viernes, 24 de febrero de 2012

Las canciones de amor (Les chansons d'amour, Christophe Honoré, 2007)

Un devaneo prescindible


Christophe Honoré (Ma mère, Dans Paris, La belle personne) es uno de los nuevos niños mimados del cine francés. Quizá por una necesidad de renovación, quizá por una cuestión de autobombo regional, ultimamente hay jóvenes que van sucediéndose en la recepción de ovaciones y laureles, y siempre aparece una "nueva promesa" distinta. Hasta hace poco les tocó el turno a Francois Ozon y a Arnaud Desplechin, y vale cuestionarse si se encuentra allí realmente la renovación, si no siguen haciendo un poco más de lo mismo que hubo siempre, y si alguna de sus películas realmente trasciende algo en algún sentido. Honoré, -quien desde su debut en 2002 viene concibiendo una película por año- ha cosechado premios y la crítica especializada habla -como siempre- de un verdadero "autor" y de un gran heredero de la nouvelle vague.
Honoré cuenta aquí con muchos elementos como para caer bien: un reparto de lujo (Louis Garrel, Clotilde Hesmé, Ludivine Saignier, Chiara Mastroianni, Brigitte Roüan) tramos musicales de tipo Los paraguas de Cherburgo, Conozco la canción o 8 mujeres, con los personajes cantando de a ratos, muchas referencias bibliográficas y cinéfilas a lo Godard -debe de aparecer una docena de títulos de libros que difícilmente tengan algo que ver con la trama- y una anécdota de amores y pasiones juveniles que bordea el melodrama lacrimógeno. Honoré se explaya en su temática favorita; la diversidad sexual, la homosexualidad y los límites difusos en las orientaciones amatorias de varios personajes, todos abiertos de mente, todos muy libres, todos muy bellos. Hay un menáge a trois, luego una seguidilla de amoríos casuales por aquí y por allá, amor homosexual de variada índole.
Y por supuesto, los elementos dramáticos. Fundamentalmente, la muerte súbita de un personaje principal, a poco de empezada la película, y el efecto de esta pérdida sobre los otros. El director evita los velorios, los llantos familiares y decide hacer un importante salto hacia adelante en el tiempo, quizá para eludir los aspectos más difíciles y trágicos del asunto. Honoré parece un Almodóvar lavado que no importuna ni incomoda demasiado, ni mete ningún dedo en ninguna llaga, ni sabe crear conflictos universales. Ningún personaje tiene costados reprobables o difíciles, todos superan, comprenden, miran el cuadro con tolerancia, con esa postura tan "progre" presente en mucho cine francés. Hablan de su vida íntima sin ningún complejo, relatan a algunos familiares con naturalidad sobre sus atípicas relaciones. Como si el autor plasmara sus deseos de cómo correspondería reaccionar ante determinadas situaciones y bajara línea de cómo debería ser la gente.
Terminada la película, uno queda con la idea de haber recorrido la elegante y amanerada obra de un director que coqueteó con la sexualidad, con la muerte, los celos y el amor, sin decir absolutamente nada al respecto. Honoré cae, lamentablemente, en muchos de esos vicios que llevan a que tanta gente se tome para la burla al cine francés.

Publicado en Brecha el 24/2/2012

martes, 21 de febrero de 2012

El juego de la fortuna (Moneyball, Bennett Miller, 2011)

La revolución desde las sombras


No son pocos ni insustanciales los méritos de esta película. Es verdad que la historia real de un mánager de los Oakland Athletics, equipo estadounidense de béisbol, puede llamar a priori a la desconfianza, y a suponer que nos encontramos aquí con otra película deportiva convencional, exitista y chovinista. Que habrá mucho deporte y poca sustancia y que por ser una historia ajena y lejana carecerá de interés. Pero es bueno saber que todos esos prejuicios son fulminados por una historia interesante y especialmente atípica. En primer lugar, el equipo de creativos volcado a este emprendimiento tiene un perfil marcadamente diferente a las tendencias hollywoodenses dominantes. El director Bennett Miller había filmado con madurez y plenitud de detalles su notable Capote, y los guionistas Steven Zaillian (La lista de Schindler, Pandillas de Nueva York) y Aaron Sorkin (Red social) supieron elaborar sustanciosos libretos centrados en momentos clave, en eventos escondidos y relevantes en los que se dieron sutiles pero determinantes inflexiones históricas.
Y se trata más bien de una película sobre la economía, sobre la frialdad estratégica, sobre las habilidades ocultas de personas que trabajan en las sombras, lejos de los móviles periodísticos y del reconocimiento público. Personajes que, como bien se demuestra, son más determinantes para el éxito o el fracaso de un equipo deportivo que los entrenadores o los técnicos. Billy Bean (Brad Pitt) debe lidiar con un equipo en decadencia y un presupuesto irrisorio, para competir con cuadros casi imbatibles. Y para hacerlo, decide apelar a un brillante economista como asesor, para cambiar la fórmula de concebir el deporte y valerse de la estadística para conformar un cuadro sólido, sin grandes estrellas pero con jugadores astutos, despiertos y cautelosos. Jugadores que no se arrojan a robar bases, a concretar jonrónes o jugadas excepcionales, sino que se “embasen”, es decir, que no se dejen eliminar fácilmente y que ayuden al cuadro a avanzar y a anotar puntos sutil y paulatinamente.
La fotografía de interiores, deslucida y opaca calza notablemente con una situación desesperada, de un equipo que ha entrado en una etapa de estancamiento y sostenida crisis. La dirección de actores es excepcional y se lucen especialmente un muy divertido y carismático Brad Pitt, un perfecto Jonah Hill (el gordito adolescente de Supercool) como joven genio de bajo perfil y Phillip Seymour Hoffman como un cansino entrenador, paradigma de los antiguos métodos. Las escenas de los partidos de béisbol son más bien cortas y escasas, y algunos divertidos tramos de llamadas a mánagers de otros equipos, de estudios concienzudos, de canjes y de despidos de jugadores son lo mejor de toda la película. Eso sí, cabe preguntarse si la “revolución” lograda por los personajes en términos de pensar la estrategia beisbolística le hizo un bien al deporte o si lo convirtió en algo más burocrático y aburrido de ver. Pero de ello opinarán los especialistas.

Publicada en Brecha el 17/2/2012

jueves, 16 de febrero de 2012

El cine de Nuri Bilge Ceylan y Tres monos (Three monkeys, 2008)

Turca lucidez

Nuri Bilge Ceylan es uno de los nuevos cineastas mimados por los festivales internacionales: entre las carradas de galardones que cosechó cada una de sus películas, Uzak (Lejano) (2002) se llevó el Gran premio del jurado en Cannes y Premio Fipresci en San Sebastián como mejor película del año en todo el mundo. Climas (2006) llevó premio Fipresci en Cannes, Tres monos le dio a Ceylan el premio a mejor director en Cannes 2008, y su última película Once upon a time in Anatolia (2011) llevó –otra vez- el Gran premio del jurado en Cannes. Los entusiasmos festivaleros y críticos con respecto a cineastas europeos pueden despertar dudas, pero en este caso, el talento del director y la solidez de su obra parecen justificarlos plenamente.
El mundo de Bilge Ceylan es uno de atmósferas recargadas, ambientes silenciosos y personajes reservados. Los semblantes graves y serios revelan pesadez existencial, dificultades comunicativas y una profunda tristeza. Si bien sus planos son mayoritariamente detenidos y largos y sus películas esencialmente lentas, el director se las ingenia para convertir la notable fotografía con cámara digital, el meticuloso sonido ambiente y los rostros de sus cansinos personajes en un paisaje envolvente, gratificante. Su capacidad de sugerencia, su método de ir directamente al grano sin introducciones ni revelaciones prematuras, su habilidad para dar presencia a sus actores no profesionales y sus anécdotas simples y melodramáticas aunque dotadas de una profundidad extraordinaria lo convierten en un cineasta de primer orden. Ceylan, meticuloso, está detrás de todos los detalles de la producción cinematográfica, incluidos los rubros técnicos: “Creo que un director debería saber muchas cosas, especialmente los aspectos técnicos, de otra manera te vuelves esclavo de los técnicos. Si conocés estos aspectos podrás comunicarte con ellos y dirigirlos mucho mejor.” Ceylan reconoce como referentes a Tarkovskii, –aunque sus películas no son tan lentas ni largas- Bergman, –aunque mucho menos dialogado- Antonioni, –pero con anécdotas más llamativas-, Bresson, –pero con una elegante y estilizada fotografía- y Ozu –pero con cierta distancia respecto a sus personajes-.

En Tres monos, un mortal accidente automovilístico es el detonante inicial. La acción transcurre en plena campaña electoral, antes de la reelección del 2007 del partido islamista turco. El responsable del accidente, un importante político, le pide a su chofer que acepte una considerable suma de dinero a cambio de declararse culpable. Su familia seguiría cobrando el salario mientras él cumple una condena que, le asegura, a lo sumo durará un año. El chofer acepta el trato pero, tras su ausencia, en su familia las cosas comienzan a resquebrajarse. Su decisión pesa inmensamente sobre su desesperada mujer y su resentido hijo.
Ceylán ha dicho que “la mayoría de los melodramas describen situaciones imposibles, que se vuelven aceptables si se tratan de forma realista”. Así, la anécdota de Tres monos se vuelve creíble gracias a la formidable impronta del director. Los diálogos son escasos y casuales, más bien desconectados de las verdades que abruman y del eje temático. Se genera así un clima de silenciosa neurosis, cortado bruscamente por arrebatos de violencia familiar. La cromatización de la imagen, derivada principalmente hacia verdes y amarillos, da con el tono enfermizo justo. El título, por su parte, refiere a la conocida imagen de los tres monos que se tapan respectivamente los ojos, los oídos y la boca, y que no serían otros que los integrantes de la familia: el hijo que finge no haber visto a su madre en adulterio, el padre que pretende no haber oído la voz de su jefe al teléfono, la madre que oculta su verdad. Pero refiere también a ese vicio social tan extendido de callar las cosas, de no querer oír ni ver los abusos de poder, las injusticias de género, las cotidianeidades abyectas.

Publicado en Brecha el 10/2/2012

domingo, 12 de febrero de 2012

La invención de Hugo Cabret (Hugo, Martin Scorsese, 2011)

Mucho homenaje y no tanta magia

No hay que confiar en los trailers: cualquiera que haya visto el avance de esta película podría pensar que se trata de un entretenimiento familiar, orientado especialmente a niños, repleto de aventuras, fantasía y escenas de acción. Pero esas presunciones no serían acertadas; lejos de ser recomendable para pequeños, -o al menos niños habituados, para bien o para mal, a la estructura dominante de entretenimiento, a escenas ágiles y dinámicas, al chiste constante y al montaje hiperfragmentado- esta película propone un elegante, estilizado y de a ratos reposado homenaje a uno de los grandes directores del cine silente.
Es el comienzo de la década del treinta, en París. La innovación del cine sonorizado no calaba hondo aún, y en las salas podían verse películas de Harold Lloyd, Charles Chaplin y Buster Keaton. Hugo es un huérfano que vive escondido entre los recovecos y las olvidadas habitaciones de una estación de trenes. Y en su refugio guarda un tesoro, heredado de su padre: una especie de autómata metálico, hecho de complejísimos y pequeños mecanismos que él mismo ha logrado reparar, y sabe que el muñeco es la clave de un misterio, quizá hasta el vehículo para obtener un mensaje de su padre fallecido. El destino lo colocará junto al gran Georges Meliés, pionero de los efectos especiales, autor que se desempeñó en unos 500 cortos entre fines de 1890 y 1913.
La película tiene puntos a favor, muchos y muy consistentes. La selección actoral es grandiosa -últimamente Scorsese sólo trabaja con los mejores- y entre ellos se cuentan el pequeño Asa Butterfield, Jude Law, Ben Kingsley, Helen Macrory, Ray Winstone, Christopher Lee, Michael Stuhlbarg y Sacha Baron Cohen (Borat ni más ni menos). La dirección artística recargada y barroca de Dante Ferreti dispone una estación de ensueños, con relojes inmensos, escaleras interminables y ventanales que redimensionan vistas citadinas. Hay memorables momentos que dan cuentas de la singular inventiva de Scorsese, como varios planos secuencia iniciales a través de la estación, una escena en que se muestra el deterioro a lo largo del tiempo de un set íntegramente vidriado, un par de estremecedoras pesadillas, y varias explicaciones de tipo documental sobre Mélies y sus métodos. Scorsese, en este pretencioso y deslumbrante homenaje, habla de la necesidad y el placer de conectar con la historia y con el pasado. De recuperar la mirada inocente, desprejuiciada, de dejarse seducir y llevar por un rico patrimonio fílmico, por esas imágenes primitivas pero innovadoras, bellas y rebosantes de creatividad.
Lo que puede ocurrir es que algunas de las expectativas, en parte alimentadas por la misma película y sus diálogos, se vean frustradas. La ominosa presencia del autómata promete un misterio, una conexión sobrenatural, una inteligencia latente y una explicación que, cuando finalmente aparece resulta insuficiente. La amiga del protagonista, inspirada en los clásicos de Stevenson, Julio Verne y Dickens, espera entusiasmada una “aventura” que finalmente queda trunca, con alguna escena de persecución forzada como para cumplir con la cuota de dinamismo necesaria. La invención de Hugo Cabret es una película irregular, bellísima pero arrítmica, imponente pero algo tramposa, sincera pero un poco machacante en cuanto a lo que verbaliza acerca de la magia, los sueños, la maravilla de ir al cine y todos esos rollos. Esto último, en todo caso, si es algo que se siente no es necesario que sea explicitado.

Publicado en brecha el 10/2/2012

miércoles, 8 de febrero de 2012

3 idiotas (3 idiots, Rajkumar Hirani, 2009)

Una muy buena de Bollywood

En la India los suicidios aumentaron un 26% desde el 2006 al 2010, se registran 15 cada hora y el año pasado llegaron a 135 mil, siendo Bangalore, Nueva Delhi y Bombay las ciudades más afectadas. Pero esas son solo cifras oficiales, y por tanto es de suponer que existen muchos más. De hecho, debido a la gran proporción poblacional de la India, se estima que un 20% de los suicidios del mundo ocurren al interior de este país. Y una importante porción de la población suicida son estudiantes. Las principales causas de ello son la inmensa presión social existente en función del éxito, las exigencias familiares y el mismo sistema educativo indio, que apuesta fuertemente por la competitividad, con promociones y castigos, y un filtro riguroso en miras a la inserción laboral. Aunque el sistema de castas fue abolido hace tiempo, éste sigue arraigado en diversas regiones del país, y aún funciona como determinante de la rigidez social, de la desigualdad atroz y de la tendencia a la estigmatización.
La temática del suicidio estudiantil es central en la película 3 idiotas. La acción transcurre en una prestigiosa facultad de ingeniería, el ficticio “Imperial College of Engineering”, y allí los tres idiotas del título (que en rigor, de idiotas no tienen nada; son considerados así por las autoridades por no adaptarse a las normas) conviven con una fauna multiforme de estudiantes nerds abrumados, y de profesores imposibles. El mismo director y guionista Rajkumar Hirani sufrió esta realidad y no obtuvo de adolescente las notas suficientes como para ser admitido en ingeniería o en medicina, y debió abocarse finalmente a una desmotivante graduación en comercio.
Hasta aquí podría pensarse que esta película es un melodrama deprimente y cargante, de personajes sufrientes y climas opresivos, pero nada más alejado a eso. Nos encontramos sobre la superficie del masala; género popular indio por excelencia, piedra angular de la industria bollywoodense. El masala debe de ser el cine más luminoso del mundo: pura energía vital, coreografías de baile, drama y comedia, más aventuras, más acción; una combinación exótica y adictiva. El nombre no podía ser mejor: masala es también una mezcla local de diferentes especias, que aporta a la comida gustos y aromas únicos.


Claro que el cine de Bollywood es inmensamente defectuoso. Es verdad que se rescata una película buena de entre cien bodrios (como en Hollywood), es cierto que suele ser infantil, excesivamente melodramático, chicloso, empalagoso y hasta llanamente kitsch, que a veces apela a chistes fáciles y a lugares comunes; que en muchos casos refuerza el consumismo y reproduce valores más que cuestionables. Pero también es cierto que goza de una falta de ridículo que lo vuelve increíblemente espontáneo y contagioso, que tiene las mejores coreografías de baile del universo, que cuenta con actores grandiosos y que el imperante sentido del ritmo y del espectáculo lleva a que muchos de sus filmes –que usualmente se acercan a las tres horas de metraje- se pasen volando. Superados los prejuicios, la experiencia puede ser poderosa y sumamente entretenida.
3 idiotas es de las mejores películas del último Bollywood y, hasta hoy, la más taquillera de la historia de la India. Esto se debe en parte a que sus dos protagonistas son superestrellas top -nada menos que los carismáticos y no tan bellos Aamir Khan y Kareena Kapoor- pero además porque se supieron conjugar brillantemente elementos sociales coyunturales, temáticas universales –la envidia y la competitividad, la intransigencia y la emergente rebeldía, un amor inconveniente- y toda la inmediatez del mejor espectáculo popular. La simpatía infinita de los personajes, gags y chistes notables, algún aislado número musical que sacude a todos y poderosas escenas dramáticas que conmueven hasta un fiambre. 3 idiotas es una película que hace reír y llorar con la misma intensidad, una muy agradable puerta de entrada al universo audiovisual indio y un entretenimiento de primerísimo nivel.

Publicada en Brecha el 3/2/2012

viernes, 3 de febrero de 2012

Robo en las alturas (Tower Heist, Brett Ratner, 2011)

Y con altura


La anécdota central de esta película parte de una temática sensible y candente para la sociedad estadounidense, algo curioso considerando que se trata de una divertida comedia de acción de Hollywood, protagonizada por Ben Stiller y Eddie Murphy. La extendida situación que se dio durante y después de la crisis bursátil del 2008, en la que muchos ciudadanos de las clases medias se vieron estafados por empresas especuladoras, ya sea perdiendo sus casas luego de haberse retrasado en apenas un par de cuotas hipotecarias o viendo desaparecer de la noche a la mañana todos sus ahorros, invertidos en bonos u acciones volátiles. Aquí la acción se centra en uno de los edificios más seguros y lujosos de Nueva York, en pleno Columbus Circle. En la ostentosa suite del último piso vive un magnate de Wall Street, que queda en arresto domiciliario por haberse llevado cifras millonarias de sus inversores, además de haber estafado a muchos de los trabajadores del edificio, quedándose con sus jubilaciones y arrojándolos a la pobreza.
Es así que un pequeño grupo de ascensoristas, mucamas, porteros y limpiadoras, sin mucho que perder, deciden hacerse de una revancha. Quizá no tengan experiencia en robos, pero conocen al detalle todos los rincones del edificio, más las rutinas del estafador en cuestión, y despliegan un plan con el objetivo de robarle una gran suma de dinero de su caja fuerte. Habrá que ingeniárselas para entrar al edificio sin ser advertidos, y saltarse los mecanismos de seguridad, más una custodia del FBI que lo vigila las 24 horas. Y aquí hay un doble acierto: el primero es que Alan Alda -veterano de la escuela de Woody Allen- está impecable en su rol de estafador de cuello blanco; es el perfecto empresario amable, sonriente y cordial al que es necesario rascar un poquito para encontrarle un costado soberbio, petulante y desagradable. Un villano odioso como pocos. Por otra parte, es notable ver a este grupo de incompetentes, arrojados al emprendimiento más grande de sus vidas y acudiendo a un supuesto profesional (Eddie Murphy), en definitiva, no más que un descuidista de poca monta. Se dispara un humor casi siempre efectivo en donde abundan los diálogos absurdos e inconducentes, la burla socarrona y el gag disparatado -la secuencia de acción que involucra a varios de los personajes y al auto de Steve Mc Queen, colgado a un centenar de metros de altura desborda originalidad-. El guión tiene sus huecos -sobre todo al final; hay un par de elementos resolutivos que parecen muy traídos de los pelos- pero está escrito por gente experimentada que ya había logrado entretenimientos sólidos; los guionistas Ted Griffin (La gran estafa) y Jeff Nathason (Atrápame si puedes). Y no deja de ser atractivo reencontrarse con un par de actores como Matthew Broderick y Eddie Murphy dando lo mejor de sí, reflotados luego de un buen tiempo de no vérselos en producciones de calidad.
Robo en las alturas es una efectiva película de género que logra lo que se propone, que se nutre de gente talentosa y que tiene el poder de cambiarle el semblante al espectador. Es mucho más de lo que uno viene acostumbrando recibir en las salas.


Publicado en Brecha el 3/2/2012