viernes, 30 de marzo de 2012

El padrino (The godfather, Francis Ford Coppola, 1972)

Cada día canta mejor


Por algo los clásicos son clásicos. Por ahí están estas obras extrañas que crecen con el tiempo, que pueden verse una infinidad de veces, que se prestan a lecturas de variada índole, que no envejecen ni se oxidan. "La mejor película de todos los tiempos" dicen algunos, unos cuantos. El Padrino es de esos extraños casos en los que se logra seducir a la crítica y al público por igual, y uno de los contados clásicos que significa aún hoy un negocio para la industria. Probablemente ningún otro podría ser reestrenado en salas de cine luego de tanto tiempo, y es un hecho que confirma su inextinguible poder.
Es curioso que una película que plantó en el imaginario un estereotipo caricaturizado hasta el hartazgo y cambió la concepción de mafia, gángsters y cosa nostra, sea cualquier cosa menos caricaturesca. El ícono del mafioso reflexivo y ponderado, atento pero implacable, de voz suave y espíritu imperturbable, no sólo convenció a todo el mundo por su verosimilitud sino que luego fue adoptado por mafiosos reales que comenzaron a emular los movimientos, la voz ronca, los modos de Vito Corleone. Paradójicamente, en el nacimiento del estereotipo no hay nada de estereotipado: el machismo en la familia Corleone es sutil, puede verse en la forma de obrar, de diferenciar tareas, pero en ninguna escena está exhibido como un asunto central. Si hay violencia, es esa violencia soterrada, ladina, que sólo se vuelve incontenible en la figura de Sonny, precisamente el hijo que, por su temperamento, no sirve ni le hace bien al negocio. En cualquier caso, se buscó aterrizar a los personajes, convencer mediante el naturalismo de las situaciones, la singularidad de los caracteres y su evolución a través de la progresión dramática. La ardua humanización de monstruos allí presente tiene hoy sus ecos en películas notables, cuestionables e hiperpolémicas como La caída o Tropa de elite; el creciente, paulatino y atrayente proceso de corrupción y degradación moral de Michael Corleone, presentado asimismo como un camino lógico, racional, que hasta parece justificado por las circunstancias, se refleja hoy en películas como El estudiante o en series como Breaking bad.
La nota de voyerismo se amplifica con una notable iluminación que lleva a que el accionar, los compromisos, las estrategias de la familia sean presentadas siempre en habitaciones semioscuras que contrastan con exteriores que no podían ser más luminosos. Se instala subconscientemente la idea de entrar en las sombras, en un territorio prohibido. El ritmo es uno de los puntos más fuertes, una perfecta dosificación de distensiones reflexivas y clímax sangrientos, y la verdadera razón por la que una película de casi tres horas fluya a la perfección. Walter Murch, rey de la edición, redefinía el montaje paralelo con un final de antología. Al Pacino dio la mejor actuación de su carrera, poco antes de ponerse a gritar y hacer las morisquetas que lo caracterizaron posteriormente, a partir de Caracortada. Marlon Brando demostró pasar por su mejor momento, algo que se confirmó en El último tango en París, película estrenada el mismo año. El resto de la troupe de actores, desde los que comenzaron a erigir sus carreras (Diane Keaton, Robert Duvall) a los veteranos consagrados (Sterling Hayden) pasando por un puñado de secundarios que afirmaban su talento (James Caan, John Cazale), dieron lo mejor de sí mismos.
En fin, que El Padrino está en la pantalla grande, ¿todavía no fueron a verla?

Publicado en Brecha el 30/3/2012

1 comentario:

Manuel Márquez dijo...

Todo un privilegio, compa Diego, el poder disfrutar de esta magna obra en su hábitat natural, que no es otro que la sala grande y oscura. Curiosa y casualmente, aquí en España se está emitiendo ahora mismo en TV, con motivo de la inauguración de un canal de TDT en abierto (Paramount Channel) dedicado a la emisión de cine durante las 24 horas. Una buena noticia, por cierto...

Un fuerte abrazo y buen fin de semana.