jueves, 29 de septiembre de 2011

El cine de Corea del Sur

Tierra de grandes


En Sala Cinemateca comienza un nuevo ciclo dedicado a una de las cinematografías más atractivas, copiosas, transgresoras y vitales del día de hoy. Aquí una exploración de algunas de las características de un portentoso estallido de creatividad localizada.

Cuando el desprevenido espectador occidental se da de frente con el sorprendente universo fílmico coreano, hay varias cosas que suelen llamarle la atención. En primer lugar, el cuidado técnico, la impecable calidad estética y la veta innovadora con que se desenvuelven los cineastas, capaces de crear climas y atmósferas de taquito, como si no fuera la gran cosa. En esos aspectos, es poco lo que tendrían para envidiarles a los mejores artesanos estadounidenses y europeos. Otro rasgo que se hace notar inmediatamente es que las películas tienen una duración estándar mayor que el promedio occidental. Es decir, es raro dar con una película coreana que dure menos de 120 minutos. Esto se explica porque los cinéfilos surcoreanos suelen protestar cuando una película dura menos que eso, llegando incluso a reclamar la devolución del dinero de sus entradas. Pero no debería pensarse que estas películas se hacen largas o aburridas, ya que muchos de los cineastas en cuestión tienen una noción del ritmo envidiable, aportando historias originales que agarran al espectador del cogote desde el primer minuto, y que se continúan con un imparable dinamismo conceptual y/o audiovisual.
El tercer aspecto llamativo es la valentía con la que guionistas y cineastas se arrojan a tocar y profundizar en temáticas difíciles, dolorosas, auténticos tabúes sociales. Por ejemplo, muchas producciones coreanas suelen estar protagonizadas por personajes marginales, desocupados, discapacitados, prostitutas, exconvictos, guardaespaldas, policías corruptos. En muchos casos llevan formas de vida verdaderamente cuestionables, pero de a poco comenzamos a comprender su entorno, sus razones, sus dolores ocultos; finalmente se logra la empatía con ellos.

La necesidad de lo sórdido. En Oasis se hace al espectador partícipe del mutuo enamoramiento de un retardado mental y una cuadripléjica, en Poetry se sigue de cerca la lucha de una señora en defensa de su nieto violador, en The man from nowhere la temática central es el robo de órganos a niños de la calle; y así podría continuarse con esta clase de chocantes contenidos.
No debe olvidarse que las dos coreas han sido muy maltratadas a lo largo de la historia y han sufrido durante siglos la guerra y la ocupación extranjera. La guerra de Corea significó decenas de millones de bajas humanas, las fricciones entre el Norte y el Sur han existido desde la separación, las continuas dictaduras que se extendieron durante décadas sobre el siglo XX dejaron heridas de muy difícil cicatrización para la población civil. No son pocas las producciones fílmicas que relatan hechos ocurridos en los períodos históricos más dolorosos y significativos para el colectivo, como la masacre de Kwang-ju de 1980, donde la represión militar segó una manifestación estudiantil dejando un saldo de 200 muertos. La inmensa Peppermint Candy de Lee Chang-dong es paradigmática en este sentido, porque aborda dos décadas de degradaciones e ilustra con claridad el trauma latente en la idiosincrasia coreana. Es lógico que al conseguirse la libertad de expresión se hayan dado a conocer circunstancias difíciles y escondidas, y es probable que los estallidos de violencia, las atmósferas opresivas y ciertos aires pesimistas presentes no sean otra cosa que una explosión catártica, lo que es natural y necesario para una sociedad en recuperación.
Pero el espíritu transgresor coreano también puede verse en escenas de alto contenido erótico, cuya obra máxima es la frecuentemente subvalorada Mentiras de Jang Sun-woo, en la cual se abordan en forma madura, desprejuiciada y por momentos explícita relaciones sexuales atípicas. Esto no debería llamar demasiado la atención, pero en momentos en que Hollywood filma la sexualidad con recato absoluto, las excepciones a la regla dominante se hacen notar. Hong Sang-soo, un seguidor de Eric Rohmer que no tiene mucho que envidiarle a su maestro, tiene el plus de filmar escenas eróticas con mano prodigiosa. Este director, al igual que otros cineastas coreanos como Bong Joon-ho, Park Chan-wook o el ex ministro de cultura Lee Chang-dong, merecerían todo un estudio aparte.
A su manera, otras formas de transgresión son los finales abiertos en los que la narración se interrumpe en un momento clave, o las estructuras narrativas no-lineales como las utilizadas por Hong Sang-soo en Virgin stripped bare by his bachelors, o el esquema episódico hacia atrás de Peppermint candy, planteado incluso antes de que Memento lo reintrodujera en occidente.

Jóvenes cineastas. Si bien occidente promueve la experiencia y prefiere dejar en manos experimentadas las grandes producciones, en Corea, por el contrario, existe por parte de los inversionistas cierta tendencia a buscar directores jóvenes y de escaso currículum, para darles a ellos el empuje en trabajos importantes. Se sabe que tienen mejor diálogo con las grandes audiencias, y que son los más proclives a explorar terrenos o abrir nuevos caminos. También debe decirse que los directores nóveles son más dados a atender los consejos de los planificadores de producción y, por tanto, preferidos por su maleabilidad. Pero cierto es que la frescura palpable es producto de la constante renovación. Park Chan-wook, Lee Chang-dong, y Kim Ki-duk ya son hoy considerados veteranos, y el mayor de ellos tiene apenas 51 años.
El cine de acción coreano probablemente sea el mejor del mundo y puede dividirse hoy en dos corrientes. La primera y menos interesante es la vertiente light, familiar aunque divertida y lúdica, de la que Mi novia es un agente secreto (ver apartado) es un buen ejemplo. Pero la que mejor se sustenta, la que impacta y suele funcionar en taquillas y ser distribuida al mismo tiempo en festivales internacionales es aquella pensada para un público adolescente y adulto, que se caracteriza por ser un cine particularmente truculento y oscuro, y por plantarse en un realismo social a lo Scorsese -Oldboy es uno de sus ejemplos más conocidos-. Kim Ji-woon, Park Chan-wook y Na Hong-jin, que se desempeñaron brillantemente en el registro, deberían considerarse como auténticos referentes del cine de acción mundial.
Y es que si existen dos géneros que Corea ha explorado y explotado a lo largo del Siglo XX son el melodrama y el cine de acción, y su legado sigue presente en la mayoría de las producciones actuales. Hoy se denota además una importante incursión en el policial, en el cine bélico, en el thriller y el terror, en la comedia romántica, en el cine épico —Musa de Kim Sung-su es una épica clásica portentosa, de esas que no se ven en occidente—. Como es típico de un país en plena ebullición creativa, estos géneros se entremezclan permanentemente, por lo que no es de extrañarse, por ejemplo, que una película que originalmente parecía un policial realista comience a descolocar con increíbles secuencias de acción desaforada, para transformarse hacia el final en un drama romántico con puntas sociales, y llamando siempre a la reflexión, como el mejor cine de autor.
Desde el cine poético, lento, reflexivo y sugerente de Kim Ki-duk, pasando por la madurez conceptual de Lee Chang-dong, la intensidad catártica de Kim Ji-woon y llegando hasta la sincera emotividad de Yim Soon-rye o John H. Lee, el universo del cine coreano exige a gritos la atención que merece, y que empiece a ser considerado con seriedad por la prensa especializada.

*Cada vez que se lea “coreano” querrá decir “surcoreano”. El cine de Corea del Norte es poco relevante y en su mayoría se trata de mera propaganda al régimen comunista de Kim Jong-il.

Sistema de cuotas. La reciente explosión y auge de la cinematografía surcoreana se ha dado en parte sin premeditación, casi por accidente, y sus orígenes pueden rastrearse tiempo atrás. Finalizada la ocupación japonesa en 1945 y la guerra de Corea en el 1953, los estudios de producción quedaron reducidos a escombros, y una seguidilla de gobiernos autoritarios frustraría la creatividad de los cineastas. Pero lo llamativo es que una de las medidas restrictivas fue lo que impulsó a este cine, ya que la cuota de pantalla obligaba a las salas a dedicar un 40% de su programación al cine nacional. Es decir, lo que se pensó originalmente para frenar la entrada del cine extranjero, dominar los contenidos e imponer la censura, sirvió más adelante para formar un público sólido y fomentar la industria. De todos modos, es recién en los años noventa que el crecimiento de la producción se vuelve sostenido, gracias al aumento de la inversión y la creación de las tecnologías necesarias para lograr películas capaces de competir con las superproducciones. En 1999 Shiri de Kang Je-gyu desfalcó a Titanic como la película más taquillera, vendiendo 8 millones de entradas. The host, en 2006, batió todos los récords con 13 millones de entradas, -en un país en que la población total es cercana a los 49 millones de habitantes-; una cifra difícil de desestimar.
Lamentablemente, Estados Unidos minó en el año 2007 el sistema, exigiendo que lo levantasen como condición fundamental para iniciar negociaciones por un tratado bilateral de libre comercio entre ambos países. La cuota de pantalla –fijada cuarenta años atrás- debió reducirse a la mitad. Por fortuna, de momento no parece haber mermado la producción surcoreana, y si en 2007 la producción anual de largometrajes era de 124, en 2009 ascendió a los 139.

Las imprescindibles de la década

-The isle (Kim Ki-duk, 2000). Una mujer alquila pequeñas cabañas flotantes a pescadores y les facilita comida y prostitutas. La llegada de un huésped suicida despierta su interés. Tortuosa, poética y enigmática.
-Joint security area (Park Chan-wook, 2000). En la única porción de la zona desmilitarizada de Corea, en la que las tropas del norte y del sur se encuentran cara a cara, tiene lugar un extraño crimen, y su investigación no es sencilla.
-Musa (Kim Sung-su, 2001). Nueve guerreros koryo, en un viaje épico a través de la China imperial, se ven abocados en proteger a una princesa china del ataque de las temibles tropas mongolas.
-Oasis (Lee Chang-dong, 2002). El amor entre una tetrapléjica y un retardado mental. La incomodidad original va transformándose paulatinamente en algo emotivo, bello y poético. Una obra mayor de un cineasta de primerísimo orden.
-Turning gate (Hong Sang-soo, 2002). El mejor heredero de Rohmer explora una relación entre un actor venido a menos y una de sus fans, en la que se revelan varias facetas ocultas.
-Sympathy for Mr Vengeance (Park Chan-wook, 2002). Se inaugura la bestial trilogía de la venganza (que se redondea con Oldboy y Simpathy for Lady vengeance), marcando un estilo que se arraigaría profundamente en el cine coreano.
-Memories of murder (Bong Joon-ho, 2003). Una investigación imposible. Dos detectives que, pese a sus inmensos esfuerzos no logran reunir pruebas concluyentes, y el tiempo que pasa y el criminal que sigue suelto. Una obra maestra de la que Fincher se robó, para Zodíaco, su idea central.
-Save the green planet! (Jang Joon-hwan, 2003). Un cazador de alienígenas profesional secuestra a un alto ejecutivo de finanzas, por creerlo un invasor del espacio sideral. Un delirio notable, sobregirado e hilarante.
-A tale of two sisters (Kim Ji-woon, 2003). Tras salir de una institución de rehabilitación mental, las dos hermanas del título vuelven a su casa con su padre y su cruel madrastra. Seguramente lo mejor del terror surcoreano.
-Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera (Kim Ki-duk, 2003). Dos monjes comparten un santuario flotante entre las montañas. Pese a su aparente paz interior, no son capaces de evitar las dolencias y los crueles avatares de la vida.
-Oldboy (Park Chan-wook, 2003). La imágen icónica del cine surcoreano. El hombre del martillo despliega una venganza febril, agobiante y adictiva. Una pesadilla hecha cine.
-A moment to remember (John H. Lee, 2004). Un melodrama de los que golpean y desarman. La agradable belleza romántica de la primera mitad se obstruye con una inesperada y trágica sorpresa que cambia y ensombrece drásticamente el tono general.
-Brotherhood of war (Kang Je-gyu, 2004). En 1950, dos hermanos son obligados a abandonar trabajo y estudios e incorporarse a filas, durante la guerra de Corea. Allí padecerán el infierno.
-Woman is the future of man (Hong Sang-soo, 2004). Un triángulo amoroso, de personajes fracasados y egoístas es la excusa para explorar ciertas facetas humanas. Otra obra patética e incómoda de un genial director maldito.
-A bittersweet life (Kim Ji-woon, 2005). Un mafioso de cuidado se enamora de la prometida de su jefe, desatando caos y una ira irrefrenable. Las escenas de acción son maravillosas.
-A dirty carnival (Ha Yu, 2006). Veterano criminal debe cuidar de su madre terminal y de su hermano pequeño. Entre inmensos líos mafiosos, un amigo le pide asesoramiento para filmar una película.
-Secret sunshine (Lee Chang-dong, 2007). Una madre soltera debe enfrentarse a una de las mayores calamidades que le podrían ocurrir en vida. Un drama mayor, sobre un tema difícil.
-The chaser (Na Hong-jin, 2008). Un expolicía devenido en proxeneta se da cuenta de que sus chicas van cayendo en las manos de un retorcido asesino serial, y procura tomar cartas en el asunto.
-Forever the moment (Yim Soon-rye, 2008). En 2004 el equipo nacional de handball femenino calificó para las olimpíadas. Los conflictos individuales, los avatares de la formación, y una vibrante épica partidística.
-Breathless (Yang Ik-joon, 2009). Gángster violento y antisocial se gana la vida cobrando deudas, maltratando y hostigando gente. Pero se ve sacudido al conocer una jovencita que no parece tenerle miedo, y que es a su vez víctima de violencia familiar.

En Cinemateca Uruguaya:

El momento para siempre es grandiosa. Está basada en una anécdota real de un equipo femenino de handball que compitió representando a Corea del Sur para las olimpíadas de 2004, y se centra en las dificultades de este grupo de chicas para entrenar, en los conflictos que existen entre ellas y con los entrenadores, en las complicaciones que conlleva ser una deportista de calibre y a la vez hacerse cargo de tareas como sobrevivir o criar hijos. Los cineastas occidentales deberían tomar nota, pues aquí se ven elementos que llevan a que una película deportiva se convierta en algo sobresaliente: hay personajes sólidos y diferenciables y se dan a conocer sus conflictos individuales; las interpretaciones son notables, hay emoción y, por sobre todo es notorio el conocimiento del deporte por parte de la directora-guionista, capaz de involucrar a la audiencia en las tácticas aplicadas, en el desempeño individual, logrando asimismo transmitir la vibrante fuerza épica a la competición. Seguramente el punto más alto de esta selección.
Mi novia es un agente secreto es una película de acción divertida y despreocupada, notablemente filmada e inteligentemente escrita. En otras palabras, la clase de películas que hoy no podrían encontrarse en hollywood. Algo así como que Una pareja explosiva, o Brigada A tuvieran, además de las dosis de dinamismo y humor, un guión coherente y sólido, y el espíritu lúdico de las mejores películas de Jackie Chan. También en este registro más comercial se encuentra la comedia Fabricante de escándalos. Hay una idea sólida y original y están ahí un montón de elementos que explican que haya sido el taquillazo que fue. Dosis de humor, enredos, drama, romance; hay un niño pequeño que actúa como los dioses y un par de estrellas en papeles protagónicos que cantan y bien. Un final luminoso, a lo grande, con lágrimas, canciones movedizas y un nutrido coro cierra un entretenimiento familiar de esos que se gozan. Por su parte, El gran chef es de esas películas que combinan notablemente exotismo con gastronomía, y además lo hace en clave de comedia, llevada adelante gracias a una anécdota irresistible. Un concurso de chefs coloca a dos eternos rivales frente a frente, en una ensañada competencia dividida en distintas etapas, para ver cuál de ellos es el mejor. Las diferentes instancias reflejan aspectos clave de la comida surcoreana, y la película en su conjunto es un disfrute de texturas, olores y sabores, con buen ritmo y momentos de efectiva hilaridad.
Viejo compañero es un interesante documental sobre un señor antiquísimo e inválido que convive con su mujer y un buey de cuarenta años. Este animal es su herramienta de trabajo, su salvación y su compañero de toda la vida. Pero el veterinario dice que no puede vivir ni un año más. El documental muestra la inagotable parsimonia con la que el hombre, con su salud y la del animal comprometidas, moviéndose a duras penas sigue yendo a trabajar, persistiendo en métodos de labranza rústicos y obsoletos.
Un sueño descalzo es el punto flojo de la selección. En un entorno marginal de Timor Oriental, un entrenador de fútbol arma un equipo infantil con la intención de darle proyección internacional. Lamentablemente los niños son personajes poco sustanciosos, carecen de personalidad y se limitan a patear la pelota, sonreír o llorar de acuerdo a su fin único que es ser reconocidos, y la aproximación a ellos peca un tanto de miserabilista. El relato pierde así firmeza y vigor y el conflicto es llevado sin el ímpetu que era necesario. Discursivo y demagógico, el final acaba por hundir una buena idea.

* va hasta el martes 4, en Cinemanteca Carnelli.


Publicado en Brecha el 30/9/2011

viernes, 23 de septiembre de 2011

Copia certificada (Copie conforme, Abbas Kiarostami, 2010)

Reversible y auténtica

Ella (Juliette Binoche) es una galerista de arte en la Toscana y él (William Shimell) un reconocido escritor y ensayista británico. Él se encuentra de paso por Italia ya que está presentando un libro en el cual reivindica el valor de la copia de la obra de arte, restándole interés a la “autenticidad” de los originales. Ella, madre soltera, siente una clara atracción por él, y lo lleva de paseo por el pueblo Lucigniano, en un deambular –casi a tiempo real- en el que dialogan extensamente. Como no podía ser de otra manera, el director Abbas Kiarostami dilata los tiempos, la acción se vuelve mínima, e importan más los pequeños gestos, el contexto, y lo que les ocurre interiormente a los personajes que lo que efectivamente dicen. Pero también es justo notar que ésta es de las películas más “dinámicas” del director iraní; y seguramente, una de las mejores.
Hay un fuerte parentesco con la brillante Viaje a Italia (1954) de Rossellini, clásico que inspiró a los cineastas de la nouvelle vague en el cual una pareja dialogaba y discutía airadamente en un viaje hacia Nápoles. Como en esa gran película, como en Bergman, como en Rohmer, como en el cine del coreano Jang Sun-woo, se despliega notablemente ese enrevesado y doloroso universo sentimental en el que a veces los adultos nos sentimos tan perdidos, ya que los bagajes de ideales e ilusiones rara vez se condicen con lo que toca vivir.
Pero Kiarostami dobla su apuesta con un guión que confunde y que busca confundir, ya que, a partir de cierto punto clave, se deja de saber qué es verdadero y qué no. Es decir, a partir de determinado momento las situaciones que se suceden podrían obedecer a un “juego” que los personajes despliegan para sí, pero por otra parte también podrían estar siendo ellos mismos, diciéndose unas cuantas verdades. Es así que, de golpe, Copia certificada se desdobla, se convierte en una película reversible, interpretable desde ópticas distintas y contradictorias. Kiarostami, obseso de las diversas capas de realidad y del desvelamiento del artificio, lleva sus fijaciones a un extremo, aportando elementos, “pistas” que llevan a pensar alternativamente en una hipótesis o en la otra. ¿Cuál es la realidad?, ¿qué es lo original y qué una copia? y finalmente, ¿importa eso?, ¿acaso no son creíbles, fidedignos los sentimientos que están teniendo lugar, esos torbellinos emocionales que atraviesan los personajes?
Binoche, inmensa y bellísima, es seguramente el punto más alto de esta película y deja para la posteridad una interpretación repleta de matices y cambios de registro que cortan el aliento. No en vano es y ha sido la opción de grandes cineastas, entre los que se destacan Kieslowski, Haneke y Hou Hsiao-hsien.
Es verdad, ésta es la clase de películas que gusta mucho a los críticos y no tanto al público en general; quizá la clase de ensayos meta-cinematográficos de los que se disfruta más reseñando que vivenciando directamente. Pero de todos modos, es innegable que se trata de una obra intensa, sugestiva y rica de significaciones; de esas que crecen al verse más de una vez, y que se prestan para hacerlo.


Publicada en Brecha el 23/9/2011

domingo, 18 de septiembre de 2011

Amigos con beneficios (Friends with benefits, Will Gluck, 2011)

A lo que debemos aspirar

Las comedias románticas hechas en Hollywood tienen mucho que ver con un mundo idílico, histérico y estéticamente imposible y poco que ver con la realidad. Allí suelen exhibirse, como en una vidriera, ideales de belleza, de éxito, de cómo plantarse y ser cool, y los espectadores que compran estos combos y que buscan verse reflejados se llevan a sus casas un paquete de ilusiones que, en muchos casos, suele transfigurarse en frustración. Este tipo de comedias, en su mayoría superficiales, dulcificadas y por supuesto acríticas, continúan encumbrando valores relativos al sueño americano y a formas de existencia inalcanzables para la amplia mayoría de los seres humanos.
Will Gluck, director de esta película, ya había hecho la comedia teenager Se dice de mí, una bazofia de cuidado en la que los personajes todos se ajustaban a los más exigentes parámetros de belleza dominantes -hasta los catalogados como “feos” eran despampanantes- y pretendía tirar líneas de moralismo, tolerancia y consideración cuando en realidad los discursos escondidos en la película dejaban en claro que eso era todo una farsa.
Ajustado a parámetros estéticos similares, aquí Dylan (Justin Timberlake), joven emprendedor, editor de contenidos web –confluye la capacidad de administración empresarial y la creatividad orientada a nichos novedosos y prometedores- conoce a Jamie (Mila Kunis) reclutadora de talentos –la acertada ejecutiva, hábil e independiente en sus criterios-. La verborragia entre ellos es, desde un comienzo, imparable, y cuidado, que las líneas de diálogos no bajarán en ritmo y velocidad hasta los créditos finales. Los dichos de los protagonistas son pretendidamente inteligentes, todo el tiempo: a cada ocurrencia se sucede una réplica aún más suspicaz, perdiéndose así, desde el mismo comienzo, la esperanza de verosimilitud. Resueltos y avispados, cerca de media docena de veces dicen de forma canchera “era una broma” luego de fingir falsas reacciones. Si el director/guionista da así pocas muestras de creatividad, unos secundarios de manual no hacen más que rebajar la berretada a niveles subterráneos: la madre de la protagonista (Patricia Clarkson) es la típica veterana hippie, que da mayores muestras de inmadurez que su propia hija pero es cariñosa y considerada (como las de Mamma mia, The kids are all right o Se dice de mí, para no ir más lejos). El compañero gay del personaje (Woody Harrelson) es tan sólo un vehículo para hacer chistes de gays, y el padre con alzheimer (Richard Jenkins) es el toque de gravedad que se necesitaba, para demostrarse que el muchacho es un tipo sufrido y bueno y que esta película dista de ser tan sólo otra comedia descerebrada. Ninguno de estos actores está mal, pero personajes así, contextualizados como están, dañan la psiquis de cualquier ser pensante.
Esta película está muy bien puntuada en algunas páginas web especializadas (IMDB, Rotten tomatoes) tiene buena recepción crítica y funciona notablemente en taquillas. La comedia romántica estadounidense no evoluciona ni cambia sus reglas porque la fórmula camina bien así, como está. Lo que cuesta creer es que el público continúe tragando.

Publicado en Brecha el viernes 16/9/2011

domingo, 11 de septiembre de 2011

Contra el olvido


El género documental cumple por definición con un rol de registrar y preservar ciertos hechos o realidades existentes y difundirlas, en una lucha contra el olvido y en un intento de iluminar instancias que de otra forma se perderían o pasarían desapercibidas. Aún deteniéndose en historias particulares y anécdotas mínimas, estas películas suelen ser vehículos de conservación de la memoria histórica. Con esta intención, la brillante película paraguaya Cuchillo de palo echa luz sobre las aberraciones y humillaciones que sufrieron los homosexuales durante la dictadura de Stroessner; la directora Renate Costa vivió toda su vida obsesionada con su tío, quien murió en enigmáticas circunstancias. Repleta de incógnitas y sin muchas certezas, Costa indaga en su misma familia, a la vez que entra a un submundo en el que consulta a homosexuales y travestis que conocieron a su tío, con la idea de comprender quién fue él y qué le sucedió. De a poco va demostrando lo que significó ser gay dentro de un universo marcial y machista, a la vez que desnuda un sentir popular –reproducido por su misma familia- que, de cierta manera, avalaba las aberraciones cometidas. Por su parte, el documental 7 instantes de Diana Cardozo aporta asimismo uno de las más elocuentes e interesantes aproximaciones al "Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros", antes, durante y después de la dictadura, entrevistando a miembros del llano de la organización; a integrantes cuyas vivencias no habían sido difundidas.
Ambas entrevistadoras logran vencer resistencias, llegar a sus interlocutores y lograr que se abran ante ellas, labor difícil si las hay. La negación a priori de remover y reflotar recuerdos dolorosos del pasado está notablemente expuesta en la impactante Incendies, de Denis Villeneuve. En ella, una mujer emprende un viaje a través de Oriente Medio con el objetivo de dar con su padre, al que creía muerto, y con un hermano, del que hasta hace poco desconocía su existencia. Para ello debe saber quién fue realmente su madre y qué papel desempeñó en las guerras civiles entre cristianos y musulmanes de los años setenta. Las personas que podrían aportar información valiosa en un principio se niegan a responderle, y si finalmente se llega a una resolución, es porque el azar jugó a favor. El título “Incendies” refiere al poder destructivo de las guerras, de los abusos y las masacres colectivas, capaces de reducir a cenizas no sólo a seres humanos sino a su mismo recuerdo por generaciones. El silencio humano se contrasta, en la película, con la imagen de archivos inmensos, mudos, que esconden miles de historias perdidas e inescrutables.
La mirada invisible de Diego Lerman aborda la dictadura argentina desde una óptica novedosa. Se centra en los mecanismos de control y disciplina dentro de “Ciencias morales” el prestigioso colegio hoy conocido como Nacional Buenos Aires. Así, se expone un férreo universo de miedo y represión sexual, donde todo indicio de creatividad o vitalidad es rápidamente censurado y anulado. Las dictaduras destruyen la capacidad de expresión e injertan el autocontrol en el individuo, convirtiéndolo en un panóptico de sí mismo.
Películas como Katyn, de Andrzej Wajda, o la subvalorada Ararat de Atom Egoyan sorprenden exponiendo temáticas que se mantuvieron ocultas durante décadas, ya sea por cuestiones de resistencia política o por orgullosa intransigencia. En la primera el director polaco relata, mediante un abordaje coral, los sucesos ocurridos el martes 13 de abril de 1943, en el bosque de Katyn. Los soviéticos asesinaron a sangre fría a mil altos oficiales del ejército polaco. Esa matanza fue adjudicada a los alemanes por parte de los aliados, pero fue recién en 1990 que se abrieron los archivos secretos soviéticos, demostrando por fin una verdad silenciada. Ararat, por su parte, es la primera película de ficción centrada en el genocidio armenio de 1917, durante el cual el gobierno de los Jóvenes turcos masacró entre un millón y medio y dos millones de personas. El gobierno turco aún niega la existencia del genocidio, pese a la presión internacional por que lo asuma de una buena vez.
El cine es y siempre ha sido una notable herramienta para reafirmar la memoria, y es capaz de grabar hechos cruciales en el colectivo. Lo único que se precisa es la voluntad para hacerlo.

Publicado en revista "Noteolvides" 8/2011

domingo, 4 de septiembre de 2011

Cowboys & aliens (Jon Favreau, 2011)

Lo prometido


El que va a ver una película llamada Cowboys & aliens sabe con qué va a encontrarse. Más cuando está protagonizada por James Bond (Daniel Craig) e Indiana Jones (Harrison Ford), más si se tiene conocimiento de que uno de los productores fue Steven Spielberg, -con su infantilismo perpetuo y su obsesión con los extraterrestres- y más cuando el director es Jon Favreau, autor de los notables divertimentos familiares Zathura y Iron man. Desde el vamos sabemos que hay que abandonar los prejuicios, dejar de buscarle el pelo al huevo y valorar en su correcta medida a un entretenimiento pochoclero y superficial, a un autoconsciente pastiche de acción y aventuras.
Como demostraron Depredador, Del crepúsculo al amanecer, o más recientemente Kick-ass, Zombieland y Rango, una película con una abrupta mezcla de géneros puede funcionar en taquilla, y esa es la clase de experimentación que hoy la industria puede permitirse. Aquí Jake, nuestro personaje principal (Craig) se despierta en una llanura desértica, amnésico y con un extraño brazalete metálico. Como Bourne, descubre en la marcha que es además imbatible en la lucha cuerpo a cuerpo, así como en otras artes de combate –hay que ver a un cowboy aplicando curiosas técnicas marciales para desarmar a tres hombres juntos-. Luego de llegar al típico pueblo en decadencia, y de meterse en altercados que lo colocan en un comprometido conflicto con el malvado Woodrow (Ford) empiezan las olas de abducciones y secuestros por parte de los alienígenas. Así, una comitiva en la que se juntan delincuentes, civiles, agentes del orden y hasta indígenas, sale a enfrentar a los horrendos invasores.
El guión tiene huecos, es cambiante y hasta contradictorio; seguramente un fiel reflejo del caos de producción que ocasionó que cinco guionistas más tres argumentistas, más el autor del cómic en que se basa la película figuren en los créditos. Los personajes parecen extraídos del spaghetti western a lo Leone, en donde el más bueno era condenable y el malo horripilante. Los extraterrestres son bichos rápidos, letales e inteligentes y tienen viscosidades escondidas aún más desagradables que las visibles, muy al estilo Alien, y, dato curioso, los lleva al lejano oeste nada menos que la sed de oro (ojalá algún día la ambición desmesurada se condene tanto en la realidad como en la ficción de géneros dominante!). Además de gozar del mérito de haber rechazado fervientemente la idea de filmar la película en 3D, Favreau logró el desafío de darle a esta película, pese a las limitaciones de guión, una coherencia estética y formal (la fotografía, la música y los efectos visuales son puntos fuertes), de extraer buenas actuaciones y de lograr así personajes con presencia, de orquestar este cambalache conceptual convirtiéndolo en un corpus dotado de buen ritmo y energía. No se podía pedir mucho más.

Publicado en Brecha el 2/9/2011