viernes, 23 de octubre de 2009

Cine británico

God save the film


El periódico londinense The guardian confeccionó hace un par de meses un listado de los mejores 25 filmes británicos de los últimos tiempos, a partir de votaciones de 60 expertos (directores, guionistas, actores, críticos y cinéfilos destacados) entre los que se cuentan el director Edgar Wright -que tuvo el buen tino de no votarse a sí mismo- el escritor Peter Morgan, el actor Ben Kingsley y la crítica Anne Thompson. Todos ellos elaboraron su lista personal de 10 películas, de las cuales fueron extraídas las más votadas. Aquí van las resultantes:

1. Trainspotting (Boyle, 1996)
2. Withnail & I (Robinson, 1987)
3. Secrets and Lies (Leigh, 1996)
4. Distant Voices, Still Lives (Davies, 1988)
5. My Beautiful Laundrette (Frears, 1985)
6. Nil By Mouth (Oldman, 1997)
7. Sexy Beast (Glazer, 2000)
8. Ratcatcher (Ramsay, 1999)
9. Slumdog Millionaire (Boyle, 2008)
10. Four Weddings and a Funeral (Newell, 1994)
11. Touching the Void (MacDonald, 2003)
12. Hope and Glory (Boorman, 1987)
13. Control (Corbijn, 2007)
14. Naked (Leigh, 1993)
15. Under the Skin (Adler, 1997)
16. Hunger (McQueen, 2008)
17. This Is England (Meadows, 2006)
18. Shaun of the Dead (Wright, 2004)
19. Dead Man's Shoes (Meadows, 2004)
20. Red Road (Arnold, 2006)
21. Riff-Raff (Loach, 1981)
22. Man On Wire (Marsh, 2008)
23. My Summer of Love (Pawlikowski, 2004)
24. 24 Hour Party People (Winterbottom, 2002)
25. The English Patient (Minghella, 1996)

La lectura de este listado conduce indefectiblemente a la humildad, sobre todo para quienes creemos estar al tanto de las tendencias del cine actual. Admito sólo haber visto una decena de las películas nombradas, y que de otro tanto ni siquiera oí hablar. A pesar de la asumida deuda con este cine, creo que es posible extraer varias conclusiones de la lista, de diversa índole:

1-El mejor cine británico no nos llega por las vías tradicionales. Once de estas películas no fueron estrenadas en carteleras de mi país, y ni siquiera tuvieron apariciones fugaces en festivales locales. Hay que considerar que la existencia de estas listas sirve, entre otras cosas, para acercar a los cinéfilos a cintas marginales que no han gozado de buena distribución y difusión y que pese a su calidad suelen quedar condenadas al más implacable olvido.

2-El cine británico actual anda flojo. Obsérvese como recién en el séptimo puesto aparece una película de esta década, y que muchas se amontonan en los últimos diez puestos. Varias de las películas recientes que pude ver y sí figuran en la lista no son nada excepcionales: Under the skin es un típico drama británico con puntas sociales; Shaun of the dead una comedia negra intercambiable con tantas otras; Man on wire un simpático documental que no aporta mucho y My summer of love un drama lésbico irrecordable. El cine británico goza hoy de una corrección soberana, sus películas suelen ser intachables a nivel técnico, tienen actuaciones brillantes y se plantan en terrenos llamativos. Son formalmente bellas y atractivas a priori, pero también nos dejan a la espera de cierto vuelo, conceptual, poético o simplemente audiovisual, y ultimamente ese vuelo ha brillado por su ausencia.

3-La presente lista es un síntoma de nuestros tiempos. O inercia de otros anteriores, que deberían terminarse pronto. Es la muestra tangible de una creencia generalizada entre los especialistas por la cual se considera que el cine popular, o perteneciente a los géneros “menores” no merece especial consideración, y que jamás podría equipararse con ese otro cine, de autor o de temáticas sociales coyunturales. Es poco comprensible la ausencia de la mejor película de Guy Ritchie (Juegos, trampas y dos armas humeantes), y nefasta es la exclusión del cine de terror británico, quizá el terreno en que mejor le va a la filmografía inglesa -véase el corpus hoy conformado por Eden Lake, El descenso y Exterminio 1 y 2, por no nombrar a Sweeney Todd, que seguramente sea más británica que la multivotada Slumdog millionaire*-.
No habla necesariamente más ni mejor de una realidad social una película de Shane Meadows que una de James Watkins, Ritchie puede ser más influyente que el gran Mike Leigh, y lo nuevo de Neil Marshall ser más memorable que lo último de Michael Winterbottom. Este cine ninguneado suele insuflarle vida al medio y toca temáticas universales que lo vuelven trascendente, pero sigue siendo visto por muchos como una materia insignificante.
No dudo que los votantes estén siendo fieles a sus gustos, y no cabe pensar que las omisiones sean deliberadas. Pero el listado ejemplifica una tendencia crítica obsoleta, por la cual todavía se piensa en parcelas o encasillamientos que señalan géneros “mayores” y “menores”. Y ciertamente es una tendencia en vías de extinción, ya que por fortuna las nuevas generaciones de críticos no parecen compartirlas. Las revistas on line y la blogósfera cinéfila son mundos aparte en la crítica cinematográfica, y aún con sus carencias, son una muestra viviente de apertura temática real, donde el sesudo análisis de un clásico de Dreyer puede alternarse con la reseña festiva de la última película de Alex de la Iglesia.

* Los criterios para establecer cuáles son realmente películas británicas fueron discutidos, y ante la dificultad de establecerlos, se resolvió que los filmes debían “sentirse” británicos.

Publicado en Brecha 22/10/2009

jueves, 15 de octubre de 2009

El cine de terror actual

Ese atractivo sufrimiento


La huérfana es uno de los platos fuertes de las carteleras actuales. Lars von Trier es hoy objeto de polémicas por su reciente El anticristo. Frank Darabont asombró hace poco con la imponente La niebla y una película sueca de vampiros (Let the right one in) es de lo mejor que ha podido verse este año. El cine de terror da señales de estar pasando por un buen momento y como nunca, se diversifica en múltiples formas y registros.

“Largo rato quedé ahí parado especulando, temiendo, dudando / soñando sueños que ningún mortal se atrevió a soñar jamás.” Edgar Allan Poe

Es curioso que el thriller y el terror, dos de los géneros más populares y que más se han reproducido en las últimas décadas, se designen por la sensación que provocan en el espectador. A la hora de delimitar el género del terror, de definir si una película puede entrar o no dentro de la clasificación, más allá de que haya o no elementos sobrenaturales, que se utilicen golpes de efecto, que la anécdota se sitúe en una superficie realista o en una ficción desquiciada, es necesario precisar si en ella se busca despertar miedo. Y como bien dice Borges, un género se conforma como tal cuando surge un espectador específico, un consumidor que exige y reconoce ciertas coordenadas. Aquí lo que se buscan son buenos sustos, y una película de terror que no los logra es, indefectiblemente, una película fallida.
La fruición de este tipo de cine, su disfrute, naturalmente obedece a cierto goce masoquista. Y es por eso que mucha gente prefiere mantenerse alejada del registro, ya que sencillamente no puede soportarlo. “¿Para qué sufrir en el cine?” suelen decir algunos prudentes con sensatez indeclinable, aunque es cierto que no es más comprensible ni justificable sufrir con un melodrama o una tragedia que con una llana y honesta película de terror. El intenso goce que provocan las grandes películas del género no es algo fácil de lograr: se necesita una anécdota llamativa y coherente en su lógica interna, una sabia dosificación de tensiones y sobresaltos, se requieren personajes sólidos con los que valga la pena sentirse identificado y es imprescindible el dominio de un lenguaje cinematográfico por los que imágenes y sonidos estén ligados estrechamente, montados con precisión quirúrgica. Lo transgresor y lo oculto son elementos esenciales en la puesta en escena, y la sugerencia y el enigma, aspectos ineludibles.
Y el cine de terror es también un espacio anárquico donde suelen romperse las reglas sociales, donde se violan los espacios sagrados, se tocan los tabúes y se insultan las buenas costumbres. La figura expresiva más frecuentada por este cine es la alegoría, y en ellas suelen plantarse sarcásticos apuntes sociales, a menudo impregnados de un pesimismo arrollador. Desde el horror psicológico de Alejandro Amenábar (Los otros) el clasicismo de Frank Darabont (La niebla) o Neil Marshall (El descenso) la brutalidad sofocante del cine francés (Alta tensión, Frontiere(s)) el ludicismo de Alex de la Iglesia (La habitación del niño) el existencialismo de Kiyoshi Kurosawa (Kairo, Retribution) y las pesadillas experimentales de Takashi Miike (Audition, Imprint) y Shinya Tsukamoto (Haze) una gran variedad de malos tragos atenta hoy contra las esperanzas de un colorido desenlace, y contra los resquicios mentales más vulnerables del espectador.


“Siempre haz que la audiencia sufra lo más que pueda” Alfred Hitchcock

Los cineastas galos saben golpear donde duele. Lo que ya ha empezado a llamarse nouvelle horreur vague es quizá la corriente más dura, agobiante y extrema del panorama del horror actual. Un grupo de directores jóvenes que transgreden perpetrando atrocidades fílmicas, ofreciendo un cine visceral, violento a más no poder, y quizá más terrible por carecer de elementos sobrenaturales y por situarse en un terreno realista. El referente inevitable para este tipo de terrorismo audiovisual es el gran clásico bizarro The Texas chainsaw massacre de Tobe Hooper, una obra que, como pocas, ha dejado un legado considerable. En ella un grupo de adolescentes era asesinado uno por uno por una familia desquiciada, en un pútrido rincón de la desértica y conservadora norteamérica profunda. La nueva tendencia francesa parece retomar ese horror sucio y visceral, que igualmente emerge desde las entrañas de un país que, como bien sugería Caché de Michael Haneke, tiene más de un cadáver escondido en sus armarios. En la notable Frontiére(s), luego de atravesar un infierno y de ver morir a sus amigos en manos de un grupo de pervertidos neo-nazis, la protagonista sufre un colapso nervioso cuando se entera por la radio sobre el fortalecimiento de la extrema derecha en Francia. Los insufribles sucesos presentados en A l’interieur se sitúan en la noche de las protestas y las quemas de autos del 2005. Como un reverso a la comodidad burguesa presentada en buena parte del cine francés dominante, estas crueles exposiciones parecen sugerir que no existe tal estabilidad, que la insatisfacción se encuentra instalada, y que el mal emerge implacable, como señal visible de una sociedad soterradamente enferma.
Aunque quizá los que estén más enfermos sean los cineastas. Las protagonistas de Alta tensión, A l’interieur, y Frontiére(s) terminan bañadas en sangre de pies a cabeza; abundan los machetazos, las puñaladas con diversos objetos, las quemaduras en tercer grado y la deformidad física y mental. En algunos casos la acumulación de situaciones grotescas atenta contra la credibilidad de los planteos, y alguna de estas películas pierde interés por ese machaque innecesario. Este cronista admite que tuvo que entrecerrar los ojos para soportar el gratuito desenlace de A l’interieur, y ciertos desbordes explícitos acercan desafortunadamente a esta tendencia al más lamentable terreno del cine de torturas. Pero las películas rescatables del paquete no buscan el morbo por el morbo mismo, ofrecen notables atmósferas, y llaman a reflexiones profundas.


El director más importante de la camada, y en gran medida el precursor de esta movida brutal es el gran Alexandre Aja, quien luego de su notable Alta tensión logró en Estados Unidos una obra superior y casi intolerable, quizá la única remake del cine reciente que supera a la obra en la que se basa: Las colinas tienen ojos. El riesgo que corren estos cineastas es que su reclutamiento por Hollywood acabe por absorverlos totalmente -Aja ya tuvo un traspié con Espejos siniestros y los directores David Moreau y Xavier Palud, estimables autores de Ils, sufrieron una importante falta de libertades al filmar la remake de The eye-.

“Tengo una imagen de Tokio en mi mente: es una imagen de una ciudad llena de habitaciones de concreto, con un cerebro atrapado en cada una de ellas.” Shinya Tsukamoto

Pero el mejor cine de terror que se ha pergeñado en los últimos años es el proveniente de Japón. Apenas comenzado el nuevo siglo el país atrajo todas las miradas con el denominado J-horror, ese subgénero en el cual espíritus pálidos y de largos cabellos negros acosaban a la víctima de turno, y que se contagió a buena parte del continente asiático (principalmente Tailandia y Corea del Sur, con grandes obras) y también a Estados Unidos, donde fueron perpetradas remakes aberrantes. Las grandes películas del J-horror supieron tocar vulnerables engranes subconscientes y provocaron sobresaltos como pocas en la historia del cine. Por desgracia el registro se refritó hasta el infinito y luego de tanta repetición fueron desgastándose sus fórmulas y las buenas ideas se vieron agotadas por completo. Pero el cine de terror japonés es mucho más que almas en pena clamando por venganza, y de ese país pueden verse las tendencias más inquietas y originales de la actualidad.
Muy cercano a la lógica de los sueños, y peor aún, de las pesadillas, se encuentra el cine de terror de Takashi Miike. Sus escabrosas imágenes y algunas horrendas escenas de tortura provocan rechazos viscerales inmediatos, pero a diferencia de las de muchos autoproclamados cineastas, sus películas no son gratuitas. En ellas impera una estimable sensación de injusticia ante las atrocidades perpetradas, se busca la identificación activa con las víctimas y son sugeridas reflexiones profundas sobre los extremos de violencia a los que es capaz de llegar el ser humano. En definitiva, la diferencia entre Miike y otros directores que muestran torturas explícitas (Eli Roth o Darren Lynn Bousman, entre otros) es tener un propósito (y algo de moral).
Otro gran cineasta nipón que ha transitado el género con singular talento es Kiyoshi Kurosawa. Se ha definido su austero estilo como una mezcla del J-horror con Antonioni, y es cierto que hay mucho de eso. Su cine no siempre es comprendido y suele desorientar a los fans del terror, quienes quizá queden a la espera de más sobresaltos y efectismos. Kurosawa radiografía la alienación, la soledad más febril, los fantasmas interiores y el peso de la urbanización sobre los individuos. Sus cuadros ofrecen múltiples lecturas, y por eso pueden resultar extraños para quienes los aborden con una visión superficial.

Con temáticas muy parecidas pero con un abordaje absolutamente distinto, el cine de Shinya Tsukamoto es perturbador y atmosférico. Quizá sea uno de los cineastas de ficción que menos miedo tiene a la experimentación audiovisual hoy en día, y su mediometraje Haze puede considerarse una de las obras mayores del terror actual. Un hombre despierta encerrado en una especie de laberinto en el que apenas tiene movilidad y dentro del cual sólo puede trasladarse reptando. No tiene idea de cómo fue a parar allí, y tampoco se vislumbra una salida posible. En ese recinto infame atravesará por distintas instancias, cada cual más claustrofóbica y asfixiante: un corredor por el que debe arrastrarse arrodillado con los dientes pegados a un extenso caño oxidado, un nauseabundo lago repleto de cadáveres en el que debe sumergirse. El enajenante desenlace es de una riqueza alegórica inmensa.
El futuro del terror se intuye prometedor sobre todo considerando a la producción japonesa. Es allí donde existe mayor cantidad de cineastas sólidos en la materia –a los ya nombrados deberían sumarse los nombres de Hideo Nakata, Takashi Shimizu y Takashi Ishii- y son ellos quienes más parecen esforzarse en concebir formas y dimensiones nuevas. Cualquier exploración seria al género debería abordar primordialmente este terreno, en todas sus variables.

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”. H.P. Lovecraft

No todo el cine de terror proveniente de Estados Unidos son remakes, secuelas o explotación de la tortura. También surgen, de vez en cuando, algunos chispazos aislados que recuerdan que hay creativos capaces de lograr obras atractivas e inteligentes. 1408, Soy leyenda, Hard candy, All the boys love Mandy Lane y Trick or Treat son algunos buenos ejemplos, por no decir que asimismo emergen obras brillantes, como Deadgirl, Sweeney Todd o La niebla. La situación en Inglaterra y España es similar, aparecen eventualmente películas de terror que sobresalen por varias cabezas de la producción media (El descenso, Rec).

Pero varias de las mejores obras creadas en occidente suelen ser co-producciones (ver recuadro). Esto tiene una explicación simple. Las películas financiadas desde diversos países -mayoritariamente europeos, pero también a nivel intercontinental- son la vía más eficaz de oponerse al cine norteamericano dominante. Para alcanzar los altos costos de producción y poder competir con la industria de Hollywood se reparten los gastos, favoreciéndose con las distintas ayudas públicas nacionales, ampliando los mercados y pudiendo llegar a espectadores de los distintos países involucrados. Por lo general se echa mano a figuras del star-system para protagonizar esas películas (Nicole Kidman en Los otros, Emmanuelle Béart en Vinyan, Julianne Moore y Gael García Bernal en Ceguera), y así poder atraer a esa audiencia acostumbrada al consumo de cine mainstream.
Últimamente han surgido también unos cuantos híbridos llamativos. Más que interesantes y por momentos geniales son los cuentos de terror animados de la francesa Peur(s) de la noir, y también son curiosas The burrowers, una mezcla de terror y western, Dance of the dead, comedia high school con zombies, The genetic opera, musical y gore, y muchísimas comedias negras que satirizan al género, como The cottage, Severance o Shaun of the dead, entre tantas otras.
Dentro del reciente cine de terror occidental pueden verse algunas premisas temáticas que se repiten. Una constante es la amenaza exterior, y más precisamente la que se entromete en la casa propia, vulnerando la privacidad hogareña. La obra precursora en este sentido es la demoledora y desestructurante Funny games de Michael Haneke, de la que Ils y A l’interieur recogieron su anécdota central. A su vez estas películas fueron copiadas por la reciente y más bien lamentable Los extraños y cierto es que ninguna de ellas alcanzó el nivel de la obra de Haneke. La amenaza exterior es en estos casos humana, arbitraria e incomprensible.
Otra constante es aquella en la que un grupo de personas sale de excursión placentera hacia algún lugar aislado y remoto, y son atacados por alguien. Por lo general, se trata de una salida de camping al medio del bosque, y en varios casos, los atacantes pertenecen o están ligados a grupos reaccionarios conservadores (Backwoods, Frontiere(s), Eden Lake). Aquí el mal es claro y tangible, y surge de ciertos núcleos antisociales y xenófobos.
Ya es difícil ver en el cine de terror occidental a una figura monstruosa o a una fuerza sobrenatural, y en los casos que la hay, esa amenaza no es peor que la otra, humana, mucho más presente y cercana. Aquellas obras de terror románticas, en las que un grupo de personas lograba vencer las adversidades actuando con valentía y espíritu de equipo prácticamente han desaparecido. Cuando surge una iniciativa en este sentido suele quedar trunca. El nihilismo está instalado, ya no parecen quedar cineastas en este género que confíen en la humanidad como emprendedora de grandes acciones, y eso parece todo un síntoma de nuestros tiempos.

Terror para un nuevo milenio


-Seance (Kiyoshi Kurosawa, 2000). Japón. Donde se muestra que matar accidentalmente a una niña no es recomendable.
-El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001). España / México. Niños es un orfanato, a fines de los años treinta. Los fantasmas son lo mejor que les pasa.
-Los otros (Alejandro Amenábar, 2001). España / Estados Unidos / Francia / Italia. Al final de la escalera + Los inocentes + Otra vuelta de tuerca + Carnaval de almas.
-Kairo (Kiyoshi Kurosawa, 2001). Japón. Los vivos parecen zombis, y el mundo de los muertos no se diferencia tanto del nuestro.
-Ju-on (Takashi Shimizu, 2002). Japón. Los almas en pena se meten en todos los intersticios de la casa.
-Dark water (Hideo Nakata, 2002). Japón. El agua se escurre e invade la habitación, como los espíritus a la mente atribulada.
-Alta tensión (*)(Alexandre Aja, 2003). Francia. Cecile de France huyendo, defendiéndose, contraatacando. La hemoglobina le sienta bien.
-2 hermanas (Kim Ji-woon, 2003). Corea del Sur. Una madrastra cruel, dos chicas atormentadas, y a lo mejor nadie es lo que parece.
-El amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004). Estados Unidos / Canadá / Japón / Francia. Muertos vivos, obviamente. Y un amanecer, más un crepúsculo.
-Dumplings (Fruit Chan, 2004). Hong Kong. Para mantenerse en forma hay que alimentarse bien.
-Shutter (Banjong Pisanthanakun, Parkpoom Wongpoom, 2004). Tailandia. Un espíritu fotogénico, y algo cargoso.
-El descenso (Neil Marshall, 2005). Inglaterra. Seis mujeres, un pozo, un centenar de criaturas infernales.
-Haze (Shinya Tsukamoto, 2005). Japón. Para los que creían que necesitan un poco de aire.
-Las colinas tienen ojos (*)(Alexandre Aja, 2006). Estados Unidos. O el más frontal escupitajo al American dream. Abandonad toda esperanza...
-Retribution (Kiyoshi Kurosawa, 2006). Japón. Nuestro detective descubre que todas las pistas del asesinato conducen a sí mismo.
-La habitación del niño (Alex de la Iglesia, 2006). España. El terror japonés, homenajeado y satirizado por un gordo atorrante.
-Imprint (*)(Takashi Miike, 2006). Estados Unidos / Japón. Para los que creían que Audition era poco tolerable.
-[Rec] (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007). España. Lo mejor con cámara subjetiva.
-Sweeney Todd (Tim Burton, 2007). Estados Unidos / Inglaterra. Al barbero se le fue la moto, y lleva navaja.
-Frontiere(s) (*)(Xavier Gens, 2007). Francia / Suiza. Chica embarazada + neonazis + terror francés. Mejor ni verla.
-La niebla (Frank Darabont, 2007). Estados Unidos. Una mezcla de Lovecraft y Romero que ni parece Stephen King. Lo mejor de Darabont.
-El orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007). México / España. Otra vuelta de tuerca, más.
-Ceguera (Fernando Meirelles, 2008). Canadá / Brasil / Japón. En el reino de los ciegos, un gran poder representa una gran responsabilidad.
-Vinyan (Fabrice Du Welz, 2008). Francia / Bélgica / Inglaterra/ Australia. Porque tampoco es recomendable perder un niño en un tsunami.
-Eden Lake (James Watkins, 2008). Inglaterra. Adolescentes un tanto desquiciados, con uno o dos problemas craneales.
-Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008). Suecia. Porque el vampirismo es un sentimiento.
-Deadgirl (Marcel Sarmiento, 2008). Estados Unidos. Individualismo patológico, y un poco de necrofilia.
-La huérfana (Jaume Collet-Serra, 2009). Estados Unidos / Canadá / Alemania / Francia. Padres adoptivos reciben una niña un tanto viciosa y degenerada.

(*) Sólo aptas para estómagos curtidos.

Publicado en Brecha 16/10/2008

sábado, 10 de octubre de 2009

Cine e imperio

Avasallamiento fílmico


El “China Youth Daily”, diario oficial de las Juventudes Comunistas Chinas, destacó, ante el arrollador éxito de taquilla de Transformers 2 en su país, que la película es “una promoción de la estrategia global de Estados Unidos y de su armamento”. El artículo afirma que las armas que aparecen son las mismas que Estados Unidos vende a sus aliados: aviones caza A-10 y F-16, vehículos Hummer, tanques M1A2 y portaaviones. Según el autor, un espectador chino protestaba indignado, luego de ver la película: “Si la primera parte de Transformers era un anuncio de autos americanos, ésta es de armas, ¡y encima pagamos por verlo!”.
El artículo subraya la buena imagen que se da de los marines, así como de la política intervencionista estadounidense, y que la película en definitiva es un muestario del inmenso poderío de la fuerza militar de ese país. Se recogen los dichos de un fan de los antiguos transformers: “Cuando veía los dibujitos (...) las armas humanas eran básicamente inútiles contra los Transformers. Pero en la película Transformers 2 las armas pueden derribar a los Decepticons. El increíble Devastator es fácilmente derribado de una pirámide por un disparo de un arma secreta de un buque de guerra norteamericano”.

Las acusaciones presentes en el artículo parecen acertadas, y los tres aspectos señalados -armamento, poderío, marines bienintencionados- son toda una constante en el cine estadounidense de hoy en día, así como de muchas series televisivas. Pero resulta curiosa la acusación de que los Estados Unidos utilice su cine como propaganda de su grandeza, cuando el cine dominante chino viene haciendo lo mismo, aunque en otro registro y quizá más sutilmente. El cine de las grandes industrias chinas y hongkonesas está haciendo un curioso incapié en superproducciones históricas, de inmensos despliegues visuales, vestimentas suntuosas y millares de extras. Es un cine que busca la fascinación por el exotismo de tradiciones culturales de antaño, que encumbra al gran imperio Chino, al heroísmo y al patriotismo, que viene desenterrando hazañas bélicas y héroes olvidados. Se han reclutado a varios de los mejores cineastas chinos para este nuevo cine histórico (Chen Kaige, John Woo, Feng Xiaogang, Ronnie Yu) y se cuenta con estrellas de primer orden –Jet Li, Andy Lau, Takeshi Kaneshiro, Donnie Yen, Zhang Ziyi, Chang Chen-. A grandes rasgos, se trata de una atractiva combinación de artes marciales, drama y wuxia*. Como ejemplo máximo de esta tendencia se encuentra uno de los más grandes cineastas chinos de la actualidad, quien a su vez fue reclutado por el gobierno municipal de Beijing para orquestar la ceremonia inaugural de los juegos olímpicos: Zhang Yimou. Su película Héroe, precursora de este nuevo cine épico, ejemplifica como ninguna la exaltación imperialista; en ella termina encumbrándose el sacrificio heroico por la unificación de los pueblos, y la rendición final ante la majestuosa figura del emperador.
A los imperios les fascinan las multitudes, las antiguas glorias y los contrapicados grandilocuentes. Ante todo, la unidad nacional, el orgullo de que los antepasados fueron artífices de grandes hazañas, que la Nación erigida es un producto milenario de valentía y sacrificio. El stalinismo tuvo a Eisenstein (Alexander Nevsky y la primera parte de Iván el terrible) el nazismo tuvo al primer Lang (Los Nibelungos) y obviamente, a Leni Riefenstahl (Olimpia, El triunfo de la voluntad) y, considerando los puntos en común, se puede decir que hoy la República Popular China tiene a su servicio estas nuevas superproducciones (entre las que se destacan películas como The warlords, Fearless, Ip man, Red Cliff y la bélica y directamente militarista Assembly, entre otras).

El artículo publicado en el China Youth Daily parece una proyección subconsciente, un ver la paja en el ojo ajeno, y quizá mi temor no sería tal si este nuevo cine chino no fuera tan bueno, atractivo e imponente. Si uno piensa en los directores que contribuyen a la exaltación del imperio norteamericano –Michael Bay, Stephen Sommers- tiende a suponer que son figuras prácticamente inocuas, artesanos mediocres que han tenido algunos golpes de suerte. El problema con los directores chinos es que, ante todo, son buenos cineastas.
En un momento en que se augura que China va a ser la nueva potencia mundial hegemónica, que su moneda es considerada una de las divisas más confiables, que su gobierno viene aplicando políticas económicas de tipo colonialista –especialmente en países africanos como Nigeria, Sudán, Congo y Zambia- recluye y tortura a los disidentes en “cárceles negras” o campos de “reeducación para el trabajo”, persigue a los abogados especializados en derechos humanos y durante el año 2008 impuso como mínimo 7 mil penas de muerte y al menos ejecutó a 1700 personas, en cuyo territorio no existe la libertad de expresión, se rigen férreos mecanismos de censura y las minorías étnicas y religiosas son hostigadas; en un momento así, una tendencia propagandística de este tipo se muestra aún más preocupante –y ciertamente da más miedo- que la torpemente esgrimida por Estados Unidos.

*Wuxia: ficción marcial de caballería, género típico en el cual se entrecruzan elementos épicos y místicos.

Publicado en Brecha 9/10/2009

sábado, 3 de octubre de 2009

Las mejores películas (XI)

Esta última selección me quedó bien variada, y miren que fue casual, no es que quiera hacerme el polifacético. Todos conocen mi entusiasmo por el cine de Tarantino, y comprenderán que me ponga tan exultante con Inglorious; hoy mismísimo voy al cine a verla otra vez. Todas las pelis que le siguen son muy sólidas y sobresalen especialmente entre lo último que he visto. Diría que hasta imprescindibles.

Inglorious Basterds de Quentin Tarantino (Estados Unidos/Alemania)
Al acercarse a la última película de Tarantino uno pone el listón de expectativas demasiado alto, tanto que hasta podría resultar un poco injusto. Pero Tarantino es de los pocos cineastas en el mundo capaz de superar incluso las aspiraciones más optimistas. Inglorious es una obra mayor, revolucionaria, inclasificable y poderosa. Va a traer opiniones encontradas y unas cuantas quejas, claro que sí.

La graine et la mullet de Abdel Kechiche (Francia)
Kechiche ya se había lucido antes con la notable L'esquive, y ahora se confirma como un gran director a seguir y a tener en cuenta. Una familia de origen árabe se dispone a abrir un restaurante en un barco, encontrándose con unas cuantas dificultades en el camino. Un acercamiento íntimo a un montón de personajes cuestionables, y adorables al mismo tiempo.

Taare zameen par de Aamir Khan (India)
El cine indio también tiene películas centradas en anécdotas pequeñas, y ésta en particular es profundamente emotiva. Un niño tiene serios problemas en la escuela, con sus pares y su familia. Convencidos de que tiene problemas mentales y de conducta, sus padres deciden meterlo en un internado, donde sus problemas se agudizan. Si yo tuviese la posibilidad, difundiría esta película a lo largo y ancho del mundo. Ustedes no se la pierdan, por lo pronto.

The chaser de Hong-jin na (Corea del sur)
Un inescrupuloso proxeneta se indigna porque sus prostitutas lo abandonaron sin aviso, y procura tomar cartas en el asunto. En seguida se da cuenta de que todas ellas cayeron en manos de un retorcido asesino serial. Un thriller fortísimo y sangriento, donde increíblemente el psicópata es atrapado a los quince minutos de metraje.

The hangover de Todd Phillips (Estados Unidos/Alemania)
Un grupo de amigos se despierta sin acordarse de nada de lo que hicieron la noche anterior. Y en seguida descubren una serie de consecuencias inauditas. Un tigre en el baño, un amigo desaparecido, enemigos desperdigados por doquier, una patrulla de policía en lugar de su auto. Sería algo así como una buddy movie con trama policial; probablemente la comedia más divertida del año.

Katyn de Andrzej Wajda (Polonia)
Yo pensaba que Wajda estaba muerto, inactivo, o finiquitado creativamente. Pero nada que ver, el viejo se saca de adentro una historia que lo marcó de por vida, logrando plasmarla con empuje y gravedad. Como pasa con tantos otros hechos históricos que no tienen nada que ver con el holocausto nazi, pocos saben qué cuernos fue la masacre de Katyn. Acérquense, y sáquense la duda.

Eden lake de James Watkins (Inglaterra)
Una pareja sale a distenderse a un bosque idílico y aparentemente desierto. Pero una banda de adolescentes maleducados y molestos también anda por ahí, y empieza a atomizarlos demasiado. Luego de ciertos intercambios de violencia, las cosas llegan demasiado lejos, y nuestra protagonista deberá armarse con lo que venga para hacer frente a ese grupo de enfermitos.

Ip man de Wilson Yip (Hong Kong)
Bellísima película de artes marciales, con Donnie Yen haciendo de maestro protector de su pueblo, al sur de la China. Aunque no tenga mayor vuelo, se trata de una obra clásica, divertida y fresca, que además cuenta con la invaluable colaboración de Sammo Hung como coreógrafo de las secuencias de lucha. Cierta cuestión patriótica molesta un poco, pero en fin, no se puede pedir todo.

Luz silenciosa de Carlos Reygadas (México, Francia, Holanda, Alemania)
Ya sé que en estas páginas hablé mal de Reygadas una vez. Me equivoqué, el tipo es un gran cineasta. La peli es lenta como la mierda, pero también dice muchas cosas; un hombre no logra decidir si quedarse con su mujer y sus hijos o si irse a vivir con su amante, y su indecisión trae una tragedia inesperada. La intensidad contenida, el enfoque austero y un desenlace que recuerda al mejor Dreyer son elementos que conforman una gran obra.

The hill de Sidney Lumet (Inglaterra, 1965)
Mientras juro explorar la filmografía de Lumet hasta sus últimas consecuencias, aprovecho para sugerirles que se aproximen a este clásico olvidado. Entre varias 007 Sean Connery quiso prestarse para una película más autoral, que pudiera darle un poco de prestigio y para que lo tomaran un poco en serio. Lumet logró transmitir el calor y la existencia nauseabunda dentro de una cárcel británica para desertores de guerra.