldías, sus asperezas, incluso con ciertos dobleces de crueldad o de simple inconsciencia. En este registro transita La hermana, centrada en un muchacho de doce años que desde un comienzo se ve inmerso en una rutina delictiva. Maestro del descuidismo y el camuflaje, se dirige periódicamente a una estación de ski que se encuentra en lo alto de una montaña, pasando desapercibido como otro de los usuarios de clase alta que allí frecuentan. Trabajando por encargo, el muchacho se apropia de los costosos equipamientos, ropas y accesorios que quedan a su alcance. 
No es precisamente un cuadro de pobreza como los que podemos imaginar desde una perspectiva tercermundista. El niño roba para subsistir, pero también parece alimentarse bien y vivir bajo un techo digno. En rigor, él es el proveedor en su piso, y quien sustenta a su "hermana" mayor desocupada, una bala perdida abocada al derroche de dinero, a intoxicarse y a acostarse con cuanto tipo encuentra en su camino. Este contraste da cuentas de un desnivel de responsabilidad y de una situación por la que un preadolescente se ve obligado madurar de golpe, a convertirse en un jefe de hogar. A pesar de que se subraye la distancia entre el universo de lo alto de la montaña y el que se encuentra en la ladera, el énfasis no parecería tan puesto en las condiciones económicas como en la falta de contención, y es por esta razón que la película se vuelve más contundente y significativa. La escena en que el niño le ofrece dinero a su "hermana" para que duerma con él y lo abrace, es sumamente elocuente acerca de su estado de desolación absoluta, de una lacerante ausencia de cariño físico; un factor nunca contemplado bajo medidores de pobreza, y que escapa a los números hogareños. La falta de afecto quizá sea una de las mayores dolencias (y de las más determinantes) en el desarrollo emocional y físico de un niño. 
La cineasta franco-suiza Ursula Meier (Home, Espaldas sólidas) vuelve a esbozar una historia de antihéroes y familias disfuncionales, dando cuentas de una brecha social, de mundos opuestos separados por tan sólo un viaje en teleférico. La escena en que él niño es atrapado y enviado con la basura, otra vez hacia su submundo (es llamativo que ni siquiera sea entregado a la policía) refiere a niveles de desprecio y de una sociedad que divide y compartimenta, condicionando la existencia mediante una temprana estigmatización. 

Publicado en Brecha el 1/11/13

jueves, 31 de octubre de 2013

¿Quién le teme a las Pussy Riot?

El motín inquebrantable 

Punk es la palabra que mejor podría definir a las Pussy Riot. Pero no solamente por la clase de música que interpretan sino más bien por sus modos, su accionar, su actitud frente a la vida. El sobrecogedor documental de la HBO Pussy Riot: a punk prayer, es demostrativo en este sentido. 
Las Riot se dieron a conocer mundialmente por la detención y encarcelamiento de tres de sus miembros, luego de haberse lanzado a interpretar una canción de protesta contra el gobierno de Vladimir Putin, en el altar mismo de la Catedral de Cristo Salvador, uno de los mayores símbolos de la iglesia cristiana ortodoxa. Fueron condenadas a dos años de prisión, con los cargos de vandalismo y odio religioso. Las tres apelaron y una de ellas logró salir en libertad luego de cumplir seis meses de condena. 
Las tres procesadas no son precisamente unas muchachitas inmaduras o necias. Una de ellas es programadora de computación y fotógrafa, y las otras dos, más jóvenes, estudiantes avanzadas de periodismo y filosofía respectivamente. Sus palabras son implacables, sus lenguas afiladas como navajas. Será por esta razón que en el mediático juicio -en el cual se las colocó en una jaula de vidrio- se les dejó hablar lo mínimo indispensable, y la jueza hacía lo imposible con tal de interrumpirlas o silenciarlas, aduciendo que sus palabras estaban fuera de lugar. Inquebrantables, las Riot se expidieron ante el tribunal como pudieron. Maria Alyokhina dijo: "Para mí, este "llamado juicio" no tiene status alguno. Y no les tengo miedo. No le tengo miedo a las mentiras ni a la ficción, al fraude encubierto en la sentencia de este "llamado tribunal". Porque sólo pueden quitarme esa "llamada libertad"; justo la clase de libertad que existe hoy en Rusia. Pero nadie podrá llevarse mi libertad interior." 
La banda forma parte de un colectivo artístico político llamado Voina (Guerra), que desde hace años se dedica a arrojadas performances callejeras. En un insólito video puede verse a dos de las Riot junto a otras artistas, "robando" besos a mujeres policía en las calles de Moscú, siendo luego golpeadas e insultadas por ellas. En otro, puede verse a Nadezhka Tolokónnikova, la más joven del grupo, embarazada, teniendo relaciones sexuales en el museo de Biología junto a otras parejas, en protesta por la elección de 2008 del presidente Dmitri Medvédev. Esta performance se denominó "el nacimiento de un osezno" en referencia al apellido del mandatario (medvédev significa oso).
Lo cierto es que su estilo chocó muy fuerte con el corazón ortodoxo profundo de la Rusia conservadora. Ellas se autoproclaman feministas y militantes por la diversidad sexual, y son tan sólo una de las millares de expresiones de descontento en el país, denunciantes de las injusticias y de los estrechos vínculos entre la iglesia y el Kremlin, en un estado que se autodefine como laico. Putin se expidió acerca de las condenas, declarando que el tribunal "estuvo en lo correcto a la hora de tomar la decisión porque no se puede minar la moral y los valores para destrozar el país". Él mismo afirma a diestra y siniestra que la iglesia es "un aliado natural del poder político", que “en los momentos más críticos de nuestra historia, nuestro pueblo ha vuelto a sus raíces, a la religión cristiana y a los valores espirituales” y que la iglesia ha llenado "el vacío moral" imperante en la sociedad. La iglesia ortodoxa, también llamada "el patriarcado de Moscú" se jacta de que este año se han construido mil iglesias nuevas en Rusia, y hoy el parlamento considera endurecer los castigos por ofender los sentimientos religiosos. 
El apoyo masivo internacional a las Riot es estremecedor; sin embargo, al interior de Rusia la antipatía hacia el grupo parecería algo bastante generalizado. Una encuesta de opinión llevada a cabo por el centro independiente "Levada" señala que un 35 por ciento de los rusos cree que las condenas de dos años fueron apropiadas, un 34 por ciento que fueron poco severas y sólo un 14 que fueron excesivas. El mes pasado, Tolokónnikova, que fue reconocida como "mujer del año" por el diario Francés Le Figaro denunció en una carta las condiciones de vida en la prisión de la República de Mordovia, ubicada a 600 kilómetros de Moscú. Allí relata que ella y otras internas eran obligadas a trabajar en un taller de costura hasta 17 horas por día, "con cuatro horas para dormir y sólo un día libre en mes y medio", y con palizas "a veces hasta la muerte". Varias organizaciones de derechos humanos vienen denunciando que los viejos gulags (campos de trabajos forzados), se encuentran hoy en mayor auge aún que en la época estalinista. Imposibilitada de hablar con su abogado o con su marido, inició una huelga de hambre que duró varios días, hasta que logró ser transferida a otra prisión. Tolokonnikova, quizá la más brillante de las Riot, había dicho durante su mismo juicio: "La verdad triunfa sobre el engaño. Somos más libres que quienes nos enjuician, porque podemos decir lo que queramos. La gente entiende que un sistema que ataca a tres mujeres jóvenes que tocaron durante 30 segundos en la Iglesia de Cristo el Salvador es un sistema que teme a la verdad y la sinceridad que ellas representan". Más cuando se trata de un gobierno que abraza valores ancestrales, que persigue y castiga a los militantes por los derechos humanos y que promueve la discriminación, llegando al punto de que el acoso y la tortura a homosexuales se haya vuelto poco menos que un deporte nacional. 

Publicado en Brecha el 25/10/2013

viernes, 25 de octubre de 2013

Gravedad (Gravity, Alfonso Cuarón, 2013)

Un nuevo nacimiento

Quizá lo que se sienta hoy en un cine viendo Gravedad sea similar a lo que le ocurría hace 45 años con 2001: Odisea del espacio; pero no en relación a la ambientación que comparten ambas películas, sino más bien por la imponente innovación técnica, y la certeza de que eso que se está viviendo no tiene parangón en el mundo del cine contemporáneo. 
El director mexicano Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Niños del hombre) intentó emular aquí la vida por fuera de la atmósfera, y escribió un guión junto a su hijo Jonás y la asesoría de un experto espacial, reproduciendo fielmente la tecnología hoy utilizada en las misiones espaciales, y la clase de trabajos que allí se hacen, con la intención de recrear sensorialmente un clima realmente atípico. 
El telescopio espacial Hubble se averió, y hay que arreglarlo. Allí se dirige una misión de astronautas, pero en plena labor ocurre la catástrofe: fragmentos de residuos espaciales se dirigen hacia ellos con una velocidad inusitada. Se avecina el caos, y la supervivencia en el vacío puede llegar a ser prácticamente imposible. 
Como en el espacio no hay aire, las ondas sonoras no se propagan: no hay sonido. Esta realidad es una de las premisas que maneja la película desde los títulos iniciales, y es así que, cuando los personajes están en órbita y en sus trajes, los sonidos que se sienten son únicamente los que podrían escucharse desde adentro de esos trajes espaciales, más los acuosos y envolventes compases electrónicos provistos por la notable banda sonora de Steven Price. Es así que las explosiones, en las que satélites enteros son reducidos a ceniza espacial, son presenciadas sin escuchar sonido alguno. 
El cerebro humano está diseñado para existir en un mundo en que las variables de horizonte y peso se encuentran siempre estables, debido a la omnipresencia de la gravedad. Al desaparecer ésta (o reducirse a una expresión mínima) todos los puntos de referencia se pierden, el ser humano queda absolutamente desorientado, a merced de la inercia; si además la movilidad es muy limitada por las incomodidades de un abultado traje, la sensación de desesperación y asfixia aumenta. Si encima hay amenazas externas, el oxígeno se acaba, y las posibilidades de supervivencia parecen reducirse cada vez más, la sensación imperante se vuelve absolutamente angustiante, sobrecogedora. Gravedad es una experiencia sensorial increíble, pero además una película que deja al espectador particularmente exhausto. 
Conviene señalar un aspecto alegórico que lleva a que Gravedad pueda pensarse como más que un simple (y brillantemente logrado) ejercicio de género. La película refiere a las grandes adversidades de la vida y a la forma en que el ser humano puede renacer desde estas contingencias. Las circunstancias en que una persona es víctima de las propias inercias, ese momento en que se encierra en su propia burbuja, pierde la comunicación y el contacto. La escena en que la protagonista, prácticamente ahogada, entra en una nave, respira, se quita el molesto traje y queda suspendida por unos segundos, casi hasta quedar en posición fetal y con un tubo de oxígeno que pareciera un cordón umbilical, refiere a este nuevo nacimiento (además de homenajear a 2001). Otro elemento clave es, a mitad del metraje, el diálogo con un personaje que le achaca a la protagonista que no debe quedarse en la “comodidad” de una nave, entregándose a una muerte segura. El final podría leerse como la salida de un gran vientre, con agua incluida, y de los primeros pasos hacia una nueva vida.

Publicado en brecha el 25/10/2013

jueves, 24 de octubre de 2013

Relocos y repasados (Manuel Facal, 2013)

Otro Uruguay 



Cinco jóvenes deciden embarcarse en lo que definen como un "experimento social" tomando cada uno una droga distinta (marihuana, cocaína, éxtasis, LSD y quetamina respectivamente). Lo que podría significar una tarde en un "viaje" apacible y en una casa confortable, se convierte pronto en un infierno: la menor y más inexperiente de los miembros del equipo pierde el conocimiento, a la novia del protagonista se le muere la abuela y lo requiere urgentemente. El grupo debe separarse y cada uno emprender su camino por la suya, y se siguen en montaje paralelo sus desventuras particulares. En el trayecto habrá experiencias alucinatorias, golpizas, accidentes, intentos de disimulo frente a padres, persecuciones de autos. 
"Una comedia de drogas y enredos" describen las sinopsis. La frase invita a pensar en una película del tipo ¿Qué pasó ayer?  -amigos desbundados que salen a romper la noche y a sí mismos-, pero en este caso la travesía no es algo que ya ocurrió sino que se vive en tiempo real, y la ingesta masiva de estupefacientes es también un plan voluntario, premeditado. Tampoco sería pertinente la comparación con obras moralistas de tipo Réquiem por un sueño, en la que el consumo llevaba a irreversibles espirales de autodestrucción, ni siquiera con un drama de tipo Trainspotting, quizá más orientado a exponer una realidad social como algo tan desacatado como contradictorio. Si corresponde aproximar Relocos y repasados a otra película, quizá lo más cercano sería la notable Pánico y locura en Las Vegas, de Terry Gilliam, con Benicio del Toro y Johnny Depp en plena cruzada de aventuras lisérgicas a través del desierto. Como en esa película, aquí las drogas, o más bien los personajes embebidos en ellas, con alucinaciones y sin control de sus acciones, son vehículo para una experiencia cinematográfica, para la creación de atmósferas, para una sucesión de adversidades condimentadas con un factor extra. 
El espíritu anárquico de Facal se hace patente en su ausencia de miedo al ridículo -algo que se echa mucho en falta en el cine occidental actual- en un humor socarrón y directamente escatológico, en plasmar un ejercicio catártico en el cual la corrección política y las buenas formas son pisoteadas. La escena del supermercado, en la que dos mujeres, -una de ellas anciana- exprimen leche de sus pechos y la vuelcan sobre el protagonista es uno de los tantos tramos surrealistas que jamás hubiéramos imaginado ver en el cine uruguayo, y que, como delirio, funciona de maravillas. El contrapunto de los padres aburridos y pequeñoburgueses que van a ver un recital de Gilberto Gil en plena tarde o se preocupan por la carne que comerán en la noche, dejando a sus hijos a cargo de un auto (que será destruido) y una casa (en la que se intoxicarán hasta la manija), supone un atractivo choque generacional.
Las drogas, por mal que a algunos les pese, son una realidad, y especialmente entre los más jóvenes -está aún en carteleras Adoro la fama, de Sofía Coppola, que presenta un cuadro adolescente en el cual las drogas tienen también un papel ineludible-, y muchas veces funciona como fuente de adrenalina, como descarga o como simple esparcimiento. En cualquier caso son una posibilidad, tentadora y ubicua, una vía en la cual canalizar energías juveniles, un sustituto generacional para volcar toda esa líbido que quizá hace cuarenta años la izquierda orientó a la militancia, a la lucha armada o a ir a tirar piedras en una manifestación. Facal presenta, además de una divertida película de género, un mundo en el que el consumo es la elección, una propuesta cinematográfica en la cual los protagonistas no son héroes, no son ejemplos -todos los personajes atraviesan el patetismo de una forma u otra-, pero sí tienen claro que no piensan renunciar a esa forma de vida. 
La película tiene sus defectos: algunos de los diálogos están presentados en picos de acción desatada, generando un anticlimático contrapunto; hay personajes que no funcionan tan bien como otros y un diálogo del protagonista con su novia en un bar parecería inserto en la anécdota sin mucha coherencia ni razón de ser. Pero seguramente nunca se había visto un cine uruguayo tan fresco, anárquico, entretenido, incorrecto y deliberadamente desquiciado. 

Publicado en Brecha el 18/10/2013

viernes, 18 de octubre de 2013

Séptimo (Patxi Amezcua, 2013)

Que viva Darín 


La primera media hora es formidable: un padre separado (Ricardo Darín), abogado de causas cuestionables pero muy redituables (un complejo caso de políticos vinculados a una corporación), va al departamento de su ex mujer (Belén Rueda) a llevar a sus dos hijos al colegio. Su día ya parece ser bastante complicado de por sí –tendría que estar en un estudio junto a su principal cliente desde hace rato– pero su mundo se da vuelta cuando, en el momento en que él baja por el ascensor y sus hijos por la escalera, ellos desaparecen; se desvanecen en el aire. Las primeras sospechas de que se trata de una travesura y de que están escondidos en algún recoveco del edificio se van transformando, de a poco, en la certeza de un secuestro. De aquí en adelante se suceden las figuras clásicas del whodounit, se presenta a los personajes, todos ellos posibles sospechosos, y empezamos a seguir un desesperado proceso de búsqueda e investigación –siempre de la mano de Darín, impecable- para dar con la clave de la desaparición, y de la forma de encontrar el paradero de los niños. Todo este comienzo es absolutamente intenso. Hay que verlo a Darín celular en mano desorientado, llamando a cuanto dios pueda ayudarlo, poniendo el cuerpo, convenciendo al espectador como un padre desquiciado que amenaza, irrumpe en la casa de los vecinos, echa culpas y después pide perdón arrepentido. Cine puro. 
Pero cerca de los cuarenta minutos de metraje todo se desbarranca, o baja unos cuantos puntos cuando tiene lugar un diálogo entre ambos padres, en el que se ponen a conversar y a recordar el día en que se conocieron, ¡en pleno secuestro de sus hijos! En ese momento es cuando se vuelve inevitable tomar distancia de la película y de la anécdota y preguntarse qué clase de drogas duras estarían consumiendo los guionistas a la hora de escribir esa escena. Cualquier cosa, un silencio sepulcral, un intercambio de puteadas, un llanto desgarrador serían más pertinentes. 
Pero lo peor de Séptimo es el desenlace (el que aún no la vio puede dejar de leer por aquí). No es que el ritmo o el interés decaigan, sino que una vez dadas las últimas vueltas de tuerca, una vez que entendemos quién llevó adelante el secuestro y cómo lo ideó, empezamos a recapitular y ver todas las evidentes incoherencias en la trama. Que los propios niños no se hayan dado cuenta del secuestro y no se hayan preocupado de avisarle a su padre que estaban entrando en otro departamento, que todo el secuestro se sustentara en la hipótesis (nada segura) de que los niños bajarían por la escalera en vez de por el ascensor, o la idea (insostenible) de que el secuestro derivaría en la firma de unos documentos por parte del protagonista. Podemos hacer un esfuerzo por evitar ver todo esto y mil incoherencias más, y conformarnos con el disfrute inmediato de un thriller que funciona muy bien casi todo el tiempo. Pero a veces los huecos de guión son tan inmensos que se vuelve un asunto difícil.

Publicado en Brecha el 18/10/2013

jueves, 10 de octubre de 2013

Adoro la fama (The Bling Ring, Sofia Coppola, 2013)

Inagotable adicción 

 


Esta película haría una buena dupla con American psycho, el libro de Brett Easton Ellis y su adaptación al cine de Mary Harron. Como en aquella historia, se aborda el culto a la elegancia, la superficial y enfermiza búsqueda de destacar socialmente mediante la incorporación de vestimentas y artículos suntuarios, obedeciendo a los dictados de efímeras modas. En ambos casos, los personajes, individuos totalmente inseguros y poco definidos, se pliegan a los parámetros publicitarios dominantes, entrando en una espiral salvaje y desaforada de hiperconsumo. 
En esta The Bling Ring (me niego a utilizar otra vez el nombre que algún titulador superficial expidió) se ficcionaliza el caso real de una banda de adolescentes de Calabasas, California, dedicados a irrumpir durante varios meses en las casas de famosos como Paris Hilton, Orlando Bloom, Megan Fox y Lindsay Lohan para robar sus artículos personales y su dinero, con un valor total de 3 millones de dólares. La directora Sofía Coppola (Las vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio) ofrece un tenso y divertido despliegue audiovisual en el que se siguen las andanzas de este grupo, chicos que no necesitan robar y que acceden a viviendas carentes de alarmas o seguridad, en barrios en los que los ocupantes ni siquiera imaginan que pudiesen ser robados.
Las circunstancias expuestas son asombrosas en muchos sentidos: así como las celebridades no se preocupan por la seguridad de sus pertenencias ni se dan cuenta de que hubo gente que ya entró y saqueó su casa cinco veces, de la misma manera estos chicos no parecerían ser plenamente conscientes de que están cometiendo delitos, ni de las consecuencias de sus actos. Es decir, son muchachos que se encuentran en plena etapa de formación, en ese tantear los límites e ir un poco más allá, en probarse a sí mismos frente a los otros. Esta torpeza que comparten, tanto las celebridades como ellos mismos, da a conocer una doble expresión social abrumadora. Coppola está diciendo (y demostrando) que no importa cuánto dinero se tenga, siempre se irá por más, -la escena en que los protagonistas irrumpen en el vestidor de Paris Hilton atiborrado de zapatos es ejemplar en este sentido- y demuestra que estos jóvenes nunca podrían saciarse, siempre necesitarían saquear para poder sentirse al nivel inalcanzable de la imagen promovida y reproducida masivamente por los ídolos. Este juego de espejos se continúa en un desenlace revelador en este sentido. 
Las penas impuestas a estos chicos suenan absolutamente disparatadas, considerando la edad de los muchachos -están terminando la secundaria, así que 18 como mucho- más el hecho de que semejante cúmulo de ropas, accesorios, joyas y dinero casi parecería pedir a los gritos ser robado, y como veíamos, sus dueños a duras penas se dan cuenta de las ausencias. Se conoce que es la justicia de los Estados Unidos y que hablamos de la sacrosanta propiedad privada (aunque en Uruguay no estamos lejos). 
Aún considerando la notable idea general, un guión muy sólido, interpretes formidables y una puesta en escena de a ratos excepcional (con una mención particular a la dirección artística), se delata, de todos modos, una clara fascinación de la directora por ese mismo universo al que intenta criticar. Coppola, de tanto repetir planos centrados en los objetos del deseo, parecería reproducir publicitariamente el discurso dominante que cuestiona. Como si alguien quisiese filmar una película condenando la prostitución, pero lo hiciera recurriendo constantemente a planos detalle de tetas y culos. 

Publicado en Brecha el 11/10/2013

sábado, 5 de octubre de 2013

En la oscuridad: Star Trek (Star Trek into darkness, JJ Abrams, 2013)

Funcional y efectista 


Luego de una sólida primera entrega, la nueva saga ya corre sola. JJ Abrams, creador de las series Lost y Alias ya había presentado en Star Trek (2009) un interesante terreno con media docena de personajes atractivos, encabezados por dos protagonistas en constante tensión -los legendarios Capitán Kirk y Mr. Spock- que, en las antípodas el uno del otro, representaban respectivamente la discreción racional y el arrojo instintivo. Con personajes tan bien trazados, un conflicto inherente y un universo atrayente, sólo hacía falta lanzarlos a la carrera. En esa primera entrega se lograba justificar mediante realidades paralelas la existencia de dos sagas distintas -la clásica y esta nueva- sin que exista una contradicción y logrando así que pueda operarse con relativa libertad a la hora de crear un universo nuevo, repleto de aventuras. 
Con ese sustento previo, más el borrón y la cuenta nueva, Abrams se permite homenajear a una serie que lo formó y al mismo tiempo hacer lo que se le canta con ella, con la puerta abierta para plasmar infinitas secuelas hasta que las audiencias se harten. Aquí los tripulantes del Enterprise deben salir a la caza de un terrorista interplanetario, que pone en jaque a la federación y a la Tierra y podría ser la causa (o la excusa) de que los terrícolas entren en guerra con una especie sideral. 
El ingenio marca de Abrams es volcado con eficacia, y si bien la película está llevada con excelente ritmo y mucha gracia, el verdadero punto a favor está en la confianza depositada en la inteligencia del espectador para que siga los presurosos diálogos y las decenas de giros de guión. La tensión es alimentada con plenitud de detalles, pequeños factores adversos a tener en cuenta que se superponen, proveyendo suspenso e incidiendo en que los picos de acción sean realmente inquietantes. 
Ahora, es curioso que un libreto tan profuso de detalles, tan colmado de giros argumentales, caiga en ciertas incoherencias lógicas, tramos débiles que no resisten a una reflexión pormenorizada o al llano sentido común. Por ejemplo: una negociación con un villano que tiene todas las de salirse con la suya le sirve a Mr. Spock para recuperar y salvar a tres de sus tripulantes, cuando el malo no gana absolutamente nada devolviéndoselos. Asimismo, el malo (supuestamente brillante y poderosísimo) tiene la capacidad de teletransportar a quien quiera de la otra nave a la suya y viceversa con absoluta facilidad y a piacere, y bien podría haber decidido teletransportar a todos sus adversarios hacia su propia nave cuando se entera que está por explotar por una jugada maestra de Spock. Intentando no adelantar un detalle final, podemos decir que el manido recurso de la resurrección puede ser lo suficientemente efectista, pero resulta un comodín poco recomendable ya que quedando esa posibilidad abierta todos los personajes podrían eventualmente sobrevivir en un futuro, lo cual quitaría buena parte de la gracia a la franquicia.

martes, 1 de octubre de 2013

Arrow: the ultimate weapon (Kim Han-min, 2011)

Lo mejor es invisible a los ojos


El cine dominante promete películas de acción y aventuras y las reproduce, difunde y distribuye por docenas, al punto de haber moldeado y creado un público que prácticamente no es capaz de consumir otra cosa. Junto al thriller policial y el terror, el género de aventuras es uno de los principales puntales de la industria hollywoodense, y seguramente sea el principal si se considera que la animación infantil también transita ese registro. Pero corresponde decir que mucho del mejor cine de géneros del mundo no llega a nuestro país. Lo triste es saber que también existe otro cine de entretenimiento, vital, creativo y lúdico que no accede a los circuitos comerciales, que no tiene estreno en DVD y que tampoco sería transmitido por la televisión abierta, difícilmente por cable. No específicamente el europeo -el cine de género español, francés, e incluso el nórdico y ruso tienen cierta acotada difusión- sino el proveniente de las filmografías orientales. Es en esas películas donde puede verse mayor riesgo, historias realmente atractivas: es ahí donde se siente palpitar al cine. 
Algunas películas recientes de las que aquí ni se oyó y que permanecen ocultas: The raid: redemption (2011) es una indonesia de acción y artes marciales que se alza como una de las imprescindibles para los adeptos al género. Mi novia es un agente secreto (2009) es surcoreana, y de esas comedias que entrecruzan romance, intriga y la acción más lúdica y variada. Let the bullets fly (2010) es una divertida coproducción épica chino-hongkonesa de bandidaje y tiros, ambientada en los años veinte. Eso por no hablar de las películas indias, que son un mundo aparte pero no convendría detenerse en ellas por ahora. Es verdad, ninguna de las películas nombradas es una genialidad ni cambiará el cine, pero no hay dudas de que superan con creces la amplia mayoría de sus símiles norteamericanos. 

Al nivel de todas las nombradas, Arrow, the ultimate weapon de Kim Han-min es un drama histórico y épico de acción desatada, en el que hay cruces de espadas, de garrotes y, como adelanta el título, sobreabundan los flechazos. El protagonista es un arquero profesional y la acción comienza en un pueblo coreano cercano a la frontera que separa China de Corea, cuando la segunda invasión de los manchúes, en el año 1637. La hermana de nuestro héroe es secuestrada por el ejército manchú y él tiene las horas contadas para rescatarla, junto a un equipo mínimo de hombres, antes de que sea violada. Si el asunto ya es bastante tenso de por sí, durante toda la segunda mitad del metraje la acción se dispara: un comando de guerreros manchúes comienza a perseguir al protagonista a través del bosque, a lo Apocalypto. Esta segunda parte es grandiosa: hay un enfrentamiento a toda velocidad con flechazos entrecruzados entre los árboles, saltos suicidas a través de la garganta de un río, un tigre que anda suelto por el bosque, un duelo final de arqueros en el que la hermana del protagonista se posiciona entre ambos contrincantes.

Por detrás del puro divertimento también hay ciertos apuntes sociales. En aquella época el gobierno coreano impuso una ley durísima para frenar la migración: el que cruzaba el río hacia China, por la razón que fuere, nunca podría volver a su país. Lo curioso es que hoy en día el gobierno de Corea del Norte aún mantiene intacta esa prohibición: los norcoreanos ilegales encontrados en China son deportados a Corea del Norte, y allí son torturados en campos de concentración o ejecutados. Este dato, sobradamente conocido para un espectador local seguramente pase desapercibido para uno occidental. Una escena crucial en ese río adquiere un peso dramático mucho mayor si se comprende este trasfondo.
Arrow… es entretenimiento asegurado al 100%. Y un buen ejemplo de todo un universo que nos estamos perdiendo.

lunes, 30 de septiembre de 2013

¿Quiénes *&$%! son los Miller? (We're the Millers, Rawson Marshall Thurber, 2013)

Una *&$%! sorpresa 

Un dealer de marihuana de poca monta (Jason Sudeikis, de Quiero matar a mi jefe) sufre un golpe de mala suerte por el cual toda su mercancía y sus ahorros son robados, y para reparar la deuda con su excéntrico proveedor (Ed Helms, uno de los protagonistas de ¿Qué pasó ayer?) debe aceptar el encargo de trasladar a través de la frontera con México un cargamento de marihuana, escondido en una casa rodante. Para pasar desapercibido, improvisa una “familia” con su vecina stripper (Jennifer Aniston de Friends) otro vecino nerd (Will Poulter, el de Son of Rambow) y una adolescente fugitiva (la hiperactiva Emma Roberts, que con 22 años ya figura en el elenco de 31 películas y series). Es así que se presenta una comedia en forma de road movie, con la tensión muy bien llevada y la infaltable evolución personal que tiene lugar en esta clase de películas. 
Aunque la coherencia interna del guión no resista el más mínimo análisis, el director de Bolas en juego logra plasmar aquí una efectiva sucesión de escenas y chistes en los que se alterna lo moralmente incorrecto, lo disparatado, lo directamente perverso y hasta lo escatológico de vez en cuando. Un paquete de marihuana al que se hace pasar por bebé, un intento de robo interpretado como sugerencia de intercambio swinger, un oficial de policía corrupto que como soborno exige una fellatio masculina. Estas y otras ocurrencias están brillantemente resueltas y son bien dosificadas a lo largo de la película, de modo que la carcajada casi continua está asegurada. El libreto es lo suficientemente dinámico como para que los giros de la trama ocurran lo más abreviadamente posible y que la verdadera sustancia –la interacción en esta familia improvisada y sus encuentros con otros- se exprese. Los actores principales están todos muy bien y componen personajes queribles y memorables y hasta una buena cantidad de secundarios tienen apariciones sumamente sólidas, como los integrantes de la familia Fitzgerald, ligados a la corrección política norteamericana y, para colmo, al departamento de narcóticos. 
Sin dudas lo más cuestionable de la película es la visión de México y los latinos en general. Digamos que hace falta ser blanco y estadounidense para tener un personaje digno de simpatía e interés, que los villanos más temibles son todos mexicanos, que una vez atravesada la frontera hacia el Sur, el mundo se vuelve un lugar realmente inhóspito. Olvidando este detalle, la película divierte y cumple sobradamente con sus cometidos; ¿Quién *&$%! son los Miller? seguramente sea la comedia americana más entrañable y entretenida de este año.

*Publicado en Brecha el 20/9/2013

viernes, 27 de septiembre de 2013

La noche del demonio 2 (Insidious 2, James Wan, 2013)

Más miedo 

Está claro que los tituladores latinoamericanos no ven las películas, porque de haber sido así no habrían cambiado el título original "Insidious" de la primera entrega por "La noche del demonio". En su momento ya explicamos que la acción transcurría durante varias noches (y varios días) y que, si bien había una presencia demoníaca, no se trataba de algo central sino una entre varias apariciones extraterrenales que acosaban a los protagonistas. En esta segunda parte ni siquiera hay presencia demoníaca, así que, ni noche, ni demonio. A lo único que le pegaron fue al 2. 
James Wan es un director malayo de raíces chinas que creció en Australia, y que hasta hoy sólo se ha desempeñado filmando efectivas y muy logradas películas de terror: El juego del miedo (la primera de la serie; la visible), Dead silence, Death sentence, y las notables Insidious y El conjuro, (esta última aún está en carteleras, por lo que se da la extrañísima situación de que hoy se proyecten dos películas de terror del mismo director simultáneamente). Wan ya avisó publicamente que con este filme se retiraba del género, lo cual no es necesariamente una mala noticia ya que quizá podamos ver su inventiva y sus climas volcados en obras aún más personales. 
Aquí la anécdota comienza donde terminaba la anterior: el padre de la familia Lambert se encuentra poseído por una entidad maléfica que pretende utilizarlo para acabar con los suyos, y tanto su madre como su esposa inician una pesquisa para averiguar qué terrible historia del pasado es la causa de las amenazas y los acosos fantasmagóricos. Si la anécdota no es en absoluto original, está en el impecable pulso de Wan la razón de que las atmósferas sean perfectamente opresivas, y los sustos efectivos en su totalidad. 
Quienes hayan visto El conjuro o la entrega precedente ya sabrán dónde están los puntos fuertes: en los impecables decorados y en la puesta en escena, en la dirección de actores, en las cámaras inmersivas que se desplazan cadenciosas por las habitaciones, como si las mismas fuesen una presencia amenazante o una potencial víctima. El fuera de campo es justamente lo que más miedo da y lo que se ve parcialmente, lo más incómodo y revulsivo. Una opresiva entrada de los protagonistas dentro de una habitación clausurada en la que se alinean quince cadáveres en butacas y tapados con sábanas despierta fascinación y rechazo simultáneos, proponiendo un atípico reflejo de la sala de cine en la que el espectador se encuentra sentado. 
La desventaja es que hay secuencias que remiten a sucesos que ocurrieron en la entrega anterior, pequeños guiños para los que tienen presentes los acontecimientos precedentes, como si el guión hubiese sido diseñado para calzar perfectamente con el otro, con tramos que en realidad no agregan demasiado a la trama actual. Quizá hubiese sido mejor que, aún siendo una secuela, la película se cerrase en sí misma y que pudiera ser íntegramente aprehensible para quienes no vieron la otra, o no la recuerdan del todo bien.

Publicado en Brecha el 27/8/2013

martes, 24 de septiembre de 2013

Últimos tramos de Breaking Bad

Una serpiente que se mordió la cola 



Era esperable. Los que siguieron hasta este momento la serie Breaking Bad podían verse venir este final. Un imperio de la droga se había erigido en base a ocultamientos varios, mentiras, asesinatos; el padre responsable, el profesional universitario buen amigo y mejor vecino, se había convertido en un narcotraficante de los pesados manipulando y utilizando a otra gente, traicionándola, eliminando a sus enemigos y convirtiéndose en uno aún peor que ellos. Walter White, el otrora profesor de química que empezaba a cocinar cristales de metaanfetaminas para costear su propia quimioterapia y sustentar a su familia acabó transformándose en un demonio. Los que siguieron durante cinco temporadas este proceso sabían que esto podría terminar así: los lazos afectivos destrozados, las lealtades desarticuladas, las amistades deshechas, el imperio desmantelado; el rey desnudo ante los suyos y ante las autoridades. Sabían que una carrera desbocada en una única dirección podía encontrarse con un tabique, un muro contra el cual el bólido sólo podría impactar hasta convertirse en polvo, o verse obligado a colocar freno de mano y reversa, causando daños irreparables en la carrocería. 
Y aquí está, la hermosa destrucción. Duele verla, duele hasta en los huesos, pero quizá era esto lo que queríamos: un gran ascenso merecía una precipitada caída, de similar intensidad. Horas y más horas de suspenso sustentados en una desmesurada ambición y en delirios de grandeza, muertos y más muertos cimentando el terreno desde el cual siempre se veía el momento y las urgencias inmediatas, y no tanto el sórdido camino recorrido. Ese trecho por el cual los personajes se fueron cada vez más al carajo; desde aquellos primeros capítulos en los que decidieron deshacerse de cadáveres disolviéndolos en ácido fueron descendiendo cada vez más peldaños, causando estragos, rompiendo todo y mal, arrastrando a otros a un desenfreno enfermizo. 
Y ahí está lo genial, en que el creador Vince Gillighan nos hacía creer que durante el proceso no tenían otra opción, que se encontraban cercados por las circunstancias, que sus decisiones eran lógicas, racionales, que la desgracia los había señalado arrastrándolos hacia derroteros poco deseables, cuando en realidad ellos elegían estar allí, cuando decidían seguir en el juego pese a los golpes y las trampas, y optaban por doblar sus apuestas con risas maliciosas. 
El arrepentimiento no corresponde cuando la rosca se dio con ganas. Ahora es matar o morir, desangrarse pero manteniéndose firme y con lo poco de dignidad que reste, recibiendo un infierno y dando cien más. Breaking bad está prendida fuego, estalla en sus últimos e incandescentes estertores, y los televidentes lo agradecemos, impactados. La vamos a extrañar, vamos a extrañar a Walter, a Hank, a Pinkman, a Skyler y a Saul. Vamos a extrañar quererlos y odiarlos al mismo tiempo, y por supuesto, vamos a extrañar colocarnos en los pies de Heisenberg, entrañable padre de familia y a su vez rastrero e inescrupuloso narcotraficante.

Publicado en Brecha el 20/9/2013

domingo, 15 de septiembre de 2013

El ataque (White house down, Roland Emmerich, 2013)

Invasión al inmueble


Los traductores suelen ser geniales. Cuando hace dos meses se estrenaba la película Olympus has fallen, los tituladores rioplatenses decidieron llamarla Ataque a la Casa Blanca. Hoy, llegada la nueva película del subgénero de “ataques terroristas a la casa blanca con secuestro de presidente” llamada originalmente White house down, decidieron que, como no podían titular de la misma manera dos filmes estrenados con tan poco tiempo de separación, debían ponerle solamente El ataque.
Y sí, efectivamente salió otra película más de embestida contra la casa blanca: terroristas, secuestro, un guardia de seguridad que a su vez es el héroe, un niño que merodea suelto como para agregar tensión al asunto (acá es una niña), muchos tiros y el protagonista escondido que se dedica a eliminar a los malos uno a uno, a lo Duro de matar. Los puntos en común con su predecesora son demasiados y uno ya empieza a sospechar de robo de ideas, de hackers de una productora birlándose los guiones de la otra, de datos filtrados y de una carrera por finalizar la posproducción antes. Pero para qué: no hay un ápice de originalidad ni en una película ni en la otra.
Está claro que lo que le va al director alemán Roland Emmerich es la destrucción: Día de la independencia, Godzilla, El día después de mañana, 2012. Pero a diferencia de su colega Michael Bay, el hombre sabe contar una historia, mantener un ritmo digno y, en este caso en particular, hacer que los 150 millones de dólares de presupuesto aparenten estar bien distribuidos. El problema es que El ataque recurre en demasía a los estereotipos (la adolescente sabelotodo, el guardia de seguridad atento y servicial, el terrorista irritable, el hacker demente) y a la emoción impostada (sin ir más lejos el viaje en helicóptero final, con personajes que deberían estar exhaustos y necesitados de primeros auxilios no tiene sentido alguno).
El presidente, encarnado por Jaime Foxx, viene de hacer esfuerzos denodados por el retiro inmediato de tropas de Afganistán y por la paz en Oriente Medio (no, evidentemente no es Obama) y acá los malos de turno son ultraderechistas y psicópatas varios. Todo este rollo correcto y progre parecería compensar la majadería de estandartes, símbolos patrios, del exabrupto de la caída de la Casa Blanca como símbolo del fin de los tiempos y del mismísimo presidente de los Estados Unidos como defensor del día, con metralleta y lanzamisiles incluido. El ataque es de esas películas que quizá sirvan para pasar el rato, pero que cuando terminan dejan un imperante gusto a nada, a espectáculo perfectamente frívolo e intrascendente, a llana pérdida de tiempo.

Publicado en Brecha el 15/8/2013

domingo, 8 de septiembre de 2013

Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993)

Volver al parque 


El buen cine no envejece. Ya pasaron veinte años desde el estreno de Jurassic Park y en su reestreno hoy, la película transmite la misma libertad, la creatividad, el empuje que la caracterizó en su momento. La superproducción de Spielberg de 63 millones de dólares (ajustados a la inflación, hoy serían 102) supo impactar a varias generaciones y regaló secuencias que nunca podrían quitarse de las retinas, y es llamativo que hoy ningún elemento de su laboriosa concepción pareciera haber envejecido. Si bien conviene señalar defectos que en su momento tuvo y que hoy sigue teniendo, también corresponde resaltar sus importantes aciertos. 
En las reseñas y análisis cinematográficos suele evitar escribirse sobre los efectos visuales, pero para este caso particular, no explayarse en este punto sería una grave omisión. Spielberg tanteó en su momento las diferentes técnicas de animación para dar con la forma más adecuada para emular lo que sería un dinosaurio real, y así fue que exploró las diversas formas de títeres y marionetas, la stop-motion -animación cuadro por cuadro, a menudo concebida con muñecos de plastiscina- los animatronics -animación generada mediante trajes especiales con sensores que permiten reproducir por computadora el movimiento de un ser vivo tal cual es- y la animación CGI generada por computadora. La conclusión a la que se llegó es que las técnicas eran todas útiles y que a todas podia echarse mano, e incluso aventurar una combinación de varias de ellas. 
Durante los preparativos, el veterano animador Phil Tippett se pasó diseñando modelos de dinosaurios en stop-motion, pero se sintió sumamante decepcionado al ver que finalmente ninguna de sus criaturas sería usada en el filme. Había investigado el movimiento de los animales y volcado pacientemente los conocimientos adquiridos en sus modelos. Pero ellos no se veían como algo convincente a la hora de filmarlos directamente, por lo cual se decidió utilizar esta experiencia para crear varias armazones articuladas -una por cada dinosaurio- y manipularlas como si fuesen figuras de stop-motion. Estas armazones habían sido previamente construidas con sensores de movimiento, de modo que la animación reproducida en la computadora obedecía a los movimientos que se le daban a esa armazón. El resultado fue excepcional; los dinosaurios fueron dotados de la inmediatez del stop-motion, del realismo de la animación captada mediante animatronics y de la fluidez del CGI. Esta combinación despertaría en los espectadores sensaciones únicas: la vivencia imposible de ser perseguido en auto por un tiranosaurio rex, o de ser acechado por velociraptors a lo largo de una gran cocina. 
A nivel argumental, se veía en su momento como algo novedoso la idea de clonar un ser vivo a partir de una partícula de su ADN. Aunque la idea de que un mosquito pudiese conservarse fosilizado durante millones de años con sangre de dinosaurio en su interior, y que esa sangre se mantuviera inalterada en su composición química puede sonar un tanto increíble. Pero de todos modos la idea acercaba a la película al terreno de la ciencia ficción, dotándola de un sustento firme al punto de que hoy, pasadas dos décadas, no suene a llano delirio. Es decir, en un mundo actual en que un dentista millonario pretende clonar a John Lennon a partir de uno de sus dientes, la idea de clonar un dinosaurio no parecería hoy algo tan disparatado. 
Los velociraptors, verdaderas estrellas del film, en el período cretácico no sobrepasaban el tamaño de un pavo, por lo que quizá llegarían a la cintura de un hombre. Pero se optó aquí por quintuplicarlos en su tamaño, creando así imponentes amenazas. Aún inventando varias de las características de los dinosaurios -los dilofosaurios por ejemplo no escupían fluidos venenosos- la película dosifica información sobre sus formas de atacar, sobre su percepción, que más adelante son explotadas en plena acción. Una forma de hacer que el espectador asimile datos y pueda pensarlos después, aplicándolos a lo que es visto en pantalla. En este sentido, Jurassic Park se diferencia de la mayoría de las películas de acción, mucho más superficiales y carentes de una lógica interna sólida. 
Quizá el punto más flojo de la película, -así como el de la mayoría de las de Spielberg- es el trazado de personajes, más bien estereotipados y carentes de psicología. El que está mejor es Jeff Goldblum interpretando a un matemático nihilista, un antipático defensor de la teoría del caos que se carga a la antropóloga (Laura Dern) y que finalmente parecería tener la razón en cada uno de sus dichos. En cambio el peor delineado es sin dudas el traicionero villano interpretado por Wayne Knight, gordo y desagradable, ambicioso, holgazán y negligente, un personaje al que le tocó encarnar el "factor humano" (o todo lo malo del ser humano) que desencadenaría la debacle. Pero quizá en un entretenimiento de aventuras no corresponde poner demasiado énfasis en este aspecto. 
Si la narrativa es ágil e interesante -a pesar de la enorme cantidad de diálogos y discusiones éticas- la puesta en escena es directamente grandiosa y todo se orquesta notablemente para construir suspenso. La inmersiva llegada del helicóptero a la isla, con la inconfundible música de John Williams es un soplo de aire fresco que retrotrae a un cine de aventuras clásico, lineal, desentendido de ataduras creativas y de giros de guión constantes. 
La infantil y fascinada mirada de Spielberg respecto a la evolución de la tecnología aplicada a la ciencia se ve reflejada en el encanto de los niños y los científicos al descubrir una realidad nueva. Pero la sucesión de acontecimientos, la catástrofe que se impone, es una forma de afirmar que esta no puede quedar a merced de los caprichos de unos pocos. En su perfecta necedad, el hombre puede ocasionar incluso su propia destrucción.

Publicado en Brecha el 6/9/2013