jueves, 27 de mayo de 2010

La nana (Sebastián Silva, 2009)

Convivencia maldita

Desde su primer escena, esta película ya plantea una relación de poder, una desigualdad radical y una situación incómoda. Se trata de una empleada doméstica cenando en una mesa de la cocina, vestida con ese uniforme tan ridículo que a algunas les toca usar. Pero hay algo muy extraño en su mirada, en su seriedad y en sus ojos desorbitados, quizá desequilibrio, o algo peor. No come tranquilamente, sino que se la ve atenta, pendiente de las conversaciones que tiene la familia en el comedor. Porque claro, ella cocina, sirve y levanta la mesa, y debe interrumpir su comida según los caprichos de otros. Pero esta vez la llaman por algo especial; desearle feliz cumpleaños, invitarla con una torta y darle unos regalos. Aunque se trate de un gesto de cariño y buena fe, la escena revela sutilmente y con pequeños indicios cierto aire de condescendencia, y que se trata de una situación extraordinaria, un impensado reconocimiento a una figura que existe sin ser parte.
Y de la que dependen totalmente. La nana es una adicta al trabajo y es quien cocina, limpia, friega la loza, lava la ropa, plancha, prepara los niños para el colegio. Y lo hace desde hace veinte años. Tiene además conocimiento de los secretos familiares, de las manías y los vicios personales, de cada escondrijo de la casa. Asimismo, sufre de terribles migrañas, demuestra cierto desprecio visceral por una de las hijas e incluso llega a utilizar su propio micropoder para complicarle la existencia. Sin tomar posiciones y siguiendo de cerca los cuadros cotidianos, se empieza a convertir a la nana en una suerte de “enemigo en casa”, un personaje digno de una obra de horror psicológico, que hasta parece factible pueda detonar en cualquier momento.
Además de una evidente lectura desde una perspectiva de clases, la película se presta a ser analizada desde la sociología y la psicología, como muestra de la dinámica de grupos humanos, de la territorialidad, de ciertas mezquindades y reacciones respecto a microclimas de exclusión y competencia, y de las enfermedades grupales. Todo esto logrado con un presupuesto escaso, problemas de financiamiento a mitad del rodaje y nada más que un par de locaciones, un equipo técnico reducido y pocos actores. El director chileno Sebastián Silva contó con la invaluable presencia de la actriz Catalina Saavedra, de quien logra extraer los matices necesarios para despertar reacciones encontradas. Silva reconoce como referentes a Lars Von Trier, Woody Allen y Gus Van Sant, ante todo por la naturalidad de sus cuadros. Pero en La nana no es fácil dar con las huellas de estos autores y, ante todo, se percibe una originalidad y una profundidad deslumbrante.
Pero lo realmente meritorio de este filme y lo que lo convierte en una obra excepcional es la vuelta de tuerca que se da pasada la mitad del metraje -quizá a algun lector le convenga dejar de leer por aquí- porque la amplísima mayoría de los directores del mundo se hubiesen sumado al arrollador pesimismo que impera en el cine social, cerrando el cuadro a modo de drama irresoluble, dejando el personaje en decadencia y a su suerte, sin dejar espacio para la esperanza. Es en todo sentido asombroso este quiebre impuesto ya que es probable que la mayoría de los espectadores hubiera extraído la conclusión de que la nana es un problema endémico, una amenaza potencial y un cáncer que es preferible extraer. Incluso la negativa de la madre de despedirla podría resultar al más evidente sentido común, una auténtica necedad. Y es aquí que una aparición externa dará un vuelco radical a la situación, y surgirá con una solución sorprendentemente sencilla. “Todo lo que necesitas es amor” parece decir el director-coguionista, y la resolución está planteada con inusitada verosimilitud, demostrando el equívoco general. Por sorprender de esta manera el espectador, y peor aún, por llevarlo a cuestionar sus mismas seguridades, La nana es una obra mayor, seguramente de las mejores películas latinoamericanas vistas en años.

Publicada en Brecha 28/5/2010

sábado, 22 de mayo de 2010

Pesadilla en la calle Elm (A nightmare on Elm Street, Samuel Bayer, 2010)

Same old shit


Hace veintiséis años la anécdota básica de la primer Pesadilla era sumamente original y efectiva: un difunto psicópata se dedicaba a martirizar a un grupo de adolescentes, inmiscuyéndose en sus sueños. Allí tenía poderes ilimitados, y si sus víctimas eran asesinadas en sueños, también morían de verdad. Freddy Krueger jugaba con sus presas como con ratones en un laberinto, regocijándose en su desesperación.

No debe existir adulto en el mundo que cuando niño no haya tenido miedo de soñar alguna vez, y en su esfuerzo por no dormirse, somnolientos y exhaustos, tomando compulsivamente café y otros estimulantes, los protagonistas de la franquicia han servido como atávicos vehículos de identificación. La idea fue explotada hasta el cansancio, en siete películas de estructura similar y calidad cambiante. Las hubo muy malas, regulares y hasta alguna buena, dependiendo ante todo de la imaginación para idear universos oníricos del director de turno. La primera estuvo muy bien, y supuso la introducción al personaje y la historia. En la tercera y mejor de las entregas, los sueños tenían una relación con los perfiles de los personajes, levantando cierto vuelo de a ratos.

Cabe preguntarse qué agrega esta remake y esta pretensión de nuevo comienzo a las entregas anteriores, y la respuesta es tan simple como inmediata: nada. Otra vez varios adolescentes se dan cuenta de que sueñan con el mismo tipo y que los está matando uno a uno, otra vez descubren que sus padres tienen un pasado en común con él. Una vez más comienzan a hacer guardias para vigilar el sueño del otro, y despertarlo ante cualquier indicio de agitación. Otra vez Freddy busca meter miedo raspando su garra de metal contra las paredes. Otra vez aparecen las niñas saltando a la cuerda y cantando ese infaltable "Freddy viene por ti". Hay escenas calcadas de la Pesadilla original, y los pequeños matices no aportan mucho: hoy Freddy está encarnado por Jackie Earle Haley (el pedófilo en Little children y el superhéroe Roschach en Watchmen) y el personaje gana en repulsión gracias a sus rasgos de marciano libidinoso, pero en cambio perdió presencia -Earle Haley nunca tendrá una mirada intensa como la de Robert Englund- En lugar de haber sido un infanticida, ahora Freddy tiene un ilustre pasado como pederasta, por lo que el actor continúa arriesgándose a ser lapidado en la vía pública.

Como la película no es un desastre de concepción ni de ritmo, se lleva bien y hasta logra dar unos buenos sobresaltos. Pero está claro que fue ideada para una nueva generación que nunca experimentó la franquicia anterior, o para espectadores sumamente desmemoriados.


Publicado en Brecha el 21/5/2010

sábado, 15 de mayo de 2010

Iron man 2 (Jon Favreau, Estados Unidos, 2010)

Un superhéroe abatido


La primera Iron man fue un verdadero soplo de aire fresco; un entretenimiento ágil, enérgico y palpitante que dio una razón más de ser a esta tendencia febril de incorporación de viejos héroes del comic a la pantalla. Considerando el precedente, daba para pensar que la calidad se mantendría, ya que en esta secuela se reiteran dos de los talentos más importantes que sostuvieron la entrega anterior: Robert Downey Jr. y el director Jon Favreau (Zathura, Elf), pero el resultado no logra colmar las expectativas.
Lo que falla básicamente es el guión, pero no por las líneas de diálogo sino por una singular carencia de ideas y por su irregularidad, que redunda en un problema de arritmia narrativa -algo particulamente grave para esta clase de películas-. Una de las mayores complicaciones que aquejan al protagonista es que el reactor ubicado en medio de su pecho y que provee de energía a él y a su armadura está provocándole un serio problema de contaminación en la sangre, y podría matarlo en poco tiempo. Cabía esperar entonces que este factor de tensión hubiese sido explotado para que el personaje tuviese problemas de desempeño en medio de la acción, para que sus habilidades menguaran en los momentos más duros y para que, al fin de cuentas, su triunfo final fuese un gran alivio, -Superman tuvo sus momentos más intensos gracias a su debilidad ante la kriptonita- pero lo curioso del asunto es que el protagonista se envenena y encuentra una solución a su problema sin que en el interín se le presente una amenaza, sin que haya una escena de acción entre medio. Cabe preguntarse entonces para qué existe ese vaivén de guión, y qué aporta a la historia. La respuesta más convincente es que era necesario hacer tiempo y rellenar una trama deficiente.
Y es que Iron man 2 tiene todas las características de una película-puente. Es decir, es de esas obras que ofician como intermedio entre las dos partes más concluyentes y relevantes de una trilogía. Así fueron El imperio contraataca, Volver al futuro II, Matrix Reloaded y El señor de los anillos: Las dos torres, la clase de segundas partes que aportan elementos y personajes nuevos que serán explotados en la tercera. La Iron man 3 parece sugerirse permanentemente, y también se aportan varias puntas que adelantan Los vengadores, una ambiciosa franquicia prevista para el 2012 que reunirá varios personajes de la Marvel: Iron man, Hulk, Nick fury, Thor y Capitán américa, entre otros. Hay superhéroes para rato.
Entre otras cosas, hubiese sido necesaria alguna escena más de acción para darle agilidad e intensidad al relato. Robert Downey Jr. logra una vez más la difícil hazaña de que un multimillonario pedante y ególatra caiga simpático, pero no pudo darle a esta película la vitalidad que necesitaba. Su personaje se pasa la mitad del metraje aquejado por su dolencia -o borracho, o triste porque su padre fallecido no lo quería-. Claro que tiene cierta gracia ver al villano ruso interpretado por Mickey Rourke esgrimiendo sus látigos de energía y a la Scarlett Johansson vapuleando, con una vistosa combinación de técnicas marciales, a una docena de guardias de seguridad. Pero nunca podrían paliar tan grandes carencias.

Publicado en Brecha 15/5/2010

Iron man (Jon Favreau, 2008)

Desempolvando viejos héroes

En tiempos en que Hollywood atraviesa una clara crisis de ideas, uno de los filones que viene explotando con mayores réditos es el universo del comic. La fuente de argumentos más fructífera de los últimos años quizá haya sido la editorial Marvel Comics: si en la década del noventa existieron ocho adaptaciones cinematográficas de superhéroes de la Marvel, esa cifra ascendió a 17 en lo que va del nuevo milenio, y se espera una quincena más para antes del 2011. La calidad de las obras ha sido cambiante, existiendo apenas un puñado de películas rescatables, contra una importante cantidad de pastiches intragables. Hasta el momento la más sobresaliente ha sido Spiderman 2 (sólo comparable a Batman Begins, adaptada de DC Comics), pero también fueron decentes las primeras entregas de X-Men y Blade. En este nivel de entretenimientos dignos y disfrutables cabría inscribir a Iron man.
La película cuenta la historia de Tony Stark, un detestable inventor mujeriego y multimillonario que es secuestrado por mercenarios y forzado a crear para ellos armas de destrucción masiva. Durante su cautiverio, se las ingenia para construir una poderosa armadura para combatir a sus captores y escapar. De vuelta en Estados Unidos, caerá en la cuenta de que aplicar su vida a la creación de armas fue una elección moralmente desatinada, y dotado de una nueva armadura comenzará su vida como superhéroe. Si en el comic original de los años sesenta (la primera de sus versiones) los secuestradores eran comunistas vietnamitas, hoy parecen ser afganos -por su apariencia física podrían pasar perfectamente por una facción de Al-qaeda- aunque se toma la precaución de mostrarlos como a un grupo cosmopolita, (alguno de ellos habla húngaro, por ejemplo).
Como en la mayoría de las últimas superproducciones hollywoodenses, las muertes ocurren siempre fuera de campo, puede verse un poquito de sangre en los heridos pero nunca en los muertos, las explosiones son meros fuegos artificiales y no parecen hacer daño, y de vez en cuando aparece una bandera estadounidense del tamaño de la pantalla. Los soldados norteamericanos son mostrados como sujetos macanudos y risueños, y el hecho de que las armas de destrucción masiva puedan llegar a malas manos se presenta como algo terrible, pero no caben dudas de que están bien utilizadas cuando las esgrime el gobierno de Estados Unidos.
Pero bien es cierto que estos aspectos son poco evitables en el cine mainstream actual, y lo importante es que la película funciona muy bien como entretenimiento. Robert Downey Jr aporta personalidad al superhéroe y la dirección de Jon Favreau (Elf: el duende, Zathura) es hábil, logrando notables secuencias de acción y escenas en las que se integra al espectador en una labor específica y en un objetivo determinado, como en el segundo proceso de construcción de la armadura, donde un par de inteligencias artificiales que ofician de “mayordomos” aportan dosis de seducción y fantasía en partes iguales. El cine muchas veces es esparcimiento, y Iron man cumple con creces su cometido.
Publicado en Brecha 5/5/2008

domingo, 9 de mayo de 2010

Recomendados en TV Ciudad (I)

Acá va mi primer spot para TV ciudad, que ya tiene como dos meses de antigüedad. Luego de éste se hicieron algunos más, a cada cual peor. Pero noten que es un pequeño progreso respecto a la anterior tanda de videos pedorros, al menos aquí hay iluminación, sonido, una cámara profesional...