lunes, 29 de octubre de 2012

Looper - Asesinos del futuro (Looper, Rian Johnson, Estados Unidos, China, 2012)

Refritaje ingenioso

Es el año 2044. Al parecer las brechas sociales se han ensanchado (¡aún más!), y la pobreza y la delincuencia campean en una urbe sucia y descuidada. Los yuppies salen a la calle armados con escopetas para cuidar sus lujosos autos y motos voladoras de los vagabundos y las prostitutas que deambulan; si la tecnología ha avanzado, sólo puede notarse por algunos artículos de lujo –que ni siquiera andan muy bien-, y por las nuevas drogas sintéticas. Una buena parte de la población ha adquirido habilidades de telequinesis por mutaciones genéticas generalizadas, pero de momento son muy débiles y sólo parecen servir para trucos baratos -hacer levitar monedas o encendedores sobre las manos-. Años después, serán desarrollados los viajes en el tiempo, lo que lleva a que el protagonista (Joseph Gordon-Levitt) y sus congéneres reciban “encargos” por parte de agentes del futuro, con el objeto de que eliminen a personas enviadas a su época, y que despachen sus cadáveres sin dejar rastros. Para el protagonista es un trabajo sencillo e impersonal, recibe el “paquete” humano, -debidamente envuelto y encapuchado- le coloca una bala en la cabeza sin siquiera escrutarlo, e incinera el cuerpo en un lugar específico. Pero el problema surge cuando una de las personas que mandan para que asesine es él mismo luego de treinta años. Así es que el protagonista entra en el primer “loop” (bucle) -hay varios, algunos hasta metafóricos- lo que le da significado al título.
Es sencillo rastrear las influencias artísticas de las que se nutre esta película, porque están todas muy cerca, a la vuelta de la esquina. Se puede decir a grandes rasgos que hay mucho de Terminator, de 12 monos, de Niños del hombre y que el filme se alterna entre varios géneros: la ciencia ficción cyberpunk -entre Philip K. Dick y William Gibson-, el thriller sobrenatural a lo Stephen King, el western.
Si bien la introducción a la temática y los primeros giros son contundentes y están planteados con una estética sórdida y atractiva, la película se estanca sobre la mitad, perdiéndose de vista al personaje de Willis, dando cuentas de anécdotas pasadas de algún personaje, y presentando a otros sin demasiada cadencia narrativa. Quizá lo mejor del planteo esté en el enfrentamiento entre el protagonista y su "yo" futuro, y que sea dificil la identificación plena con alguno de ellos. Por fuera de esto, hay alguna incoherencia elemental -¿por qué los agentes del futuro exigen que los sicarios se maten a si mismos, cuando podrían pedírselo a otros y evitar problemas?- y cierto esquematismo general en el trazado de personajes que resta puntos de verosimilitud, impidiendo pensar en situaciones mundanas cercanas. En el desenlace, una escena final cierra todos los conflictos, ata los cabos y rompe los bucles. Pero también queda esa sensación tan propia de los enlatados hollywoodenses de que terminada la película queda resuelto el acertijo, el pasatiempo, y que ya no queda mucho más en lo que pensar. Una pena.

Publicado en Brecha el 28/10/2012

domingo, 21 de octubre de 2012

Un documental nefasto

Despuntando vicios

De no haber obtenido millones de visitas en youtube, es probable que el largometraje argentino La educación prohibida hubiese sido ignorado olímpicamente por la prensa. El documental fue debidamente vapuleado en varios medios escritos por sus propuestas maniqueas, su falta de rigor y lo insustancial de sus fundamentos. Por fuera de eso, la película es un compilado de todo lo que no debería hacerse para lograr un buen documental.

Hay un factor intrínseco a los buenos documentales que es la capacidad de hacer al espectador partícipe en un proceso de descubrimiento. Lograr un largometraje documental supone muchos desafíos, pero quizá el mayor sea establecer la participación activa del espectador durante todo el tiempo que dura el metraje. Para lograrlo pueden hacerse uso de un sinfín de herramientas, pero en cualquier caso, debería quedar planteado un enigma, presentarse una puerta abierta, e irse dosificando la información adquirida para que el interesado pueda acompañar un recorrido determinado.
Michael Moore hace ya una década popularizó y logró implantar y generalizar el documental subjetivo, con su éxito Bowling for columbine. Esta clase de documental se opone al formato "expositivo"del documental más clásico. Así, el mismo director se hizo parte indivisible de la película, apareciendo delante y detrás de las cámaras, y ofreciéndose como un estimulante guía durante el proceso de aprendizaje. El espectador parecía acompañado y dinámicamente orientado, y Moore, partiendo de una tesis, lograba desarrollarla, convenciendo por saber incorporar a su audiencia en su planteo y en su investigación.
Quizá el principal problema en la estructura de La educación prohibida esté en que, desde su mismo comienzo, ya es puesta en evidencia su tesis. Es decir: desde que la película comienza ya puede saberse hacia dónde apunta y qué es lo que se quiere demostrar. Si sostener un documental de más de dos horas y quince minutos ya es una tarea ardua de por sí, más aún lo es si se queman los giros, las posibles sorpresas, las conclusiones a las que se quieren llegar. Es muy probable que una amplia mayoría de esos millones de internautas que vieron, compartieron, o hicieron click en "me gusta" no hayan visto la película completa; quizá ni hayan logrado pasar de su primera media hora. La educación prohibida empieza desde lo que debería ser su final; se adapata perfectamente a la web porque no es necesario verla entera para entenderla, sino que con sólo ver un fragmento inicial se comprende su postulado principal: que el paradigma dominante de nuestra educación ha quedado obsoleto.
Se trata de un postulado perfectamente válido, una posición y una inquietud legítima para sostener un documental, pero el problema es que el director Germán Doin se dedica a acumular, en las siguentes dos horas, fundamentos para sostener y reafirmar esa tesis inicial. La sumatoria ad infinitum de entrevistas, la dramatización mediante actores, y las animaciones para ilustrar argumentos son las herramientas utilizadas, y todas ellas se inscriben en una misma dirección.
Del recurso de la dramatización no puede esperarse demasiado -se ha devaluado lo suficiente por su uso y abuso en programas televisivos sensacionalistas- y su utilización en documentales debería limitarse a acciones cuya descripción resultaría engorrosa o confusa; digamos la recreación de un crimen, de un recorrido, de un accidente. La escenificación debe revelar detalles necesarios para la comprensión general. En cualquier caso, lo ideal en estos casos sería filmar con austeridad estos fragmentos y buscar actuaciones neutrales o no-actuaciones, para evitar volcar una carga subjetiva a los hechos. En La educación prohibida las dramatizaciones son utilizadas de la peor manera posible. Se crean situaciones que pretenden ilustrar las afirmaciones vertidas: profesores impartiendo clases con cara de odio, alumnos esposados a los pupitres o repitiendo lecciones como autómatas. En cualquier caso, aquí el recurso además de ser redundante es terriblemente manipulador, y en vez de lograr su cometido lleva a pensar en los realizadores y en su falta de seguridad para exponer sus convicciones.
Lo mismo cabe pensar de las animaciones. En cualquier caso, el recurso es más simpático que la dramatización con actores de carne y hueso, ya que no se vende como una realidad. La animación es bienvenida a la hora de ilustrar argumentos o de elaborar una tesis (recordar la de Bowling for columbine), pero de todos modos, aún en este registro hay ciertos límites. Si se presentan a niños en una cadena de montaje a los que se les abren las tapas de los sesos y se les comienzan a vertir libros adentro, vamos mal.
Pero el recurso que más se utiliza en la película es la entrevista, las clásicas "cabezas parlantes" (en inglés "talking heads"). Un sinfín de educadores (más de noventa) que se abocan a propuestas educativas alternativas y que dejan opiniones. La elección de entrevistados que adhieren todos a la tesis principal le otorga a la película un caracter panfletario -no hay nada de malo en ello; panfletos los hay buenos y malos-, pero no es menor el detalle de que, junto a las entrevistas, aparezca el nombre de la persona y el colegio del que forma parte -que en su amplia mayoría son instituciones privadas-. A la hora de elegir entrevistados para fundamentar una tesis conviene recurrir a personas idóneas y formadas que tengan cierta independecia de criterio y que preferentemente no tengan intereses profesionales y económicos en la materia en cuestión. El documental ataca las formas de educación dominantes y se dedica, al mismo tiempo, a publicitar casas de enseñanza, dejar un puñado de "sugerencias" para los padres interesados.
"El niño ha sido considerado un objeto de estudio, una rata dentro del laboratorio de socialización más grande de la historia, cuyo principal objetivo fue modelar al ser humano" se editorializa mediante la voz en off de Gastón Pauls, describiendo la educación tal y cual la conocemos hoy. Las respuestas prefabricadas, la repetición de conceptos, las afirmaciones presentadas como verdades irrestrictas son varios de los principales blancos a los que dispara este documental y también, lamentablemente, sus propios recursos.

Publicado en "El Boulevard", 10/2012

domingo, 14 de octubre de 2012

Los indestructibles 2 (The expendables 2, Simon West, 2012)

Falta Steven Seagal

No hay engaño, no hay trampa. Podrá haber mucho presupuesto, millones invertidos y un equipo competente a nivel técnico, pero es innegable que se trata de una clase Z anunciada desde su título, desde su póster, desde sus trailers promocionales. No podía ser otra cosa una película en la que tienen aparición Silvester Stallone, Arnold Shwarzenegger, Jean-Claude Van Damme, Chuck Norris, Dolph Lungdren y otros muertos revividos. Si las películas de super-acción de los años ochenta, repletas de explosiones, violencia, sadismo fascistoide y protagónicos viriles fueron ejemplos del mal gusto imperante en la época, no podía ser muy diferente una que celebra y homenajea a ese género, y que lo hace con absoluta autoconciencia y desparpajo.
Conviene aclarar que el título original es “The expendables”, algo así como los prescindibles, los sacrificables. Digamos que el título latinoamericano, lejos del sarcasmo del original, dice prácticamente lo contrario. Como se sabe, hoy caminan mejor los Bourne y los 007 que aquellos sacos de fibra, y poco tienen que hacer esa clase de “armas humanas” de antaño ante la tecnología bélica más rudimentaria. Como Shwarzenegger decía en Terminator 3, él es un modelo “obsoleto” y como dice aquí, los miembros del plantel pertenecen, prácticamente, a un museo.
Pero la cosa viene así, y esta película, -a diferencia de la primera, que parecía tomarse más en serio a sí misma- es una celebración del desmadre balístico y de la puñalada, es una fiesta anárquica y exagerada, una maquinaria vacía y compacta, grande como un acorazado. Tan incorrecto es el jolgorio, tan pétreas las miradas y abundante la antipatía general, tan exuberantes son los chorros de sangre que el asunto hasta adquiere un costado poético. Verlo para creerlo.
Jet Li y Jason Statham se lucen en un par de escenas haciendo lo que saben hacer mejor: repartir piñas y patadas, Chuck Norris está tan pétreo facial y físicamente como siempre, y hace uno de los mejores chistes de Chuck Norris que deben existir. El que está mejor es Van Damme en su encarnación de un villano de los más malvados –convenientemente llamado Vilain-, un estereotipo que, por paradójico que suene, no podía quedarle bien a cualquiera. Con su exagerado acento francés, haciendo alarde de una falta de escrúpulos que excede todos lo imaginable, y con cierto aire de drag queen hermafrodita, Van Damme se convierte en el malo al que todos amamos odiar. El desenlace y la pelea final lamentablemente parecen faltos de imaginación –hubiera convenido pensar el guión unos minutos más- pero la película termina cuando tiene que terminar. Es otro atributo.
Está claro que este divertimento no es para cualquiera. Pero a quienes les quepa el combo seguramente vayan a pasarla bien.

Publicado en Brecha el 12 de octubre de 2012

martes, 2 de octubre de 2012

Rec 3: Génesis (Paco Plaza, 2011)

Dejen de grabar

Es curioso lo que ha ido ocurriendo con esta saga. La primera entrega de Rec fue un muy original, impactante y logrado entretenimiento de terror que planteaba una atmósfera realmente opresiva, con vecinos devenidos zombis en el interior de un viejo edificio de apartamentos. Se trató de un ejercicio coherente e inquietante dotado de vestigios experimentales, con un abordaje de falso documental y logrados planos secuencia. Ese matiz de originalidad seguramente haya sido la razón por la que la película fue estrenada en nuestro país solamente en el festival de Cinemateca y, por la que la industria estadounidense, presurosa, se abocara a su remake, Cuarentena –copiada casi plano a plano y en un edificio idéntico al original-. En la continuación, Rec 2, también dirigida por Jaume Balagueró y Paco Plaza, la fórmula se repitió, por no decir que los creadores se calcaron a sí mismos. La cámara subjetiva y al hombro comenzó a ser cansina y a ser utilizada de manera mucho menos prolija, generando un efecto caótico que, sumado al griterío general, restaba tensión e interés al asunto. La película ni siquiera fue estrenada en nuestro país.
Pero ahora se estrena esta tercera parte en circuitos comerciales, lo que da cuentas del viraje en popularidad y distribución. Si la repetición y la acumulación de entregas despiertan siempre la sospecha de producto meramente mercantil, las recientes afirmaciones del director Paco Plaza de que los zombis ya no le interesan reafirman esa impresión. La cuarta entrega, será firmada por Balagueró, y quién sabe, no llamaría la atención que Plaza retomara luego con una quinta, recurriendo cada uno a la gallina de los huevos de oro cuando estén necesitados.
Aquí tenemos una pareja que se ama y en plena boda, con centenares de invitados, banquete y fiesta en una mansión dotada de un vistoso jardín. La acción podría ser paralela a la de la primera película, pero eso no está del todo claro. En realidad, el título es terriblemente engañoso: esa “génesis” original, -que vaya uno a saber por qué fue “traducido” en el Uruguay por “el comienzo”- no refiere a de dónde salen los zombis, como cabría pensarse. Al igual que en la primera entrega, el primer infectado fue mordido por un perro que le contagió el virus –o la presencia demoníaca, que tampoco está claro-, y ese “génesis” refiere al citado libro de la Biblia y nada más.
Si bien el recurso de la cámara subjetiva se abandona pronto –al romperse la cámara enfundada durante un ataque zombi- y por suerte la acción tiene la apariencia de una ficción normal, hay una incursión repetida en varios clichés del género (como el cura que detiene a los zombis con sus plegarias; algo que ya ocurría en la anterior entrega, pero que aquí los deja en un ridículo estado cataléptico). Si la película se salva de a ratos es porque por fin la saga deja de tomarse en serio: hay guiños paródicos –por ejemplo cuando los personajes se ponen unas armaduras medievales, o el momento en que la novia se dedica a cercenar zombis con una motosierra- y de esos excesos catárticos gore que recuerdan a los de Sam Raimi y Peter Jackson en sus primeras películas.

Publicado en Brecha el 28/9/2012