lunes, 9 de enero de 2012

Dau: un experimento

La maqueta viviente

Una ciudad cerrada, de cinco kilómetros cuadrados, habitada por miles de extras que conviven siguiendo reglas rígidas, una vigilancia constante y una composición general por la que se busca replicar una ciudad soviética de los años cincuenta es el inmenso set construido para filmar la película Dau, del ruso Ilha Khrzhanovsky. Pero el experimento parece estar cobrando vida propia, y seguramente ha ido mucho más lejos de lo que se buscaba originalmente.


La historia del cine está plagada de rodajes excéntricos, extensos y desmesurados. Las locuras de Herzog y sus inmersiones en la selva, las odiseas de John Huston, el exabrupto de Coppola para su Apocalipsis now, o el secuestro que hizo Kubrick a la pareja Cruise-Kidman durante quince meses para su Ojos bien cerrados. Pero el actual emprendimiento creado para filmar la película Dau del ruso Ilya Khrzhanovsky supera todo precedente imaginable. El escritor y periodista Michael Idov relata su increíble incursión en el “set”, aclarando que desde un comienzo no sabía con qué iba a encontrarse, visto que los rumores que circulaban alrededor de la iniciativa hablaban desde un régimen esclavista y horripilante, hasta de un espacio donde todos los extras trabajaban gratuita y voluntariamente. Incluso un periodista había aventurado que no extrañaría de encontrarse a la entrada con cabezas clavadas en picas.
Antes siquiera de entrar al set, -situado en Kharkov, Ucrania- el periodista fue entonces sometido a una larga sesión de puesta a punto. Le hicieron un corte de pelo, y fue ataviado con ropas deslucidas y de época: “Negra, molesta y fea hasta lo indecible, la ropa interior es suficiente para desencadenar la peor clase de recuerdos proustianos a cualquier persona que haya pasado algún tiempo en la URSS. Setenta años de miseria cotidiana sostenidos por un cinturón”. Le confiscan su celular y su laptop y para su labor le dan una máquina de escribir de época –no se permiten elementos anacrónicos al interior del recinto- y le informan acerca de un glosario de palabras terminantemente prohibidas, como “google” o “facebook”, entre otras. El set debe de ser llamado “El Instituto”.


Desde afuera, el set se ve como una enorme caja de madera de tres pisos, pero una vez dentro, pasa a vivirse un universo diferente. Una ciudad a escala, plenamente poblada, con una permanente música de chelo proveniente de altavoces montados en postes. Por las falsas calles se entrecruzan los pueblerinos en sus labores cotidianas. Cámaras escondidas e invisibles lo registran todo, en todo lugar, y hay guardias controlando la interacción humana. “Dentro del Instituto no hay escenas, sólo experimentos, no hay filmación sino documentación. Y ciertamente no hay director. En su lugar Ilya Khrzhanovsky, el hombre responsable de esta demencia, es referido como el Directivo del Instituto o simplemente “El Jefe”.
Los habitantes se desempeñan en diferentes labores, y obtienen sus pagas en una moneda local, la “hryvnia”, que sólo es útil allí dentro. La comida, perfectamente fresca, antes de ingresar al establecimiento es nuevamente etiquetada, con fechas de envasado y vencimiento acordes a los años cincuenta. El interior de las casas, los utensilios, las costumbres, las temáticas habladas están adaptadas perfectamente a este mundo controlado y estalinista. Y ya con seis años de existencia, dentro del Instituto se han formado familias, y han nacido niños.
Desde hace poco tiempo, se ha implementado también un duro sistema de multas al lenguaje. El periodista, que es acompañado por el director durante parte de su visita, le pregunta: “¿Vas a aumentar la ciudad con CGI, después?”. Khrzanovsky, sobresaltado, le responde: “Si uno de los guardias te escucha, me multaría a mí por 1000 hryvnias (como 125 dólares), porque tú eres mi invitado. No importa que yo sea el jefe, soy cacheado como a todo el mundo. No puedes usar palabras que no tengan sentido en este mundo”. -“¿Como CGI?, repregunta el periodista. –“Ahora debería multarme dos veces” responde Khrzanovsky.
Desde que las multas comenzaron a tener lugar, también comenzaron a verse cambios en la gente, ya que empezó a darse una fuerte cultura de la delación, justamente lo que Khrzanovsky buscaba. “En un régimen totalitario, los mecanismos de supresión accionan mecanismos de traición. Estoy muy interesado en eso”, confiesa.



Las sorpresas del visitante se continúan. Una joven pobladora le permite pasar a su hogar, charlan durante horas, y ella en ningún momento deja escapar una contradicción, una incoherencia en su discurso. Cuando el periodista le pregunta: “¿Y vos querés ser actriz?”, ella responde “–¿Qué? ¡No! Quiero ser científica”. Más adelante el director lo reprenderá una vez más, y el periodista descubre hasta qué punto influye este terrible panóptico sobre la psiquis individual. “Todas las personas con las que hablé durante mi primer día me han delatado con su jefe”.
Cabe preguntarse cómo una película puede justificar tanto esfuerzo. El director intenta explicar su emprendimiento: “Tomados uno por uno, todos estos detalles son puro delirio. En su conjunto, sin embargo, crean una profundidad de otra manera inalcanzable. Cuando uno recibe su sueldo en esta moneda, y sabe que con él tiene poder de compra y de intercambio, cuando las cámaras están encendidas comienza a tratarlo de forma diferente. Cuando la señora de la limpieza tiene que fregar el suelo del mismo baño todos los días durante dos años, lo hará de forma diferente cuando este haciéndolo frente a cámaras".
Para mantener a la ciudad poblada, hay permanentes castings en los que el director se asegura que los nuevos ciudadanos tengan la voluntad de someterse a su régimen. Y así como hay nuevas incorporaciones a diario, también son echados unos cuantos. Hay gente que dura apenas un día. Mientras algunos de los que se van aseguran que les gustaría trabajar con Khrzhanovsky otra vez, otros se retiran absolutamente indignados; un extrabajador escribió:“Trabajar allí es como ser ese tipo que sueña con ser asesinado y devorado, y que se encuentra con un maníaco que quiere asesinarlo y devorarlo. Perfecta reciprocidad.”


Dau, la película, estáría basada en la vida del físico soviético Lev Landau. Ya está completa en un 80%, pero desde hace meses que no se agrega metraje, ni se avanza en su armado. El periodista que puede ver una parte del material en bruto lo describe como una mezcla vertiginosa de sensibilidades vanguardistas tamaño Hollywood y técnicas de reality show. Y tiene una escena de cuarenta minutos de una disputa improvisada de Landau con su mujer.
Khrzanovsky había filmado una película llamada 4, que había tenido un muy buen recibimiento en festivales internacionales y que le sirvió para atraer inversionistas que inyectaron el monto inicial para su proyecto. El director obtuvo libertad de acción e incluso consiguió la potestad de despedir gente sin tener que dar excusas para ello. Cuando el dinero para Dau parece acabarse, surge increíblemente un nuevo inversionista que asegura la subsistencia del proyecto por unos meses más. El set continúa en su demencial inercia, y muchos allí dentro se conforman con una existencia perfectamente predecible y vigilada.
Ahora bien, la pregunta que cabe hacer es: ¿qué ocurrirá con toda esa gente, su cotidianeidad, sus vínculos, el trabajo que muchos de ellos lleva a cabo desde hace años una vez que haya terminado el rodaje? Khrzhanovsky no tiene una respuesta, y por ahora se limita a dejar correr un experimento social que probablemente haya ido demasiado lejos.

Publicado en Brecha el 5/1/2012

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